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4 de noviembre de 2035

Barcelona

Ingrid acudió a la cita con Inés a la hora prevista en un bar de la zona turística de Barcelona, muy cerca de la librería. Estaba furiosa con su madre, con su hermano y con la situación. ¿Por qué George estaba con Ángela y su hijo?

Desde que su madre decidió matar a Dolly a los ojos del mundo y convertirla en Ingrid Stein, su vida tomó un rumbo definido que la ayudó a conocer el amor, el cariño y la ilusión de compartir sentimientos con otras personas. Pero nunca olvidó el deseo de vengarse de George ni la rabia hacia su madre, ni su decisión de alcanzar la salvación eterna.

Ahora su coartada acababa de derrumbarse y eso la sumía en un estado incierto.

En realidad, Ingrid nunca se había parado a pensar en las consecuencias de compartir su vida con Agustí. Tenían dos hijos en común y un pasado demasiado importante como para olvidarlo sin más. No podía renunciar a los niños ni, muy a su pesar, al amor hacia su marido. ¿Cómo conseguiría anteponer la misión a sus sentimientos?

Se sentó en una de las mesas con la cara dirigida a la puerta de entrada, esperando ver aparecer a su prima de un momento a otro. Su interior bullía en una efervescencia indomable. Los sentimientos encontrados se sobreponían como si un péndulo los obligara a oscilar en su interior y nada consiguiera detener el movimiento.

Eran las cuatro de la tarde del 4 de noviembre. Una fecha que significaba el punto y aparte en una vida cargada de mentiras, traiciones y reproches. Sabía que enfrentarse a su madre le acarrearía problemas, pero ya no estaba dispuesta a seguir representando el papel de hija obediente. A Ingrid la corroían los celos desde la infancia, desde que su madre decidió idealizar a George y convertirla a ella en un mero instrumento para ensalzar a su gemelo.

Los minutos se adelantaban e Inés no aparecía. ¿Qué habría salido mal esta vez? A las cuatro y veinte empezó a ponerse nerviosa. Consultó un par de veces la pantalla del teléfono en busca de mensajes o llamadas que explicaran el plantón, pero no había ni rastro de su prima. Suspiró para dominar el presentimiento de que su madre acababa de iniciar la venganza contra ella por cortar la comunicación con amenazas.

Inés era una de las únicas personas que conocían su verdadera identidad desde el principio, una que, como ella, se infiltró en el clan Noguera y se convirtió en su cuñada. La cercanía las convirtió en amigas y confidentes. Juntas lograron superar todas las dudas que acarreaba casarse por interés y acabaron por construir una sólida relación de amistad. ¿O acaso su prima Emily, alias Inés, había fingido todos aquellos años? Y si era así, ¿por qué nunca la delató? ¿Por qué no se presentaban los hombres de su madre en aquel café? ¿Acaso su libertad era el regalo que le ofrecía Inés por tantos años de cercanía?

Tras una hora de espera y cinco cafés, Ingrid entendió que estaba sola, que la única concesión de su prima había sido no delatarla a los Visionarios, pero que su ausencia evidenciaba en que bando militaba.

Caminó por las Ramblas barcelonesas con un nudo en el estómago. Estaba tan nerviosa que era incapaz de decidir su próximo paso sin ahondar en los pensamientos enfrentados que la asolaban. En contra de su voluntad se enamoró de Agustí, y quería con locura a sus dos hijos. No se imaginaba la vida renunciando a su familia, pero no tenía otro remedio que arrinconar esa realidad. Ella era una luchadora y la única con la capacidad necesaria para rebelarse contra su madre. Ella era la hermana gemela de George, la persona destinada a activar los puntos de energía y lograr la salvación eterna. Por mucho que su madre se emperrara en designar a George para esa misión, Ingrid siempre supo que esa batalla era para ella.

Se acercó a los alrededores de la librería de manera temeraria. Quería observar otra vez el escaparate para deshacerse de los sentimientos tiernos que atesorara durante los últimos treinta años de vidas paralelas. El establecimiento despertaba su frialdad interna, la necesaria para enterrar la debilidad y encarar su misión en la vida. Allí aprendió a dominar su amor hacia Mick, su padre, cada vez que lo veía en brazos de Marta, y a olvidarse de la existencia de George, su tierno hermano, que la protegió durante toda la infancia. Ingrid nunca obvió los celos de saberse la segunda a los ojos de su madre, por eso no quiso aceptar el amor y el cariño que le profesaba George ni la necesidad constante que demostraba de acercarse a ella. Siempre lo trató con dureza, rabia y arrogancia, y se avino sin pestañear a fingir su muerte y desaparecer para siempre de su vida.

Lo que no acababa de entender era qué le sucedió en Estavar, qué le impidió dispararle...

El cielo empezó a oscurecerse cuando llegó a su guarida secreta. Ingrid se había preparado durante años para afrontar sin problemas un momento así. En el fondo siempre intuyó que llegaría el día en el que debería afrontar el reto de huir en soledad, por eso se procuró un piso de una habitación cerca de la estación de Francia. Los únicos muebles que lo poblaban eran una mesa enorme de nogal ocupada por un ordenador de nueva generación, la silla a juego y un armario metálico que atesoraba móviles ilocalizables y útiles para disfrazarse acorde con las identidades que constaban en la documentación falsa que guardaba en una caja. En la única habitación del piso Ingrid instaló un laboratorio donde realizaba sus experimentos químicos.

No toda la vida de Ingrid se basaba en una mentira. Estaba licenciada en física y química por una prestigiosa universidad de Suecia y poseía una mente privilegiada. Eso le sirvió de pasaporte para labrarse una carrera muy valiosa a la hora de intimar con su marido. Tenía apenas veinte años recién cumplidos cuando asistió a aquel curso en la Universidad de Barcelona que curiosamente corría a cargo de Agustí.

Ingrid sacudió la cabeza violentamente para deshacerse de los recuerdos. No sabía cómo aniquilar el amor que sentía por su marido. Era tan poderoso que le hacía perder la perspectiva, y no podía permitirse ningún fallo en el plan que acababa de idear.

Conectó el ordenador. La hora de activar el grupo de sus fieles seguidores acababa de llegar. Llevaba años preparando la insurrección a espaldas de su madre, citándose con mandos intermedios de la organización que se oponían a las decisiones de Rocío Ortiz, aprovechándose de la situación para ponerlos de su lado. Pero nunca pensó que fuera capaz de tomar esa decisión.

Salió del piso media hora después acompañada por el parpadeo de las estrellas en un universo negruzco. Tenía una moto aparcada en un garaje cercano. Se puso el casco e inició el recorrido hacia el Hospital Clínic, endureciendo sus sentimientos y preparándose para ver la mirada de odio en la cara de su marido, debía encontrar la manera de enfrentarla sin venirse abajo. Llevaba una mochila negra con un disfraz, un pasaporte, dinero y el nanovirus que desarrollara en su laboratorio particular.

Una sonrisa maléfica se asentó en su cara cuando traspasó el umbral del Hospital Clínic, Ingrid Stein acababa de desaparecer, ahora volvía a ser Dolly, la niña malcriada que se pasaba el día ideando trastadas para herir a George, la mujer sin sentimientos que fingía ante los Noguera, la química despreciable que había ideado un nanovirus letal.

Ángela estaba ingresada en la habitación 437, en el ala norte. Un policía uniformado guardaba la puerta y otro de paisano protegía la entrada al corredor. Ingrid sopesó las opciones que tenía para neutralizarlos sin levantar sospechas. Necesitaba una vía de escape una vez llevada a cabo la misión.

En pocos minutos su mente analítica trazó un plan de ataque.

Eran casi las ocho de la tarde y el hospital estaba poco concurrido. Había una enfermera de guardia en la recepción del fondo que no se enteraría de nada si ella noqueaba a los policías sin emitir sonido alguno. Se acercó sigilosa al primer agente con una sonrisa melosa en los labios y le preguntó por una habitación en concreto. Cuando el policía le indicó la dirección a tomar, Ingrid le asestó un golpe seco en la nuca que lo dejó inconsciente en el suelo.

Quedaba el policía de la habitación, quien estaba lo suficientemente alejado como para no descubrir a su compañero en el suelo. Ingrid no tenía tiempo que perder, recorrió con rapidez el pasillo, contorneó sus caderas al acercarse con una expresión inocente en la cara, y cuando el policía se giró para indicarle la dirección de la habitación que le pidió, los años de preparación física y prácticas de artes marciales le sirvieron para propinarle un certero golpe en la nuca. El agente cayó al suelo inconsciente.

Ingrid abrió la puerta lentamente, empuñando el arma con la mano derecha y sin perder la gélida sonrisa que compuso para no sucumbir a los sentimientos internos. Por suerte, su marido no estaba, solo su hermano y el chico.

—¡Dolly! —exclamó George al verla aparecer en el umbral.

—Ni se te ocurra gritar o te mato. —Ingrid le previno antes de que su hermano pudiera reaccionar.

—Creí que estabas muerta. —George se cubrió la cabeza con las manos—. Si supieras cuánto me afectó tu muerte. ¿Qué pasó, Dolly? ¿Acaso no ibas en el coche que se estrelló?

—No, fue un montaje de mamá. Necesitaba que yo desapareciera de nuestro mundo perfecto, y no me costó nada abandonarte, siempre fuiste un blando y un inútil. —Caminó amenazante hasta Mick, lo levantó con la mano izquierda y le colocó el arma contra la sien—. Si os movéis, lo mato.

Ángela hizo ademán de hablar, pero la expresión letal de Ingrid la disuadió.

—No le hagas daño —suplicó George—. Por favor, Dolly, tú no eres como mamá, en el fondo siempre supe que me querías.

El párpado derecho de Ingrid fue presa de unos espasmos que lo abrían y lo cerraban sin descanso.

—¡Yo te quería muerto! ¿Nunca te diste cuenta de que te odiaba? —escupió las palabras con la intención de herir a su hermano—. Mamá siempre te defendía, eras su ojito derecho, y yo una simple distracción, una niña a la que moldear para ser tu sombra. ¿Por qué la has traicionado y te has aliado con esa? —Señaló a Ángela—. ¿Qué interés tienes en proteger a su hijo?

—Mick es mi hijo. —La voz de George mostró su dolor—. Es sangre de tu sangre, uno más de nuestro linaje. Así que no le hagas daño, por favor.

Esas palabras penetraron en Ingrid como si fueran cristales rotos, pero la fiereza de su otra personalidad consiguió aniquilar sus sentimientos.

—Entonces la supervivencia de tu hijo depende de que me traigáis los cristales. —Ingrid realizó un movimiento rápido con la mano izquierda y sacó una jeringuilla de la mochila—. Voy a inyectarle un nanovirus mortal al chico. Tarda cinco meses en completar su ciclo y acabar con la vida humana. Si en ese tiempo no tengo los cristales y la ubicación de los puntos energéticos, Mick morirá. —Le clavó la jeringuilla a Mick en el brazo y se encaminó hacia la puerta sin bajar el arma—. ¡Qué bien sienta la venganza!

Una hora después Ingrid enfilaba la autovía de Castelldefels destino al aeropuerto en un taxi. El encuentro con su hermano había logrado despertar su lado animal, aquel que la convertía en una mujer sin bondad.

Sabía que la hora de matar a su madre para sortear el último escollo acababa de llegar y que ya nada la detendría. Ella era la única preparada para liderar a Los Visionaros tras la desaparición de su madre y la deserción de George. ¡El futuro se abría ante ella!

El secreto de los cristales
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