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Jonnie miraba al monstruo.
Sediento, hambriento y sin esperanza, se sentía a la deriva en un mar de incógnitas.
La cosa había entrado en la jaula, con sus pisadas sacudiendo la tierra, y se había quedado allí un rato, mirándolo, con pequeños destellos de luz en los ambarinos ojos. Después había empezado a vagar por ahí.
Ahora estaba probando los barrotes, sacudiéndolos, a todas luces verificando que estuvieran firmes. Satisfecho, se paseó por el perímetro revisando la basura.
Se quedó un momento mirando las varas que había tratado de hacerle comer a Jonnie. Éste las había apartado tanto como pudo, porque tenían un olor intenso, desagradable. El monstruo las contó. ¡Ajá! Sabía contar.
Pasó un rato examinando el collar y el cable. Y después hizo una cosa muy extraña. Desató el extremo del cable que estaba unido al barrote. Jonnie retuvo el aliento. Tal vez podría llegar a los bultos.
Pero el monstruo sujetó el cable a un barrote cercano. Con indiferencia, hizo un lazo por encima del barrote y se dirigió hacia la puerta.
Allí se quedó un rato, ajustando los alambres que la mantenían cerrada, y no pareció advertir que cuando dio la espalda a la puerta, uno de los alambres se soltó.
El monstruo se fue hacia el recinto y desapareció.
Con la cabeza débil a causa de la sed y el hambre, Jonnie sintió que deliraba. Tenía miedo de esperanzarse, pero le parecía que el cable podía sacarse y el cierre de la puerta podía estar bastante flojo como para abrirla.
Se aseguró bien de que el monstruo se había ido.
Después actuó.
De un tirón soltó el cable del barrote.
Apresuradamente lo enrolló en torno a su cuerpo para quitarlo de en medio y metió el extremo dentro de su cinturón.
Se abalanzó sobre los bultos.
Con manos temblorosas, los abrió. Parte de su esperanza se desvaneció. La vejiga de agua se había roto, probablemente a causa del primer impacto, y sólo estaba húmeda. El cerdo, envuelto en un cuero que había mantenido el calor del sol, estaba muy pasado, y Jonnie era lo bastante inteligente como para saber que no debía comerlo.
Miró la puerta. Lo intentaría.
Sacando del bulto una maza y cuerda comprobó si tenía pedernales en el bolsillo del cinturón y se deslizó hacia la puerta.
No había señales del monstruo.
Los alambres que sujetaban el cerrojo eran terriblemente fuertes. Pero con el tiempo se habían debilitado. Aun así, desgarraron y lastimaron sus manos cuando procuraba febrilmente aflojarlos.
¡Y lo logró!
Se apoyó contra la puerta.
En cuestión de segundos corría a través de los matorrales y pozos, hacia el noroeste.
Se mantenía agachado y aprovechaba cualquier saliente para no ser visto desde el recinto. No obstante, iba rápido.
Tenía que encontrar agua. Su lengua estaba hinchada, los labios resquebrajados.
Tenía que encontrar comida. Su estado de inanición le hacía sentirse en un delirio irreal.
Después tenía que volver a las montañas. Debía impedir que Chrissie fuese a buscarlo.
Jonnie recorrió una milla. Miró detrás de él. Nada. Escuchó. Ningún sonido del insecto, ningún ruido de las pisadas del monstruo sacudiendo la tierra.
Corrió dos millas. Se detuvo y volvió a escuchar. Todavía nada. Se sintió aliviado.
Delante podía ver una planta, una mancha que surgía de un pozo, señal de agua.
Con la respiración jadeante llegó al borde del pozo.
Ninguna escena podía ser más estimulante. Una mancha azul y blanca, el alegre borboteo de un arroyuelo que corría por entre los árboles.
Jonnie se arrojó hacia adelante y un momento después metía la cabeza en el agua incalculablemente valiosa.
Sabía que no debía beber mucho. Siguió enjuagándose la boca. Durante algunos minutos metió y sacó la cabeza y el pecho en la corriente, dejando que el agua lo empapara.
Se había ido el sabor de aquella terrible varilla pegajosa. La frescura y limpieza del arroyo eran casi tan gloriosas como su humedad.
Bebió unos cuantos tragos cautelosamente y después se echó hacia atrás para recobrar el aliento. El día parecía más resplandeciente.
La retaguardia seguía tranquila. Era posible que el monstruo tardara horas en descubrir que se había ido. Volvió a renacer la esperanza.
Lejos, hacia el noroeste, un poco por encima de la curva de la planicie, estaban las montañas. El hogar.
Jonnie miró a su alrededor. En la otra orilla de la corriente había una vieja choza destartalada, con el techo hundido.
Ahora el problema era la comida.
Bebió más tragos de agua y se puso de pie. Asió la maza y atravesó la corriente en dirección a la antigua choza.
No había visto caza mientras corría. Tal vez no la había en las proximidades del recinto. Pero no necesitaba animales grandes. Un conejo bastaría. Lo mejor que podía hacer era ocuparse pronto de esto y seguir su camino.
Algo se movió en la choza. Se deslizó silenciosamente hacia adelante.
Varias ratas grandes salieron en tropel de la choza. Jonnie había empezado a balancear la maza y después se detuvo. Sólo en lo más terrible del invierno alguien comería ratas.
Pero no tenía tiempo y no veía conejos.
Cogió una piedra y la tiró contra la choza. Salieron otras dos ratas y arrojó la maza con fuerza.
Un momento después tenía en la mano una rata muerta, una grande.
¿Se atrevería a encender un fuego? No, no había tiempo para eso. ¿Rata cruda? Ufff.
Cogió de la bolsa un trozo del material afilado, transparente, y volvió junto al agua. Limpió y lavó la rata.
Con hambre o sin ella, llevaba un tiempo morder la carne cruda de la rata. Casi vomitando, masticó y tragó. Bueno, era comida.
Comió muy lentamente para no encontrarse peor de lo que ya se sentía ante la idea de comer rata cruda.
Después bebió un poco más de agua.
Envolvió un último trozo de rata en un fragmento de cuero y lo puso en la bolsa. Con el pie, esparció arena sobre los restos que había dejado.
Se detuvo y, muy erguido, contempló las lejanas montañas. Respiró profundamente preparándose para volver a iniciar la carrera.
Se escuchó un silbido y algo cayó encima de él.
Rodó sobre sí mismo.
Era una red.
No podía librarse.
Cuanto más trataba de soltarse, más enredado quedaba. Miró desesperado en torno a sí.
A través de una abertura, vio de qué se trataba.
El monstruo, sin prisas, avanzaba desde los árboles, sosteniendo la cuerda a la cual estaba unida la red.
La cosa no manifestaba emoción alguna. Se movía como si tuviera todo el tiempo del mundo.
Envolvió a Jonnie en la red, metió el bulto bajo el brazo y comenzó a caminar pesadamente de regreso al recinto.