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Terl se levantó de un salto, alegre y enérgico. Cogió algunos bultos y equipo.

Seguía teniendo un programa, pero era distinto. Atravesó el complejo y entró en la oficina del jefe del planeta. Los asistentes habían terminado de limpiar la sangre, pero quedaban algunas manchas. La atmósfera tenía un olor penetrante a causa de los líquidos limpiadores.

Allí estaba Ker. El psiclo enano se veía un poco extraño y deprimido, perdido en la inmensidad de la silla, detrás de la vasta yarda cuadrada del escritorio.

—Buenas tardes, su planetaridad —canturreó Terl.

—¿Quieres cerrar la puerta, por favor? —dijo débilmente Ker. Terl sacó una sonda que llevaba debajo del brazo y la pasó para asegurarse de que nadie había «cargado» el lugar durante la noche. Apenas le importaba. ¡Se sentía libre!

—No soy muy popular —dijo Ker—. Hasta ahora la gente no me ha tratado con demasiada cortesía. Se preguntan por qué Numph me nombró suplente suyo. Yo también me lo pregunto. Soy un funcionario de operaciones, no un administrador. Y ahora, de pronto, soy jefe del planeta.

Terl se acercó con una hermosa sonrisa en sus huesos bucales.

—Ahora voy a decirte algo, Ker, que en caso necesario negaré enfáticamente haber dicho. No hay registro y tú olvidarás esta conversación.

Ker se puso instantáneamente alerta. Como endurecido criminal que era, sabía que no se podía confiar en un jefe de seguridad. Se retorció en la silla, que era demasiado grande para él.

—No fue Numph quien te nombró —dijo Terl.

¡Ker prestó mucha atención!

—Yo lo hice —dijo Terl—. Y en la medida en que hagas exactamente lo que yo te diga, sin decirle nada a nadie, todo irá bien. Más que bien. ¡Maravilloso!

—El día noventa y dos enviarán otro jefe de planeta —dijo Ker—. Quedan sólo dos meses. Y si he hecho algo malo, él lo descubrirá… sí, y también puede descubrir que hay ciertos universos donde no soy bien venido.

—No, Ker, no creo que te reemplacen. En realidad, estoy muy seguro de que no te reemplazarán. Este puesto será tuyo durante años.

Ker estaba fatigado y desconcertado, pero Terl parecía tan seguro que escuchó con cuidado.

Terl abrió un sobre y agitó las pruebas que había reunido contra Numph. Ker las miró mientras sus ojos se abrían lentamente.

—Una estafa de un millón de créditos anuales —dijo Terl—. De los cuales Numph obtenía la mitad. No sólo estarás aquí durante años sino que cuando vayas a casa serás lo bastante rico para limpiar tus antecedentes y vivir con lujo.

El psiclo enano lo estudió. En principio resultaba algo difícil de captar. Nipe, el sobrino de Numph, acreditaba la paga completa a los empleados del planeta, pero en realidad sustraía la mitad de la paga y todas las primas, poniéndola en cuentas privadas para su uso y el de Numph. Finalmente comprendió eso. Lo que tenía que hacer era continuar negando las primas y pagando sólo la mitad.

—¿Por qué haces eso? —preguntó Ker—. ¿Sacas tajada de aquí? ¿Es eso?

—Oh, no, yo no quiero siquiera un cuarto de crédito de eso. Es todo tuyo. Por supuesto, sólo lo hago porque soy tu amigo. ¿No te he protegido siempre?

—Ya tienes bastante con qué chantajearme como para hacer que me vaporicen —dijo Ker—. ¿Por qué agregas esto?

—Vamos, Ker —dijo reprobadoramente Terl, y decidió que era el momento de presionar—: Quiero que emitas toda orden que yo te dé y que dentro de seis meses me des una orden para irme a casa.

—Está bien —dijo Ker—. Puedo incluso ordenar que no se den contraórdenes a tus órdenes. Pero sigo sin comprender por qué no van a reemplazarme dentro de dos meses.

Terl entró de lleno en los negocios.

—Éste es el código que utilizaba Numph. Los números de los vehículos en uso. No te reemplazarán. Nipe, el sobrino, tiene influencia. Éste es tu primer mensaje en clave para Nipe —y lo depositó sobre el escritorio, recordándose que debía destruir su versión manuscrita en cuanto Ker lo hubiera codificado.

El mensaje decía: «Numph, asesinado por criminal fugitivo. Creada situación nueva. Me nombró especialmente para que continuara. Los arreglos son los de siempre. Deposite mi parte en mi cuenta numerada de la Compañía de Seguros Galaxia. Condolencias. Por una feliz asociación futura. Ker».

—No tengo una cuenta numerada —dijo Ker.

—La tendrás, la tendrás. Tengo preparados todos los papeles y saldrán con el próximo transbordo. A prueba de tontos.

Ker volvió a leer el mensaje. Por primera vez desde que se habían producido los asesinatos, comenzó a sonreír. Se echó hacia atrás y pareció agrandarse. De pronto se inclinó y estrechó la pata de Terl, simbolizando con ello un gozoso acuerdo.

Cuando Terl lo dejó, Ker se había hinchado tanto que prácticamente llenaba la silla.

El único temor que le quedaba a Terl cuando se fue para cumplir con el paso siguiente, era que el estúpido enanito se excediera y, en su pomposidad, cometiera algún error payasesco. Pero lo vigilaría. Lo vigilaría de cerca. ¿Y a quién le importaba lo que le sucediera a Ker una vez que Terl se hubiese ido del planeta? Cualquier alianza potencial entre Jonnie y Ker quedaba totalmente eliminada.

Campo de batalla: la Tierra. El enemigo
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