5

Jonnie y Ker estaban ocupados en transportar máquinas y equipo de minería a la «base defensiva». La orden la había dado Terl esa mañana temprano.

El avión de transporte de maquinaria estaba aparcado con las puertas entreabiertas y las rampas bajas, en campo abierto, cerca de los aviones de guerra.

Un Zzt notablemente sumiso revisaba una máquina perforadora mientras Ker la hacía ascender por la rampa. Levantó las rampas y cerró las puertas.

Jonnie se sujetó al asiento del copiloto y Ker se deslizó detrás de los controles. El carguero se levantó bruscamente y se dirigió hacia el oeste. Ker volaba bajo y mantenía el avión firme, porque la maquinaria no estaba atada.

Jonnie ni siquiera miró el terreno; habían hecho este corto viaje varias veces. Estaba cansado. Durante una semana había estado practicando vuelo durante el día y estudiando durante la noche, y comenzaba a resentirse de ello.

Sin embargo, el dolor de cabeza tenía que ver con el texto El teletransporte en relación con el vuelo de reconocimiento tripulado. La parte referida al vuelo era mucho menos interesante que la dedicada al teletransporte. Sentía que si podía comprender eso, podría hacer algo para evitar lo que sabía que llegaría algún día.

Las matemáticas del texto estaban fuera del alcance de su comprensión. Eran matemáticas psiclo, mucho más avanzadas que las que él había estudiado. Los símbolos le hacían dar vueltas la cabeza.

La sección histórica que había al comienzo era esquemática. Afirmaba simplemente que cien mil años atrás un físico psiclo llamado En había desenredado la madeja. Antes de eso, se creía que el teletransporte consistía en convertir energía y materia en espacio y después reconvertirlas en otro lugar, haciéndolas reasumir su forma natural. Pero esto nunca se había probado. Aparentemente, En había descubierto que el espacio podía existir con total independencia del tiempo, la energía o la masa, y que todas estas cosas eran en realidad cosas separadas. Sólo combinadas formaban un universo.

El espacio sólo dependía de tres coordenadas. Cuando se dictaba una serie de coordenadas espaciales, se modificaba el propio espacio. Cualquier energía o masa contenida en ese espacio se movía, en consecuencia, cuando se movía el espacio.

Tratándose de un motor como el de este carguero, se trataba de un recinto cerrado en el que podían cambiarse las coordenadas espaciales. A medida que las coordenadas cambiaban, el recinto era obligado a seguirlas, y esto producía la potencia del motor. Esto explicaba por qué estos aviones se manejaban mediante un tablero y no por un impulso a través del aire. No necesitaban tener alas o controles. Unos recintos mucho más pequeños que había en la cola y a los lados contenían series de coordenadas similares que les permitían ascender y bajar. En el motor principal iban agregándose progresivamente series de coordenadas, y entonces sencillamente se adelantaba o retrocedía a medida que el espacio contenido ocupaba por turno cada serie.

El teletransporte a grandes distancias funcionaba de la misma manera. Se sujetaban al espacio la materia y la energía, y cuando este espacio se cambiaba por otro, aquéllas cambiaban también. De este modo, parecía que la materia y la energía desaparecían de un lugar y aparecían en otro. En realidad no cambiaban; sólo el espacio cambiaba.

Ahora Jonnie comprendía cómo habían atacado la Tierra. Informados de alguna manera de su existencia, tal vez por una estación psiclo en este universo, lo único que habían tenido que hacer los psiclos era pescar en sus coordenadas.

Evidentemente, usaban un grabador de algún tipo. Enviaban el grabador con una serie de coordenadas de prueba, después lo recuperaban y miraban las fotografías. Si el grabador se desvanecía, sabían que lo habían enviado dentro de la masa del planeta. En ese caso sólo tenían que ajustar las coordenadas para hacer una nueva prueba.

De ese modo habían enviado el gas letal. Cuando se hubo disipado, lo sustituyeron con psiclos y armas.

Así era cómo habían barrido y conquistado la Tierra. Pero eso no le decía cómo invertir el proceso. Cualquier estación psiclo podía teletransportar más gas e incluso un ejército a la Tierra, a voluntad. Éste era el aspecto que le producía dolor de cabeza.

—No estás muy conversador —dijo Ker, describiendo un círculo para aterrizar en la antigua base defensiva y yendo muy lentamente a causa de la maquinaria suelta.

Jonnie salió de su ensueño. Señaló la cámara que tenía en torno al cuello.

—Olvídalo —dijo Ker, para su sorpresa—. Sólo cubren un radio de unas dos millas —y señaló la solapa de su chaqueta de trabajo.

Una cámara mucho más pequeña, que llevaba el símbolo de la compañía, le servía realmente como un botón.

—¿No cinco millas o más? —preguntó Jonnie.

—¡Qué va! —dijo Ker—. Las medidas de seguridad de esta compañía son una lástima. En este avión no hay grabador; lo revisé. ¿En nombre de qué partido asteroide traemos esa maquinaria a esta vieja base? —y miró abajo—. De todos modos, ni siquiera parece una base.

Y no lo parecía. Eran sólo unos edificios, ni siquiera tenía campo de aterrizaje. No se veían casamatas. En un extremo había una extraña serie de cosas puntiagudas.

—Es Terl quien da las órdenes —dijo Jonnie, resignado.

—Demonios, no. Éstas no fueron órdenes de Terl. Yo las vi. Estaban firmadas por el director del planeta. Terl incluso se quejaba. Dijo que se preguntaba si el viejo Numph no se habría salido de sus computadoras.

Esto proporcionó a Jonnie nuevos datos, pero no los que Ker creía. Terl estaba borrando su rastro. Éste era un proyecto de Terl. El asunto lo inquietaba.

—Se supone que este material —dijo Ker, haciendo un gesto con la cabeza— es de prácticas. ¿Pero para quién? Es equipo minero en perfectas condiciones. Agárrate, vamos a aterrizar —y apretó los botones de la consola.

El carguero bajó y aterrizó fácil y equilibradamente.

Ker se puso la máscara.

—Y otra cosa curiosa. En ninguna de estas maquinas hay gas respiratorio. Sólo lo que queda en los tanques. Eres el único que conozco que puede operar con estas máquinas sin gas respiratorio en las cúpulas. ¿Vas a manejarlas? —y rió—. ¡Te pelarás el culo! Vamos a descargar.

Pasaron la hora siguiente alineando las máquinas en un campo abierto cerca del mayor de los edificios. Había perforadoras y plataformas volantes, rollos de cables, redes para metal, máquinas de palas y un solo camión de transporte. Sumándolas a lo que habían llevado antes, había más de treinta máquinas.

—Vamos a ver esto —dijo Ker—. Hemos ido rápidos. ¿Qué hay en ese edificio grande?

Consistía sólo en habitaciones y más habitaciones. Todas tenían literas y armarios. Había lo que podían haber sido lavabos. Ker merodeaba en busca de botín, pero las ventanas rotas, el viento y la nieve no habían dejado mucho. El polvo y la basura lo cubrían todo.

—Ya lo han revisado —fue la conclusión de Ker—. Miremos en otra parte.

Ker se metió por la entrada de otro edificio. Jonnie comprendió que había sido una biblioteca, pero sin la protección chinko no quedaban más que papeles sueltos. Mil generaciones de cucarachas habían cenado con papel.

Había una estructura curiosa, rota, que alguna vez había tenido diecisiete puntas (Jonnie las contó) y parecía haber sido una especie de monumento. Ker entró por una puerta que ya no estaba. Todavía colgaba de la pared una cruz.

—¿Qué es esa cosa? —preguntó Ker.

Jonnie sabía que era la cruz de una iglesia. Se lo dijo.

—Una cosa graciosa para tener en una base —dijo Ker—. ¿Sabes?, no creo que esto fuera una base. Se parece más a una escuela.

Jonnie miró a Ker. Era posible que pudiera considerarse algo tonto a Ker, pero había dado en el clavo. Jonnie no le dijo que por todas partes había carteles que ponían «Academia de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos».

Regresaron al carguero.

—Apuesto a que estamos fundando una escuela —dijo Ker—. Apuesto a que eso es lo que estamos haciendo. ¿Pero a quién van a enseñar? Con toda seguridad, no a psiclos, sin gas respiratorio. Sube las rampas, Jonnie, y salgamos de aquí.

Jonnie lo hizo, pero no trepó a la cabina. Miró a su alrededor buscando agua y madera para hacer leña. Tenía la impresión de que acamparía aquí. Sí, había un arroyuelo que descendía de un cercano pico cubierto de nieve. Y en los árboles había madera más que suficiente.

Salió y miró la trinchera donde se había librado la última batalla contra los psiclos. La hierba era alta y ondulaba con el solitario silbido del viento.

Trepó a la cabina del carguero, muy preocupado.

Campo de batalla: la Tierra. El enemigo
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