6

Jonnie dejó el libro y se puso de pie, estirándose. En el aire había más que el olor de la primavera. La nieve se había diluido y sólo se veía en lugares sombreados. El aire era de cristal, el cielo de un azul perfecto. En sus miembros y músculos había una naciente tensión. Una cosa era estar atrapado en invierno. Otra muy distinta era estar sentado en una jaula en primavera.

Vio lo que lo había distraído unos momentos antes. Terl se acercó a la jaula conduciendo un tanque largo, reluciente, negro. Ronroneaba suavemente, escondiendo un terrible poder detrás de las bocas de las armas y los portillos rasgados.

Terl dio unos botes y el suelo tembló. Estaba muy jovial.

—Ponte tus ropas, animal. Vamos a dar un paseo.

Jonnie estaba vestido con pieles de ante.

—No, no, no —dijo Terl—. ¡Ropas! No cueros. Apestarás mi nuevo coche de superficie. ¿Qué te parece?

Jonnie se puso alerta. Si Terl pedía opinión o admiración no era el Terl que él conocía.

—Estoy vestido —dijo Jonnie. Terl estaba abriendo el cerrojo de la jaula.

—Oh, bueno, ¿qué diferencia hay? Si tú puedes soportarlo, yo también. Coge tu máscara de aire. Estarás dentro y no tengo intención de apresurarme. Trae tus mazas también.

Ahora Jonnie estaba alerta. Se puso el cinturón y una bolsa con pedernales y los trozos de cristal para cortar. Pasó por su muñeca la correa de la maza.

Terl revisó las botellas de aire y juguetonamente hizo chasquear el elástico de la máscara de Jonnie al ponérsela.

—Ahora entra, animal. Entra. Es todo un coche, ¿eh?

Ciertamente, pensó Jonnie, mientras se hundía en el asiento del artillero. Lujosa tela purpúrea, resplandeciente panel de instrumentos y brillantes botones de control.

—Ya he revisado que no tuviera controles remotos —dijo Terl, y rió largamente el chiste mientras entraba en el coche—. Ya sabes a qué me refiero, cerebro de rata. Hoy no nos despeñaremos en llamas. Por el acantilado. —Apretó un botón y las puertas se cerraron y sellaron. Abrió los respiraderos y la atmósfera cambió en un abrir y cerrar de ojos—. ¡Mierda, qué estúpido fuiste! —Y rió un poco más.

El coche de superficie se precipitó hacia campo abierto, a cuatro pies por encima del suelo, acelerando en un instante a doscientas millas por hora, rompiendo casi la columna vertebral de Jonnie. Terl desabrochó su máscara y la arrojó a un lado.

—¿Ves aquellas puertas? No toques ningún cierre ni trates de abrirlas cuando no esté usando máscara, animal. Esta cosa se destrozaría sin conductor.

Jonnie miró los cierres y botones y anotó cuidadosamente la información. Qué buena idea.

—¿Adónde vamos? —preguntó.

—Oh, es un paseo, sólo un paseo. Para ver el paisaje.

Jonnie lo dudaba. Vigilaba cada acción de control realizada por Terl. Ya podía identificar la mayor parte de las palancas y botones. Se dirigieron velozmente hacia el norte y después, describiendo una larga curva, fueron hacia el sudoeste. Pese a la confusión de la velocidad, Jonnie vio que seguían un antiguo camino, cubierto de hierbas. Marcó el curso con ayuda del sol.

A través de las rendijas blindadas del artillero veía una masa de antiguos edificios y el campo. Más allá había una montaña alta. Al oeste, una cadena montañosa. El coche de superficie disminuyó la velocidad y se detuvo a cierta distancia del mayor de los edificios. Jonnie contempló la desoladora escena de ruinas.

Terl se estiró hacia el bar del coche y se sirvió un pequeño cazo de kerbango. Lo bebió, se lamió los huesos bucales y eructó. Después, se puso la máscara y apretó el botón de la puerta.

—Bueno, salgamos y veamos el paisaje.

Jonnie cerró el paso de aire y se quitó la máscara. Terl aflojó un poco la correa para darle longitud y Jonnie salió. Miró a su alrededor. En un campo cercano había algunos montículos de lo que tal vez habían sido máquinas. Las estructuras que tenía delante eran impresionantes. Cerca de donde estaban había una especie de trinchera, muy larga, curvada y cubierta por la hierba. Los pastos eran altos y el viento proveniente de las montañas gemía lúgubremente.

—¿Qué era este lugar? —preguntó Jonnie. Terl estaba de pie con el codo apoyado en el techo del coche, indolente, despreocupado.

—Animal, estás contemplando la principal base defensiva de este planeta en tiempos del hombre.

—¿De veras? —urgió Jonnie.

Terl buscó en el coche y sacó una guía turística chinko, que le arrojó. Había una página marcada. Decía: «A corta distancia de la mina hay unas impresionantes ruinas militares. Trece días después del ataque psiclo, un puñado de hombres resistió a un tanque psiclo durante más de tres horas, utilizando armas primitivas. Fue la última resistencia vencida por los psiclos». Eso era todo cuanto decía. Jonnie miró en torno. Terl señaló la trinchera curvada.

—Sucedió aquí mismo —dijo, con un movimiento de su pata—. Mira. —Y soltó más correa.

Jonnie trepó hacia la trinchera. Era difícil ver dónde comenzaba y dónde terminaba. Había algunas piedras enfrente. La hierba era muy alta y se movía con el viento.

—Mira bien —dijo Terl.

Jonnie miró al interior de la trinchera. Y entonces lo vio. Aunque había pasado mucho tiempo, se veían trozos de metal que fueron armas. Y había jirones de uniformes, casi enterrados, no mucho más que impresiones.

De pronto le asaltó la visión de hombres desesperados luchando valientemente, sin esperanzas. Echó una mirada al campo que había ante la trinchera y casi pudo ver el tanque psiclo acercándose, retirándose, acercándose, atacándolos hasta la muerte. El corazón de Jonnie se elevó, se hinchó en su pecho. La sangre golpeteaba en sus oídos. Terl se apoyó con indolencia contra el coche.

—¿Has visto bastante?

—¿Por qué me ha mostrado esto?

Terl ladró una especie de risa detrás de su máscara.

—Para que no se te ocurran cosas raras, animal. Ésta era la base defensiva número uno del planeta. Y un solo tanque psiclo la transformó en un despojo en un abrir y cerrar de ojos. ¿Comprendes?

Eso no era lo que Jonnie había comprendido. Terl, que no sabía leer inglés, no había leído las letras todavía claras que había en el edificio. Esas letras decían: «Academia de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos».

—Bueno, ponte la máscara y entra en el coche. Tenemos otras cosas que hacer hoy.

Jonnie entró en el coche. No había sido la «principal base defensiva». Era simplemente una escuela. Y ese puñado de hombres eran escolares, cadetes. ¡Y habían tenido redaños para resistir a un tanque psiclo, casi sin armas, sin esperanzas, durante tres horas!

Cuando salieron, Jonnie miró atrás, hacia la trinchera. Su gente. ¡Hombres! Le resultaba difícil respirar. No habían muerto como corderos. Habían luchado.

Campo de batalla: la Tierra. El enemigo
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