Parte 12

1

La sala recreativa del recinto estaba totalmente iluminada y había un gran estrépito. Estaba totalmente atestada de psiclos, borrachos en su mayor parte. Era una gran fiesta en la tarde del transbordo semestral. Char y otros dos ejecutivos volvían a casa.

Era algo para celebrar: el final de la gira laboral en aquel maldito planeta. Los camareros corrían con seis u ocho cazos de kerbango en cada pata. Las empleadas psiclo, liberadas del sometimiento al decoro que era su destino habitual, bromeaban y recibían palmadas en el trasero. Ya habían empezado y terminado un par de peleas sin que nadie llegara a descubrir la causa. Los juegos de azar y puntería eran una madeja de confusión desorganizada.

A los ejecutivos que partían se les hacía objeto de chistes obscenos e indecentes: «¡Brinda por mí en la Garra, en la ciudad imperial!». «No compres más esposas de las que puedas manejar en una noche», «¡Diles una o dos cosas a los de la oficina central sobre lo que es estar aquí, malditos sarnosos!».

La atmósfera era tan cordial que hasta Ker había sido invitado, y el enano estaba sentado, pomposamente, tratando de arbitrar en una competición para ver cuántos mordiscos por minuto podía darse a un cazo teniendo las patas atadas a la espalda.

Cinco ejecutivos entonaban un estribillo escolar que decía: «Psiclo, Psiclo, Psiclo, mátalos, mátalos, mátalos», una y otra vez, sin melodía, pero en voz alta.

Abajo, detrás de la plataforma de disparo, un cortejo de cascos de caballos, envueltos en pieles, salía silenciosamente de un barranco y atravesaba la oscuridad en dirección a la morgue, sin luces. El resplandor verdoso del recinto no alcanzaba a mostrarlos. Se escuchó un débil tintineo de metal cuando Angus Mac Tavish abrió la puerta de la morgue con una llave maestra.

Char estaba muy borracho; borracho y vacilante. Caminó tambaleándose hacía Terl… que parecía borracho, pero estaba sobrio de una manera fría y tensa.

Esha esh una buena idea —dijo Char.

Era un borracho malicioso, y cuanto más bebía, más malicioso se ponía.

—¿Cuál? —dijo Terl a través del estrépito.

Deshirles una o dosh cosas a los de la ofishina shentral —hipó Char.

Terl se quedó muy quieto. Char no vio sus ojos, entrecerrados y ardientes. Después, con un balbuceo ebrio, Terl dijo:

—Tengo un pequeño regalo para ti, Char. Ven un momento afuera.

Char levantó los ojos.

—No tengo máshcara.

—Hay máshcaras junto a la salida del puerto —dijo Terl.

Sin ser observado por los demás, Terl lo condujo al vestíbulo y allí se pusieron desordenadamente las máscaras. Terl atravesó el puerto atmosférico arrastrando detrás de sí a Char.

Terl lo llevó cerca de las jaulas del zoo. No había ningún fuego encendido. Era demasiado tarde. Frente a la jaula no había bultos. El fresco primaveral del exterior despejó un poco a Char, que volvió a ponerse agresivo.

—Animales —dijo—. Tú eres amante de los animales, Terl. Nunca me gustaste, Terl.

Terl no lo escuchaba. ¿Qué había allá abajo, en la morgue? Miró con más atención. ¡Allí abajo había animales!

—¡Eres terriblemente listo, Terl, pero no lo bastante para engañarme a mi!

Terl dio un par de pasos hacia la morgue, tratando de ver en la oscuridad, Sacó una linterna de bolsillo y la encendió en esa dirección. ¿Piel color castaño? Era difícil de ver.

Después lo vio mejor. Una pequeña manada de búfalos. Ya hacía días que se trasladaban hacia el norte. Mezclados con algunos caballos. Apagó la linterna. Los cascos en movimiento eran golpeteos lejanos, apagados. Más fuertes eran los tirones y crujidos de los nuevos pastos, que la manada tironeaba en su camino. En alguna parte ululaba un búho. Los habituales contrasentidos de aquel maldito planeta. Volvió su atención a Char.

Terl pasó el brazo en torno a los hombros de Char y lo hizo retroceder hasta un punto en el que los círculos de las cúpulas del recinto formaban un hueco al encontrarse. Allí estaba muy oscuro, ocultos a todas las miradas.

—¿Qué es lo que no te engañó, amigo Char? —preguntó Terl. El búho ululó otra vez.

Terl miró a su alrededor. No había ningún punto desde el cual pudieran verlos.

Char estaba riendo burlonamente.

—El humo de la cabeza explosiva —dijo, acercando su máscara a la de Terl.

Se tambaleó y Terl lo sostuvo.

—¿Qué pasa con eso? —preguntó Terl.

—En la oficina de Numph no explotó ninguna arma explosiva. Era un detonador. ¿Crees que un viejo minero como yo puede confundir el olor de una arma explosiva con el de una cabeza explosiva?

La pata de Terl se movía hacia la parte trasera de su cintura, bajo la chaqueta. Había estado tratando de encontrar una razón para lanzar el bombardero dentro de dos días. De pronto la tenía y sin inquietar tampoco a los poderes psíquicos.

—El nombramiento de Ker, esa miserable excusa, apenas unas horas antes. ¡Oh! —exclamó el hostil Char—. Eres lo bastante inteligente para algunos, pero yo veo a través de ti, Terl, veo a través de ti.

—¿Por qué? ¿Qué piensas de eso? —preguntó Terl.

—¡Pensar! ¡No tengo tiempo para pensar! Cuando llegue a casa podré decirles una o dos cosas. No eres tan listo, Terl. ¿Crees que no conozco la diferencia entre un humo y otro? ¡Y cuando llegue a casa todos estarán de acuerdo conmigo!

Terl hundió diez pulgadas del cuchillo de acero inoxidable en el corazón de Char. Era el cuchillo que Jonnie le había dado a Chrissie.

Dejó caer lentamente el pesado cuerpo al suelo. Cogió un trozo de lona alquitranada que había cerca y lo tapó.

Después regresó a la jaula y miró adentro. Las muchachas dormían.

La manada de búfalos seguía pastando tranquilamente junto a la morgue.

Terl regresó adentro. Aquella noche tenía más cosas que hacer, pero en ese momento lo importante era que nadie en la fiesta se diera cuenta de que había estado ausente. Se unió a los psiclos que cantaban. Estaban muy borrachos.

Abajo, en la morgue, los hombres se movían cuidadosamente para no asustar a los búfalos que habían traído desde las praderas. Los caballos ya habían sido descargados y se habían ido.

Nadie había observado el asesinato de Char. Era imposible acercarse tanto a las cúpulas sin ser visto. Los que estaban en la morgue continuaron con su trabajo, ignorantes de que un nuevo factor había entrado en sus planes, un factor que no conocían y no habían previsto.

La fiesta de despedida continuó ruidosamente, sin que nadie advirtiera que faltaba el invitado de honor.

Campo de batalla: la Tierra. El enemigo
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