10

Jonnie tenía la llave inglesa en la mano. La sopesó, pensativo. Indudablemente, al preparar el bombardero para el disparo, los mecánicos tuvieron que hacer algo. Y si se deseaba volver a dispararlo, tendrían que reparar algo.

Caja de programas cerrada, blindada. Sí, pero era simplemente una caja de control. No había visto ninguna otra cosa que necesitara una llave.

Le resultaba difícil pensar. ¡Hacía frío! Aquellos antiguos trajes de vuelo de la Fuerza Aérea se calentaban con electricidad, pero no habían podido montar ninguna batería y las originales no habían sido construidas para soportar el aire libre durante mil años. La sangre que salía del corte de la frente seguía manchando la máscara, que además se empañaba todo el tiempo. ¿A qué temperatura estarían?

Esa llave inglesa…

Captó un ligero movimiento hacia la parte delantera de la nave y disparó un tiro de advertencia.

Dos problemas; no, tres. ¡Zzt, Nup y además un Mark-32 encima y cómo inutilizar el bombardero!

El viejo Staffor solía decir que él era «demasiado listo». Un montón de personas de la aldea pensaban lo mismo. En aquel momento no se creía listo.

Sabía que tenía que librarse de Zzt. Pero disparar dentro de aquel recinto blindado no sólo era peligroso para Zzt. Era peligroso para él. Todos los proyectiles rebotaban en los marcos, y uno ya había pasado dos veces silbando junto a sus oídos y otro había golpeado su avión al rebotar.

Suponiendo que Zzt fuera un puma, ¿cómo haría para matarlo? Bueno, en primer lugar nadie se acercaba a un puma; se esperaba a que éste saltase. No, supuso ahora que Zzt fuera un oso en su cueva.

Aquél era un ejemplo más apropiado. ¿Entraría en una cueva en la que hubiera un oso? Sería suicida.

Pensó encender una mecha de tiempo en el casco y fijarla allí, meterse en su avión y confiar en que el blindaje lo protegiera. Pero había un límite para que los agarres magnéticos se mantuvieran y podía volar su avión, dejándolo inservible. Le hubiera gustado tener una granada, pero todas las que habían encontrado estaban inservibles y no habían descubierto la manera de usarlas. Pensó incluso en sacar uno de los cartuchos de combustible o municiones, que tenía en abundancia para el avión, lanzarlo allí arriba y dispararle. Explotaría, eso era seguro. Pero un cartucho podía no matar a Zzt. Los psiclos eran muy duros, muy duros, por cierto. Había oído decir que una vez Zzt había golpeado a Terl, y en cuanto a él, lo odiaba…; en realidad, estuvo a punto de matarlo una vez. No, no iba a intentar ninguna proeza, como caminar hasta allí, ni siquiera con un rifle de asalto disparando. No sabía cuál era la profundidad del nicho y ni siquiera en cuál de ellos estaba oculto Zzt, y además éste podía estar todavía armado.

Por el momento, había eliminado a Nup de sus cálculos.

Dios, hacía frío.

Una cosa a la vez. Su trabajo no eran Zzt ni Nup. Su trabajo era detener el bombardero. Era mejor que actuara con mucha inteligencia. ¡Y con rapidez!

No percibió el diminuto espejo que lo vigilaba por culpa de la máscara facial, empañada y manchada de sangre. Se dedicó a desenmarañar el problema del bombardero.

En los casos en que los psiclos no podían utilizar una herramienta de división y cierre molecular, utilizaban tuercas y pernos. Y estaba seguro de que aquel blindaje no cedería ante un «cuchillo de metal», como llamaban a la herramienta en la jerga mecánica psiclo. Zzt le había informado que aquello era un laminado molecular, capa tras capa de metales diferentes pero unidos. Bien. Entonces, en algún lugar habrían usado tuercas.

Percibió un ligero movimiento y disparó otro tiro. La bala rebotó tres veces y salió por la puerta.

Tal vez alguna de las placas del suelo… De pronto se rió. ¡Exactamente frente a la nave, en una sombra que se formaba entre los patines, había una placa sostenida por tuercas!

Redujo la apertura de la llave inglesa y se agazapó entre los patines. Otro pequeño ajuste y obtuvo el tamaño. Había ocho tuercas. Salían con gran facilidad, lo que quería decir que habían sido enroscadas recientemente. Puso las tuercas sobre uno de los patines, que tenía una ranura. Eran pesadas, de modo que no se movieron pese al deslizamiento del bombardero.

Uno de los patines del avión estaba en el borde más distante de la placa. La golpeó con el mango de la llave inglesa y se aflojó. Con la cabeza de la llave, levantó ligeramente la placa. Tenía intención de ponerla simplemente a un lado, pero al soltarla el bombardero se deslizó y se le escapó de las entumecidas manos, saliendo por la puerta hacia el viento y el vacío. ¿A quién le importaba?

Sacó una linterna y la enfocó a la oscuridad.

¡Estaba mirando la parte superior del motor de propulsión principal!

La caja del motor era tan grande como una casa de una planta. Comprendió que toda la parte inferior del aparato eran motores y espacio adicional para almacén de barriles. ¡Cuántas toneladas de gas letal llevaba! Los barriles resplandecían como peces monstruosos en la oscuridad. ¡Y la caja!

Jonnie conocía los propulsores en versión diminuta. Eran cubículos de traslación espacial, en su mayor parte vacíos pero provistos de una enorme cantidad de puntas que se introducían en ellos. Cada punta llevaba su propio mensaje coordinado, y eran estas puntas las que había que limpiar.

¡En aquella caja tenía que haber una plancha de inspección y mantenimiento!

Con una mirada de fatiga al largo pasillo, se deslizó hacia abajo y se agarró con los pies a los soportes estructurales de la caja. Pasó la luz en torno.

Desde esta posición era difícil mantener la vigilancia del corredor, y alternaba las ojeadas a la caja con las ojeadas al pasillo. Tal vez tendría que resolver el problema de como librarse de Zzt antes de seguir con aquello. Para ver el recinto tenía que inclinarse. Pero hacer algo con Zzt por allí podía significar su muerte, y se dijo que demasiadas vidas —en realidad, las únicas vidas humanas que quedaban— dependían de él. No debía arriesgar el cuello, coraje aparte. Un oso en una cueva. Llegó a la conclusión de que podía arriesgarse y se agachó.

¡Allí estaba!

Una inmensa plancha de inspección.

Sostenida por cuatro tuercas de doce pulgadas.

Pero qué lugar tan incómodo. Tal vez fuese apropiado para un mecánico psiclo, que podría alcanzarlo con sus largas patas. Pero no para él.

Disparó otro tiro en el corredor. Se agachó y ajustó la llave inglesa. Agarró la primera tuerca.

Dioses, estaba apretada. Con aquella enorme llave inglesa era imposible hacerlo con una sola mano. Los psiclos no tenían conciencia de su fuerza cuando apretaban tuercas.

Volvió a vigilar el corredor. Para hacer aquello tendría que dejar el rifle de asalto. Se aseguró de que lo ponía en un lugar razonablemente protegido, de modo que no se deslizara por la puerta. Todavía tenía el revólver en la pistolera.

Se agachó y, cogiendo la llave inglesa con las dos manos, con las piernas bien apoyadas, empujó.

¡La tuerca giró!

Había aprendido bastante mecánica como para no aflojar y sacar una tuerca desde el comienzo, porque entonces la última estaría demasiado apretada. De modo que había que aflojar las cuatro una media vuelta cada una…

Ya había aflojado la número dos y se esforzaba con la tercera.

—¿Qué estás naciendo? —rugió Zzt.

Jonnie salió. Zzt seguía en el nicho.

—¡Gusano estúpido, atontado! —rugió Zzt—. Si juegas con los motores esta cosa se caerá.

Gracias, Zzt, se dijo Jonnie.

—¡Si lo dejas solo, simplemente aterrizará dentro de dos o tres días! —aulló Zzt.

En realidad, Zzt era presa del pánico. Había algo muy peculiar en los disparos que el animal hacía en el corredor. En aquel mismo momento la válvula de espiración de la máscara respiratoria chisporroteó ligeramente. Durante unos minutos percibió diminutas chispas a su alrededor. Al comienzo pensó que eran motas de polvo, y después que algo ocurría con sus ojos, que estaba viendo diminutos relámpagos moleculares en su cabeza. Pero esta vez, al exhalar, la válvula había chisporroteado realmente. ¿Había radiación? ¿Estaría el animal arrojando polvo de uranio por todas partes? ¿Serían las balas, o era que el arma funcionaba por radiación?

Había llegado a la conclusión de que lo mejor que podía hacer era actuar, sin pensar en las consecuencias. ¡Sí, vio otra pequeña chispa cuando la máscara expulsó gas respiratorio ya inhalado!

—¡Tienes una máscara! —rugió Zzt—. El gas mortal no explotará en el bombardero. ¡Espera a que aterrice!

Animal estúpido e inmundo. ¡Maldito Terl!

—¿Y qué pasará con la gente que hay allá abajo? —dijo Jonnie.

Eso silenció por un momento a Zzt. No conseguía comprender cómo algo que le pasara a algún otro podía influir en lo que uno haría por sí mismo.

—¡Deja en paz esos motores! —gritó Zzt.

El psiclo se estaba poniendo histérico. Tal vez lo atacara. Jonnie esperó, rifle en mano. No, Zzt no iba a atacarlo. Lo mejor que podía hacer era volver a trabajar con las tuercas. Dejó en el suelo el rifle de asalto y se agachó. Hizo dar una vuelta completa a la tuerca número uno. Se irguió para asegurarse de que Zzt no se había movido.

La placa de cincuenta libras de peso, iniciando un giro mortal y viajando a la velocidad de una bala de cañón, golpeó un montante del patín y se estrelló contra la parte posterior de la cabeza de Jonnie.

El rifle de asalto voló de su mano y se perdió en la oscuridad. Aferrándose de algún modo a la consciencia, buscó torpemente el revólver. Frente a sus ojos no había más que oscuridad.

Campo de batalla: la Tierra. El enemigo
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