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Chrissie estaba de pie allí y abrazada a su pierna, como siempre, estaba su hermana menor.
Jonnie Goodboy la ignoró y miró el edificio. El antiguo edificio era el único que tenía cimientos y suelos de piedra. Alguien había dicho que tenía mil años de antigüedad, y aunque Jonnie no lo creía, el lugar lo parecía. Hasta su decimoséptimo techo se balanceaba tanto como un caballo demasiado cargado. En la estructura superior no había un tronco que no rebosara de agujeros de gusanos. Las ventanas parecían las órbitas vacías de un cráneo putrefacto. El sendero de piedra cercano había descendido medio pie a causa de los desnudos pies callosos de multitud de generaciones de aldeanos que habían pasado por allí para ser juzgados y castigados, en los viejos días en que alguien se había preocupado por ello. Jonnie nunca había visto un juicio en su vida, y ni siquiera una reunión de ciudadanos.
—El pastor Staffor está adentro —dijo Chrissie. Era una chica delgada, muy bonita, de unos dieciocho años. Tenía grandes ojos negros en extraño contraste con su cabello color trigo. Se había envuelto en una piel de ante muy ceñida, que mostraba sus senos y una buena porción de pierna desnuda.
Su hermanita Pattie, una copia en ciernes de la mayor, se mostró despierta e interesada.
—¿Va a haber un verdadero funeral, Jonnie?
Jonnie no contestó. Bajó de Windsplitter con un solo movimiento gracioso. Tendió la rienda a Pattie, quien, fascinada, se desprendió de la pierna de Chrissie y la cogió. A los siete años, Pattie no tenía padres y apenas un hogar, y el sol salía y se ponía para ella sólo con las orgullosas órdenes de Jonnie.
—¿Va a haber carne y un entierro en un agujero en el suelo y todo eso? —preguntó Pattie.
Jonnie atravesó la puerta, sin prestar atención a la mano tendida por Chrissie para tocar su brazo.
El pastor Staffor estaba despatarrado sobre un montículo de hierba sucia, con la boca abierta por los ronquidos y las moscas volando a su alrededor. Jonnie lo movió con el pie.
El pastor Staffor había visto días mejores. Alguna vez había sido gordo y proclive a la pomposidad. Pero eso había sido antes de empezar a masticar astrágalo… para aliviar los dolores de muelas, según decía. Ahora estaba cadavérico, reseco, casi desdentado, marcado por la mugre incrustada. En las piedras que había junto a su lecho mohoso había bolitas de hierba.
Cuando el pie volvió a empujarlo, Staffor abrió los ojos y, alarmado, se frotó las legañas. Después vio que era Jonnie Goodboy y volvió a dejarse caer, perdido todo interés.
—Levántese —dijo Jonnie.
—Así es esta generación —murmuró el pastor—. No tienen respeto por sus mayores. Ocultándose en los arbustos, fornicando, agarrando para sí los mejores trozos de carne.
—Levántese —dijo Jonnie—. Va a oficiar un funeral.
—¿Un funeral? —gimió Staffor.
—Con carne, sermones y baile.
—¿Quién ha muerto?
—Sabe muy bien quién ha muerto. Estuvo allí al final.
—Oh, sí, tu padre. Un buen hombre. Sí, un buen hombre. Bueno, tal vez fuera tu padre.
Súbitamente, el aspecto de Jonnie pareció peligroso. Estaba de pie allí, tranquilamente, pero usaba la piel de un puma que había matado y tenía la maza colgando de la muñeca. La maza pareció saltar sola hacia su palma.
El pastor Staffor se sentó bruscamente.
—No lo tomes a mal, Jonnie. Es sólo que en estos tiempos las cosas están un poco mezcladas, sabes. Tu madre tuvo tres maridos en uno u otro momento y como en estos días no hay verdaderas ceremonias…
—Será mejor que se levante —dijo Jonnie.
Staffor buscó apoyo en un banco antiguo, deteriorado, y se puso de pie. Comenzó a atar con una cuerda vegetal la piel de ciervo que usaba habitualmente y que, según las evidencias, había usado demasiado tiempo.
—Mi memoria no es tan buena en estos días, Jonnie. En una época recordaba toda clase de cosas. Leyendas, bodas, bendiciones de caza, hasta peleas familiares —y buscaba en torno suyo un poco de astrágalo fresco.
—Cuando el sol esté bien alto —dijo Jonnie— va a reunir a toda la aldea en el viejo cementerio y…
—¿Quién va a abrir el agujero? Para un funeral como se debe tiene que haber un agujero, ¿sabes?
—Yo lo haré —dijo Jonnie.
Staffor había encontrado astrágalo fresco y comenzó a masticarlo. Pareció aliviado.
—Bueno, me alegro de que no sea el pueblo quien deba hacerlo. Diablos, esto está verde. Dijiste carne. ¿Quién va a matarla y cocerla?
—Se está haciendo.
Staffor asintió y después, súbitamente, vio más trabajo por delante.
—¿Quién va a reunir a la gente?
—Le pediré a Pattie que lo haga.
Staffor lo miró reprobatoriamente.
—Entonces no tengo nada que hacer hasta que el sol esté alto. ¿Por qué me despertaste?
Volvió a echarse sobre la hierba sucia y miró rencorosamente a Jonnie, que salía del antiguo recinto.