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—Veo que ha adquirido más animales —dijo Numph quejumbrosamente la tarde siguiente.
Con un poco de persuasión, un alegre Terl había conseguido la entrevista. No era popular entre el equipo de la oficina de Numph. Y, decididamente, tampoco parecía ser muy popular con Numph.
El director planetario estaba sentado detrás del escritorio tapizado. No miraba a Terl, sino que contemplaba con disgusto el impresionante panorama de las distantes montañas.
—Tal como usted lo autorizó —dijo Terl.
—Hmmm —dijo Numph—. ¿Sabe?, realmente no veo señales de ese motín suyo.
Terl se había cubierto con una prudente pata los huesos de la boca. Numph lo notó y lo miró de frente.
El jefe de seguridad había llevado algunos papeles y equipo. Ahora levantó una garra admonitoria, se agachó y cogió el equipo.
Numph lo miró mientras el jefe de seguridad pasaba una sonda por toda la oficina, por las curvadas juntas de la cúpula, junto a los bordes de la alfombra, por encima del escritorio y hasta debajo de los brazos de las sillas. Cada vez que Numph se disponía a hacer una pregunta, Terl levantaba una garra para evitarlo. Era evidente que el jefe de seguridad estaba cerciorándose de que no había cámaras o diafragmas pictógrabadores en ningún sitio.
Terl miró del otro lado de la cúpula y examinó cuidadosamente el exterior. No había nadie. Finalmente, sonrió confiado y se sentó.
—No me gusta el ruido de ese vuelo de reconocimiento todas las mañanas —dijo Numph—. Me produce dolor de cabeza.
Terl tomó nota.
—Cambiaré de inmediato su curso, su planetaridad.
—Y esos animales —dijo Numph—. Realmente, está haciendo un verdadero zoológico allí fuera. ¡Esta mañana Char me dijo que había agregado seis más!
—Bueno, en realidad —dijo Terl— el proyecto exige más de cincuenta. También algunas máquinas para entrenarlos y autorización…
—¡Rotundamente no! —dijo Numph.
—Ahorrará a la compañía una gran cantidad de dinero y aumentará los beneficios…
—Terl, voy a emitir una orden para vaporizar esas cosas. Si la oficina central llegara a enterarse…
—Es confidencial —dijo Terl—. Es una sorpresa. ¡Qué agradecidos estarán cuando vean encogerse los sueldos y las primas y expandirse los beneficios!
Numph frunció el ceño, sintiéndose en terreno seguro. Terl sabía cuál era el error que había cometido antes. Libre de hacer lo que deseaba, Numph hubiera aumentado enormemente la cantidad de personal traído desde Psiclo. Cada empleado extra contribuiría a abultar en gran medida su bolsillo.
—Tengo otras maneras de aumentar los embarques de metal —dijo Numph—. Estoy considerando la posibilidad de duplicar la fuerza de trabajo con empleados del planeta central. Allá hay mucho desempleo.
—Pero eso reducirá los beneficios —dijo Terl con toda inocencia—. Usted mismo me dijo que en este momento los beneficios presentaban problemas.
—A más metal, más beneficios —dijo Numph, beligerante—. Y cuando lleguen, se los pondrá a medio sueldo. Es mi última palabra.
—Bueno, estas autorizaciones que tengo aquí —continuó Terl, impasible— para entrenar fuerza de trabajo nativa, indígena…
—¿Me ha escuchado? —dijo Numph, enojado.
—Oh, sí, lo oí —dijo Terl, sonriendo—. Mi preocupación es la compañía y el aumento de los beneficios.
—¿Quiere insinuar que no es también la mía? —lo desafió Numph.
Terl puso los papeles sobre el escritorio, frente a Numph. Al comienzo, el director planetario intentó apartarlos con la pata. Después se quedó súbitamente quieto, congelado. Miró. Sus patas empezaron a temblar. Leyó la estimación de beneficios. Leyó la ausencia de información real de pagos, señalada con un círculo. Leyó los números de los vehículos y también el mensaje: «No hay quejas. La diferencia bancaria es la de siempre».
Numph levantó la vista hacia Terl. Un terror fascinado, helado, apareció en sus ojos.
—Según el reglamento de la compañía —dijo Terl—, tengo derecho a reemplazarlo.
Numph miraba fijamente el revólver en el cinturón de Terl. Estaba hipnotizado por la impresión.
—Pero en realidad a mí no me interesa mucho la administración. Puedo comprender que alguien en su posición, que vaya haciéndose viejo y no tenga futuro, encuentre maneras de resolver sus problemas. Soy muy comprensivo.
Los aterrorizados ojos de Numph se fijaron en el pecho de Terl, esperando.
—Los crímenes cometidos por alguien en el planeta central no son de mi incumbencia —dijo Terl.
Hubo una chispa en los ojos de Numph. Incredulidad.
—Usted siempre ha sido un buen administrador —continuó Terl—. Sobre todo porque deja que otros empleados hagan exactamente lo que les parezca más adecuado a los intereses de la compañía.
Recogió las pruebas.
—Por miramiento hacia usted, estos papeles se guardarán donde nadie pueda verlos… a menos que me suceda algo, por supuesto. No informaré de esto a la oficina central. No sé nada. Aun si usted dice que lo sé, no habrá pruebas y no lo creerán. Si lo vaporizan a causa de esto, será totalmente por errores que cometa en otros campos. Eso no me incluirá.
Terl se puso de pie, seguido por los angustiados ojos de Numph.
En el escritorio de Numph apareció una inmensa pila de formularios de pedido y órdenes.
—Esto es para su firma —dijo Terl.
Estaban en blanco. No tenían fecha. Eran formularios de la oficina del director planetario.
—Pero están en blanco —empezó a decir Numph—. Podría poner cualquier cosa aquí. ¡Dinero personal, máquinas, minas, cambio de operaciones, hasta transferirse a si mismo a otro planeta! —Pero la voz le fallaba y en seguida comprendió que su cerebro tampoco estaba funcionando bien.
Le puso la pluma entre las garras y durante los quince minutos siguientes Numph escribió su nombre una y otra vez, lentamente, casi como si estuviera sonámbulo.
Terl recogió el fajo de papeles firmados. ¡Se aseguraría muy bien de que no desapareciera ninguno que no estuviera lleno!
—Todo por el bien de la compañía —dijo Terl. Estaba sonriendo. Puso los papeles en un portafolios con cierre de seguridad, colocó la prueba en un gran sobre y recogió su equipo—. Despedirle a usted sería arruinar la carrera de un valioso empleado. Como amigo suyo, lo menos que puedo hacer es tratar de disminuir el daño hecho a la compañía. Me complace decirle que no corre peligro de ninguna clase por mi parte. Debe creerme. Soy un fiel empleado de la compañía, pero protejo a mis amigos.
Hizo una pequeña reverencia y se fue.
Numph se quedó sentado como un montón de metal inservible, sin nervios, incapaz de reaccionar.
Un solo pensamiento daba vueltas y vueltas en su cabeza. El jefe de seguridad era un demonio intocable, un demonio que, a partir de entonces y para siempre, podía hacer exactamente lo que deseara. Ni por un momento pensó Numph en tratar de detenerlo. Estaba y siempre estaría en su poder. Se sentía demasiado paralizado como para pensar siquiera en advertir a Nipe. Desde ese momento, Terl sería el verdadero director de este planeta y haría lo que se le antojase.