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13 de abril de 2020

Barcelona

Ángela regresó a casa para pasar las vacaciones de Semana Santa con Marta y con Mick. Llevaba un año y medio viviendo en Estados Unidos, en casa de Mar y Ron, estudiando astrofísica en Princeton, el único tema que le apasionaba de verdad desde que tenía uso de razón, pero la distancia no había mitigado los sueños premonitorios ni las pesadillas de la serpiente acosándola por las noches. Y lo peor de todo fue que se iniciaron las imágenes del fin de Marta y de Mick, aquellas imágenes donde los encontraba abrazados en la cama con una sonrisa.

Al abandonar Barcelona había creído que la distancia la apartaría también de las visiones nocturnas, pero no podía dejar atrás quién era por mucho empeño que pusiera.

Cenó con Marta, Mick, sus primos y sus tíos. Fue una reunión agradable, llevaba tanto tiempo alejada de ellos que el reencuentro la alegró, hablaron acerca de sus estudios, de sus vidas, del futuro y del pasado. Y por unas horas Ángela se relajó.

Pasadas las dos se encaminó a su cuarto. Estaba cansada, terriblemente cansada de lidiar con su don. En Estados Unidos había recurrido a fármacos para dormir de un tirón, pero ni los somníferos más potentes lograban aparcar las imágenes mientras dormía. Y confrontar de nuevo la mirada de su madre y de Mick, en las que podía leer con claridad su súplica, la arrastraba hacia la desesperación.

Marta llamó a la puerta unos minutos después.

- Entra. —Ángela se sentó en la cama a medio desvestir a la espera del sermón.

- Necesito que me acompañes a la librería —dijo Marta, en un tono apremiante—. Mick y yo hemos instalado un nuevo mecanismo para el futuro. Quiero enseñártelo.

- ¿Y qué te hace pensar que yo quiera verlo? —El tono de Ángela se tiñó de sarcasmo—. Ya soy adulta, vivo fuera de esta casa, así que no tengo por qué obedecerte.

- No es una orden —se defendió Marta—. Algún día lo vas a necesitar y entonces agradecerás mi insistencia.

- Siempre presupones que en el futuro voy a enfrentarme con algún absurdo enemigo. —Ángela se levantó y encaró la mirada de Marta con un brillo feroz en sus pupilas azuladas—. Pero yo no voy a enfrentarme a nada. ¿Comprendes?

Marta bajó los ojos al suelo aceptando parte de la rebeldía de Ángela. Caminó hasta la cama, se sentó y empezó a hablar en un tono opaco, como si las palabras que pronunciaba la internaran en un estado abstracto donde nada podía contradecir su veracidad.

- Mick y yo siempre hemos respetado tu negativa a dejar que tu don se desarrolle al máximo, a pesar de que ello nos condena a nosotros a ver solo en sueños, pero hay algunas cosas que necesitamos que veas y escuches. —Suspiró antes de levantar la mirada hacia Ángela, quien se sentó en la silla del escritorio con un rictus de resignación—. Hija, a pesar de que no estés receptiva, llegará el día en el que comprenderás que no hay nada que pueda apartarte de tu cometido. Y ese día ni Mick ni yo estaremos a tu lado para guiarte en un camino plagado de dificultades.

- Nunca voy a volver a utilizar mi don. ¿Me oyes, mamá? —Ángela levantó la voz—. ¿Acaso no recuerdas lo que hice? Porque yo sí que lo recuerdo. De hecho, no puedo olvidarlo por mucho que me esfuerce. Incluso puedo ver la reencarnación de los cadáveres que sembré. Se acercan a mí en las pesadillas que me asaltan por las noches.

Se cubrió la cara con las manos, exhaló un profundo suspiro y se frotó los ojos para desprender las lágrimas que los humedecían.

- Tú no tienes la culpa de lo que pasó, eras una niña y tu padre se aprovechó de ello. —Marta se acercó a Ángela y la rodeó con sus brazos—. No puedes pasarte la vida atribuyéndote esas muertes o acabaras volviéndote loca.

- ¿Más de lo que estoy ahora? —Con un gesto brusco, Ángela apartó a su madre y se levantó—. No paro de recibir imágenes que no quiero ver, empañadas siempre por una sombra que se cuela en mis sueños para sembrar desgracias. Y, ¿sabes?, no paro de preguntarme si esa sombra soy yo.

- Es la reencarnación de tu enemigo. —Marta detuvo el frenético movimiento que llevaba a Ángela a caminar de un lado a otro de la habitación—. En la naturaleza, desde que el mundo es mundo, existe una dualidad de energías. Los orientales lo llaman el Yin y el Yang. Esa dualidad crea dos bandos enfrentados que deben luchar para cerrar cada uno de los círculos que rigen los ciclos naturales.

- ¿Y la sombra que se presenta en mis sueños representa el mal? —Ángela la miró con una mueca burlona—. Vamos, mamá, que ya estoy crecidita para estas tonterías. No me vas a convencer para que te acompañe a la librería a estas horas. No hace falta que te esfuerces.

- Yo no he dicho que la sombra represente el mal. Es el anverso de lo que nosotros representamos, pero, ¿quién puede asegurar con absoluta impunidad que nosotros estamos en el lado del bien? Yo creo que no se puede juzgar qué es el bien o el mal. Existe una lucha desde la creación de la Tierra entre dos bandos energéticos, y esa lucha es necesaria para mantener el equilibrio de los ciclos vitales. Pero, por alguna extraña razón, ese equilibrio se rompió hace mucho tiempo y debe restablecerse.

- ¿Estáis listas? —En ese justo instante Mick apareció en el marco de la puerta.

Ángela cedió. Maldiciendo para sus adentros, pero cedió. Sabía por experiencia que cuando su madre se empeñaba en algo podía hacerse muy pesada, y no quería pasarse el resto de las vacaciones esquivando sus continuos intentos de enseñarle aquel dichoso mecanismo que se le antojaba imprescindible que ella viera. Se vistió a toda prisa y los siguió sin proferir palabra hasta la portería. Mantenía la mandíbula apretada en un claro gesto de indignación y sus ojos lanzaban chispas.

Marta obvió el enfado de su hija mientras abría la trampilla que escondía el estudio secreto y descendía. Ángela se rezagó un poco, había olvidado por completo la existencia de aquel habitáculo escondido en el sótano de la trastienda y sintió una punzada de miedo al descubrirlo de nuevo. El presentimiento fugaz de que iba a llegar el día en que aquello que su madre quería enseñarle le salvaría la vida, la convenció de bajar las escaleras de dos en dos.

Los recuerdos de Ángela consiguieron desvelarle los cambios en la estancia: la mesa rectangular había desaparecido en favor de una romboide que ocupaba el centro exacto de la sala. El suelo se había substituido por unas nuevas losas cuadradas de mármol beige de unos setenta y cinco centímetros de largo. Y en el techo habían instalado un carro de focos halógenos que proporcionaban una iluminación mejor.

- Está bien —dijo, chasqueando la lengua sin abandonar su pose de resignación—. ¿Qué es tan importante como para hacerme bajar aquí a las dos y media de la madrugada?

Mick y Marta se situaron debajo de la mesa a modo de respuesta. Ángela emitió un sonoro bufido, se agachó a cuatro patas y se metió bajo la plancha de madera rojiza de un metro y medio de diámetro.

- ¿Te has fijado en el cambio de suelo? —le preguntó Mick, enarcando una ceja. Ángela contestó con un golpe seco de cabeza—. Me ha costado mucho aprender el oficio de albañil. ¡Lo he hecho todo yo solito!

- Mick —inquirió Ángela con apremio en la voz—. Al grano. Tengo sueño y muy pocas ganas de estar aquí.

- Está bien. —Mick colocó cada una de sus manos en una pata y Marta hizo lo propio en las otras dos—. El mecanismo solo funciona si se accionan todas las patas a la vez. El cambio de enlosado ha sido preciso para abrir el boquete en el subsuelo y permitir que cuatro losas escondan esto.

Cuando giraron las patas a la vez, el suelo empezó a bajar. Ángela sintió una punzada de pánico al adentrarse en un agujero oscuro sobre aquella plancha de mármol. Estaba tan asustada que se cubrió la cabeza con las manos. ¿Era posible que la mesa se desplomara sobre ella?

Mick y Marta encendieron las linternas que guardaban en un cajón de la mesa e iluminaron una estancia de reducidas dimensiones.

- ¿Qué es esto? —gritó Ángela.

- Un escondite secreto. —Marta imitó a Mick y volvieron a girar las patas para regresar al estudio—. Está insonorizado y hemos conseguido dejar unos diminutos agujeros de ventilación que se disimulan con las juntas del suelo.

Esa noche Ángela soñó con la cavidad, con la mesa, con una herida de bala en su hombro derecho y un chico desconocido a su lado.

El secreto de los cristales
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