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4 de febrero de 2036

BASS

George dejó a Ángela sobre la cama. Cada vez que tenía visiones o utilizaba sus dones se quedaba inconsciente, con las constantes vitales reducidas a la mitad y sin movimiento en el cuerpo. La tenían que alimentar por vía intravenosa.

El cantante caminó por el pasillo angosto del barco que bajaba a las bodegas donde habían confinado a su hermana Dolly, o Ingrid, como la conocían los Noguera, en un camarote interior. Los cristales le quemaban en el bolsillo del pantalón. Sabía a lo que se exponía, pero no podía condenar a su hermana gemela a la posesión por parte de su madre, a pesar de las reticencias del resto de pasajeros del Bass.

La puerta estaba cerrada con doble llave. La abrió despacio para no perturbar el descanso de Ingrid. El corazón bombeaba el doble de sangre de la habitual, las manos empezaron a sudarle de manera desproporcionada mientras empujaba su cuerpo hacia el interior del camarote.

La oscuridad lo golpeó al cerrar la puerta tras de sí, fue como si acabara de entrar en una cueva donde las paredes se confundían con el suelo. Aspiró profundamente para deshacerse de los reparos que lo asaltaban y abrió la luz.

—Hola papá. —Mick lo esperaba sentado en el borde de la cama donde Ingrid dormía profundamente gracias a los efectos de los somníferos que le administraban cada noche.

George ahogó un grito.

—¿Qué... haces... aquí? —tartamudeó, jadeando.

—Sabía que vendrías —dijo el muchacho con una voz cargada de significado—. Y si no puedo convencerte de que no lo hagas, debo asegurarme de que trasladen a tía Ingrid a una cárcel de alta seguridad una vez pase por el ritual. —Le dedicó una mirada circunspecta a su padre—. Es mala, no puede evitarlo. Si pasa por el ritual y se queda en el Bass nos pondrá a todos en peligro.

—¡No se llama Ingrid! ¡Su nombre es Dolly! ¡Es mi hermana gemela! —George se rebeló contra una verdad que inundaba sus pensamientos—. Ella no puede ser el monstruo del que hablas, es imposible.

El cantante cayó de rodillas al suelo y se tapó los ojos con las manos, en busca del aplomo necesario para interiorizar el peligro que suponían esos sentimientos fraternales.

—Papá —musitó Mick—. Ya he hablado con Mar. Si quieres seguir adelante con el ritual, de aquí a una hora un helicóptero se llevará a tía Ingrid, o Dolly, como quieras llamarla, para encerrarla en un lugar de donde no pueda escapar.

George se levantó del suelo con los ojos húmedos.

—Quiero salvarla de mi madre —dijo, mirando a Mick con decisión—. A pesar de que eso represente recluirla después. Todo esto es culpa de ella, de tu abuela, de una persona sin sentimientos que arrastró a Dolly por el camino erróneo. —Se acercó a su hermana—. Prefiero ofrecerle la posibilidad de elegir su destino, de intentar convencerla de su error.

Mick llamó a Mar por el móvil antes de ayudar a su padre a salmodiar. Los cristales formaban un rombo alrededor de Ingrid.

Cuando las primeras palabras bisílabas brotaron de los labios de Mick y de George, los rubíes se unieron en un rayo lineal en mitad de la habitación.

El tiempo se detuvo.

El secreto de los cristales
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