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4 de noviembre de 2035
Estavar
Los sucesos de la última semana habían trastocado de manera implacable la vida de Ángela. La lucha encarnizada que mantenía consigo misma desde pequeña para mantener alejadas las visiones se decantó hacia el uso de su don desde el instante en el que encontró a sus padres asesinados. Y esa realidad la aterrorizaba, ¿acaso debía desatar algún nuevo cataclismo para salvar al planeta?
Estaba estirada en la cama de una habitación con decoración rústica y anticuada, abrazada al único hombre al que amaba con locura, escuchando su respiración rítmica y acompasada, exprimiendo la información de la última visión de su pasado, el día del nacimiento de Mick. Apophis se revelaba como una amenaza de la que ella debía librar a la Tierra. ¿Cómo iba a luchar contra un asteroide de semejantes dimensiones? ¿Dónde estaba la cueva? ¿Quién era la serpiente de sus sueños?
Los latidos cardíacos se le aceleraron de repente, como si su corazón acabara de recibir una descarga eléctrica. Sentía la alerta en su interior, una amenaza que se cernía sobre ella, unos pasos que se acercaban, una respiración que la acechaba. Empezó a respirar con dificultad, un sudor frío se apoderó de su cuerpo, la consciencia se fundía por momentos, llevándola a algún lugar indefinido...
...Escuchó los pasos de la sombra por los alrededores. Caminaba despacio desde el lugar donde su coche esperaba en silencio para no alertar a los habitantes de la casa, envuelta en la oscuridad de la noche, armada con una pistola. El ojo interno de Ángela intentó descubrir algún rasgo distintivo, algo que lograra identificar a su enemigo, pero la sombra llevaba un traje negro de la cabeza a los pies, un traje que no permitía ver la silueta ni desvelar si era un hombre o una mujer. Se aproximaba, escuchaba su respiración acariciando la cercanía.
—¡Ángela! —George la estaba zarandeando por los hombros—. ¿Estás bien? ¡Socorro! ¡Que alguien me ayude! —gritó desesperado.
Se había despertado alertado por los gritos que ella profería en un idioma compuesto únicamente por consonantes que parecía silbar entre sus labios. La encontró estirada en medio de la habitación boca arriba, con los brazos extendidos hacia el techo y sin dejar de convulsionarse al son de aquellas extrañas palabras.
Mick y Ray aparecieron en la puerta con rastros de sueño en la cara. Ambos torcieron el gesto al encontrarse con George medio desnudo sobre Ángela, llorando de impotencia.
—Déjala, papá, por favor. —Mick le tocó con suavidad en un hombro—. Ya te expliqué que mamá sufre de episodios de inconsciencia.
—¡Pero no está inconsciente! —La alarma se distinguía entre las palabras de George— ¡Está hablando en un idioma desconocido! ¿Habéis visto las sacudidas de su cuerpo? ¡Debemos hacer algo!
En ese instante las convulsiones de Ángela se detuvieron de golpe. Abrió los ojos, miró en derredor y compuso un rictus serio y atemorizado.
—¡No tardará en llegar! —exclamó mientras se enderezaba—. El asesino está cerca, muy cerca.
Los rostros de Mick y de Ray se convirtieron en dos máscaras de pavor.
—¿Cómo puedes estar tan segura? —George la ayudó a levantarse con la alarma pintada en la cara—. ¿Quién es? ¿Qué quiere?
Ángela no perdió ni un minuto en caminar hacia el armario.
—Tiene una pistola, pero no puedo decirte quién es ni su sexo ni nada, va vestido con un traje oscuro de la cabeza a los pies. Lo único que tengo claro es que viene a por nosotros. —Se puso unos vaqueros y un jersey de angorina—. Vestiros, ha llegado el momento de irnos.
Salieron al exterior con los nervios en punta. El coche alquilado de Ray estaba aparcado a cuatro pasos de allí. Se acercaron con sigilo, escuchando cada sonido que profería el valle, en busca de alguna señal de su enemigo.
Por suerte entraron en el automóvil sin problemas.
—¡Todos fuera! —gritó Ángela fuera de sí, sus sentidos internos la avisaron del inminente peligro—. ¡Rápido, salid del coche!
Sin dar más explicaciones tiró de su hijo y lo arrastró a cuatro metros de distancia. George ayudó a su abuelo a llegar a la posición donde Ángela se había lanzado al suelo en plancha.
El coche estalló por los aires en dos segundos, justo cuando los disparos iniciaron su ráfaga mortal. Los cuatro barrieron la calle con la mirada para localizar a la sombra que se ocultaba en algún lugar cercano. Estaban desprotegidos, eran un blanco fácil, pero la suerte les regaló una nube que cubrió por unos segundos la luna y les permitió ponerse a cubierto tras un Jeep estacionado en la calzada.
No se veía nada ni se escuchaba sonido alguno. La respiración acelerada de los cuatro se convirtió en su único aliado. La sombra caminaba sigilosa por la calle asfaltada que colindaba con la casa. Solo contaban con la carrocería del 4x4 para evitar que una bala les asestara una herida mortal. Ray era demasiado viejo para enfrentarse a una huida a pie y, por si fuera poco, no tenían cómo irse.
Con el rabillo del ojo Mick observó el movimiento de su padre. George se desplazaba lentamente hacia la derecha. Agachado, rodeó el coche por el morro, intentando no llamar la atención de la sombra. Ángela no tardó en entenderlo e hizo lo propio por el maletero. Ambos agudizaron el oído, la persona que los amenazaba andaba de manera tan silenciosa que les era casi imposible precisar su posición.
George distinguió la sombra justo a tiempo para esquivar la bala que se le acercaba certera. Ángela reaccionó desde su posición y rodeó el coche hasta alcanzar a la persona que los amenazaba y lanzarse a su espalda. Empezó a golpearle de forma compulsiva, agarrándose a sus hombros, sin atender a los gritos de dolor del brazo. George aprovechó los movimientos defensivos de la sombra para abalanzarse contra su mano y arrebatarle el arma con una patada.
La sombra forcejeaba con Ángela con una fuerza implacable, no tardó ni dos segundos en lanzarla al suelo y asestar un derechazo en la mandíbula de George mientras este intentaba recuperar la pistola.
La pelea entre George y la persona que se cubría con un traje negro consistió en una serie de puñetazos y patadas que se fueron sucediendo en un intervalo de dos minutos. Nadie se fijó en los movimientos de Mick. El chico permaneció unos segundos inmovilizado por el miedo, pero cuando escuchó el sonido sordo de la pistola impactando contra el suelo una corriente de frialdad se apoderó de su mente. Se agachó despacio, reduciendo al máximo los tembleques de su cuerpo. Jadeando, palpó a tientas el asfalto hasta que sus manos se toparon con el metal. Tocar la pistola le produjo un escalofrío, tenía un arma mortal, fría y peligrosa en su mano.
Dudó unos instantes antes de empuñar el arma con las dos manos y apuntar a la persona que estaba luchando con su padre. Ángela se levantó del suelo, estaba sangrando por las heridas del brazo derecho y se la veía aturdida, Ray se mantenía agazapado cerca del Jeep, con la mirada velada por el terror y la impotencia.
Las manos de Mick no conseguían agarrar con soltura la pistola, sudaban a mares con un sudor frío y resbaladizo que se adhería al metal. Respiró cuatro veces, inspirando con fuerza por la nariz, llenó sus pulmones con el aire que necesitaba para calmar los latidos que retumbaban en mitad de la noche y espiró por la boca con un soplo agitado, al son de unos resuellos agudos que mostraban su miedo. El arma temblaba al son de los espasmos nerviosos de sus dedos, se escurría entre sus manos sudorosas, pero su mente le repetía la necesidad de intervenir. Él era el único capaz de salvar a George, quien estaba resultando el perdedor de aquella pelea. Su padre acababa de dar con la espalda en el suelo tras encajar una patada doble en la barriga. Ángela había perdido la consciencia y se estaba desangrando.
Mick sabía que debía actuar rápido.
Mordiéndose el labio inferior con saña, apuntó hacia el asesino, respiró profundamente y disparó. La bala atravesó el aire despacio, friccionando la atmósfera con su trayectoria, y rozó el brazo de la sombra sin llegar a insertarse en la piel. George aprovechó su confusión para lanzarse a su espalda. Mick volvió a accionar el gatillo. Esta vez el proyectil se incrustó en el asfalto a dos milímetros de la sombra.
La persona que los amenazaba reaccionó al ataque con rapidez. Se deshizo de George lanzándolo al suelo. Éste se agarró a su traje con tanta fuerza que le desgarró un trozo a la altura del final de la espalda. La sombra se giró y empezó a correr para escapar de las balas que Mick le disparaba de manera compulsiva, al son de las lágrimas histéricas que surcaban sus mejillas.