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Jonnie recuperó el sentido. El golpe del choque lo había desvanecido por un momento. Supuso que estaba cansándose a causa del esfuerzo y el frío. Una sacudida como ésa no hubiera debido dejarlo inconsciente.
Después descubrió que su rodilla izquierda estaba lastimada porque se había golpeado contra la consola, que las uñas de su mano izquierda sangraban a causa de la presión contra los controles y que le dolía la frente. Llegó a la conclusión de que el choque debió de ser más fuerte de lo que creyera.
El agarre magnético funcionaba, pero a pesar de mirarlo le costaba verlo. Se quitó la máscara de aire y descubrió que se había cortado la frente con el borde de la máscara facial y que la sangre se le metía en los ojos. Buscó en la parte de atrás, cogió el extremo de una lona de minería, se enjugó la sangre y limpió la máscara. Ahora podía ver.
El aterrizaje había tenido éxito. Recordó un antiguo chiste que había encontrado en un cartel humorístico de la base: «Un buen aterrizaje es aquél del cual se sale caminando». Bueno, podía caminar, al menos eso esperaba.
La nave había virado. La presión del viento sobre la proa había desaparecido al entrar, pero seguía molestando en la cola. Ésta sobresalía un poco por la puerta pero estaba apoyada contra un costado del marco. ¿Estaría dañado el aparato?
Miró el interior. El receptáculo del motor principal y los dos recintos de equilibrio, a derecha y a izquierda, parecían estar bien. Tendió la mano hacia el cerrojo de la puerta para salir y en ese momento creyó recordar algo. Algo sobre el choque. ¿Qué era? Ah, algo había explotado en el bombardero. Recordaba vagamente haber escuchado una serie de explosiones. Se inclinó hacia la ventana del piloto y la tocó con intención de limpiar un poco de vapor que se había formado. ¡Estaba caliente! Sí, algo había explotado en el bombardero.
Bueno, tal vez ésa fuera una buena señal. Significaba que algo podía romperse allí dentro.
Miró los barriles de gas, vívidos bajos las luces del avión. Parecían intactos. Vio que estaban blindados y que también lo estaban los cables que los sostenían. Desfallecido, miró en torno por las ventanas del avión.
¡Ese lugar estaba tan blindado por dentro como por fuera!
Qué visión tan desagradable. Marcos estructurales muy profundos. Láminas de pavimentos sólo para carga, con hendiduras a ambos lados del pasillo. Abrazaderas en cruz. Hacia la cola había una serie de agujeros como los de una colmena… ah, espacios adicionales para barriles de gas. La cosa sólo estaba llena en su tercera parte. Pero era suficiente, más que suficiente para aniquilar cualquier lugar adonde fuera.
¿Cuánto tiempo tenía? Miró el reloj, pero estaba roto. En aquellos aviones de combate no había relojes; los relojes estaban metidos en los cajones de las consolas y de todos modos no tenían diales. Sólo había diales que marcaban períodos de tiempo en el tablero de instrumentos. Comprendió que no tendría modo de saber cuándo terminaba el silencio radial. Trató de calcularlo por la salida del sol, pero no sabía dónde estaba, salvo que se hallaba a algunas horas de Escocia. De pronto advirtió que divagaba. ¿Todavía un poco aturdido?
Se puso la máscara y se aseguró de que estaba intacta por si algún barril se había roto con el choque, cosa que dudaba. Revisó todo y miró si el revólver explosivo de Terl seguía allí. Sí, había caído al suelo. Podía necesitarlo para tratar de cortar los cables. Lo puso en el cinturón y salió del avión.
El rugido de los motores era ensordecedor. El viento del Ártico se arremolinaba en la puerta. La noche yacía como un profundo pozo debajo de ellos.
Examinó los barriles. No, el avión ni siquiera los había tocado.
A juzgar por su aspecto, nada podía tocarlos. Estaban cubiertos con la costra de la decrepitud. Encontró una fecha medio borrada, una fecha psiclo. ¡Esas cosas provenían del ataque original! ¿Habrían sobrado? ¿No se habrían utilizado en el ataque? No, era otra fecha. Las habrían rellenado unos veinticinco años después. La esperanza de que estuvieran vacíos desapareció. Realmente servían.
¿Dónde estaban los controles de esta cosa? Ah, delante. Sería mejor echarles una mirada. Podría existir la posibilidad de cambiar el programa y, en último extremo, aflojar los cables.
Caminó siguiendo las láminas. Las luces de su avión brillaban en el frente.
Allí estaba la caja de programa. Un «programa preestablecido», y allí estaba la consola donde se introducían. La consola era sólida. Como una apisonadora. Miró la caja del programa. Habitualmente, se metían las cintas por el costado y se cerraba la caja. Aquí también, pero ¿y ésta?
Era blindada.
Tenía una cerradura. Miró a su alrededor pero no vio ninguna llave.
¿Los cables? Todos blindados, e incluso entraban en la caja con conexiones blindadas.
Había mugre por todas partes. ¡Señor, qué vieja era esta cosa! Sólo estaba limpio en las inmediaciones de la caja. Suponía que la habrían limpiado para programarla.
Lo preocupaba un vago sentimiento de intranquilidad. Totalmente aparte de sus intenciones de detener el bombardero, había algo peculiar en ese lugar. Miró hacia el avión. Los profundos nichos entre los marcos estaban en completa oscuridad.
Zzt, invisible en un nicho apenas a seis pies de distancia, se había agazapado en su desesperación. Su cabeza era un torbellino. ¿Qué sabía acerca de los tolnepas? Poco después de licenciarse en el Colegio de Mecánica de Psiclo, había hecho una gira laboral por Archiniabes, donde la compañía tenía minas. Estaba en este universo. La estrella del sistema era la estrella doble que a veces veía en este planeta durante el invierno; la estrella más pequeña de las «pesas» era tan densa, que media pulgada cúbica pesaría aquí una tonelada. Una incursión tolnepa había aniquilado una mina. Venían de algún lugar cerca del racimo de estrellas que veía con frecuencia aquí. Habían conseguido dominar el tiempo, podían congelarlo, y entonces sus naves hacían largos viajes de piratería. La compañía había analizado varios de los cuerpos muertos. ¿Qué recordaba acerca de ellos? ¿Qué punto débil? Sólo recordaba los puntos fuertes. Su mordisco inoculaba un veneno mortal. Tenían una densidad corporal comparable a la del hierro. Eran inmunes al gas psiclo. No se los podía matar con un rifle explosivo ordinario. ¿Y los puntos débiles? Si no conseguía recordarlos, jamás saldría vivo de allí. Nunca.
Aquél pasaba ahora junto a él. Se encogió contra el forro del aparato. No lo vio en esa oscuridad.
Después lo recordó. ¡Los ojos! Por eso usaban siempre máscaras faciales. Veían sólo en infrarrojo y necesitaban un filtro. Si se los sometía a una luz de onda más corta quedaban totalmente ciegos, y sólo se los podía matar con armas de rayos ultravioletas. Eran intensamente alérgicos al frío y tenían una temperatura corporal de unos doscientos grados… ¿o eran trescientos? No tenía importancia, se había acordado. Eran los ojos. Sin la máscara facial, aquella criatura estaría ciega.
Zzt planeó todo cuidadosamente. En el momento en que tuviera una oportunidad, le arrebataría la máscara, saltaría hacia adelante y le arrancaría los ojos con las garras, evitando de alguna manera sus venenosos dientes. La pata de Zzt se deslizó hacia el costado de una bota y sacó la enorme llave inglesa. Podía arrojarla como un proyectil. ¡No golpees el cuerpo, sino el costado de la máscara!
Zzt sacó entonces del bolsillo el espejito redondo con el largo mango que usaba para mirar la parte trasera de las conexiones o debajo de los cojinetes. Cautelosamente pasó el espejo por el borde del marco, rogando a las nebulosas que la cosa no lo viera. Empezó a vigilar a la criatura.
A Jonnie le resultaba muy difícil caminar en el oscilante bombardero. Las láminas del suelo no se habían hecho para caminar sobre ellas y tenían hendiduras a ambos lados.
Fue hasta el extremo trasero del aparato; todo un paseo. Miró la extraña colmena. Eran rejillas para carga adicional. Se deslizó por el portillo de entrada. Tal vez allí dentro habría algunos cables o algo que se hubieran descuidado. Apenas pudo pasar por el portillo y se preguntó cómo lo lograría un psiclo, hasta que comprendió que era sólo para cargar los anaqueles con barriles. Torpe. Sólo anaqueles, un mal diseño. Los portillos estaban en el centro y a cada lado había sólo mamparos lisos. Allí no había nada más.
Regresó hacia el otro extremo. Se detuvo cerca del avión y se puso a reflexionar. No conseguía ver nada que pudiera cortarse, nada que pudiera volarse. Podía incluso hacer estallar su avión aquí dentro y no sucedería nada.
No tenía controles. El bombardero no había sido hecho para conducirlo, sino sólo para programarlo y enviarlo. Ni siquiera el control remoto que le había mostrado Terl podía hacer nada ahora.
Rodando como un inmenso y torpe borracho, la cosa prosiguió su camino llevando la muerte en sus fauces. Insensato, invulnerable.
Otra vez tenía dificultades para ver. Al entrar en aquel agujero de atrás y golpearse la máscara, la sangre había vuelto a fluir. Se llevó las manos a la máscara, volviéndose de lado para contrarrestar la corriente de aire. Estaba buscando el borde de la chaqueta para limpiarse.
¡El impacto de una bala golpeó la máscara!
Ésta voló de sus manos.
Algo había estado a punto de romperle el pulgar izquierdo.
Hubo un movimiento a unos treinta pies de distancia.
El entrenamiento montañero y su vida de cazador habían perfeccionado las reacciones de Jonnie.
La acción de caer sobre una rodilla, sacar y disparar el revólver explosivo, no requirió más de un tercio de segundo.
Disparó contra la masa que había empezado a avanzar en su dirección. Los disparos la hicieron retroceder a la fuerza.
Disparó una y otra vez.
La cosa, fuera lo que fuese, regresó a la protección de los marcos estructurales de la nave, cerca del programador.
Había algo o alguien allí, con él. Al ir hacia la caja de programas había pasado dos veces por su lado.