5
Jonnie buscaba el bombardero.
Todas las pantallas visoras centelleaban.
Muy abajo se extendía el frío Ártico, visible en las pantallas, invisible a la mirada directa. Lo recordaba de su último viaje. Un espectáculo imponente. Una vez abajo, eras hombre muerto, si no por el frío en una avalancha de hielo, entonces por la inmersión en aquellas aguas.
Por lo que podía juzgar, el bombardero de gas estaba a pocos minutos de distancia ahora. Pronto lo vería en la pantalla.
Estaba preocupado por las muchachas y Thor. No los había visto en las pantallas al pasar. Por supuesto, para entonces iba muy alto. El punto de luz que vio podía ser su fuego, pero también podían ser los aviones todavía ardiendo. Ya había perdido mucho tiempo y la ayuda para ellos estaba en camino. Recordó sus rostros estupefactos cuando comprendieron que los iba a dejar allí. Pero debían de estar bien. Probablemente estarían ya en la Academia o en el recinto. Tal vez el pastor había estado conduciendo muy rápido. Un coche minero de superficie podía hacer más de sesenta sobre terreno desigual.
Esperaba que los otros aviones hubieran llegado a las minas y hecho su trabajo. Todavía quedaban cinco horas de silencio radial. Deseaba poder abrir la radio y aullar: «¡Eh, quienquiera que haya terminado con su objetivo, venga a tales y tales coordenadas y ayude a aplastar a este condenado bombardero!». Pero no se atrevía. Podía costar la vida de algunos de ellos si se alertaba a los objetivos. Todos tenían combustible de reserva y un poco más. Todos tenían municiones abundantes. Pero si alguno había tenido que retrasarse o estaba esperando el momento óptimo para arrojarse sobre una mina y él hablaba, podría costarles la vida. No tenía intención de matar escoceses para salvar su piel. Cuando terminara el silencio radial, si Roberto no sabía nada de él enviaría a todos hacia el bombardero. Tal vez más tarde, pero como segundo recurso. Esperaba que no llegaran a eso porque sus amigos de Escocia estarían en peligro.
Tal vez estaba buscando algo que tenía neutralizador de ondas. Su esperanza estaba puesta en la nave de escolta. Tal vez se hubiera desviado, hubiese ido a otro sitio. ¡Pero tendría que ser visible!
Ah, ahora. ¿Qué era aquel diminuto resplandor verde en la pantalla? ¿Otro iceberg? No, el altímetro ponía cuatro mil doscientos veintitrés pies. ¿Y la velocidad?
¡Trescientas dos millas por hora!
Tenía la escolta en la pantalla.
Sus enguantadas manos danzaron sobre la consola. Disminuyó la velocidad, quitándola de supersónica, cayendo abruptamente a cinco mil pies en un descenso tan veloz como el de un cohete. Frenó a esta altitud, sintiéndose algo aturdido por un momento. Tranquilo, tómatelo con calma. Examina a la escolta.
La obtuvo brillante y clara en infrarrojo. Junto a ella estaba el bombardero. Una cosa tras otra. La escolta era el primer blanco.
¿Qué era aquel avión? Nunca había visto nada semejante. Bajo, plano, con diminutos patines… ¡parecía como si fuese sobre todo blindaje!
De pronto comprendió que tal vez sus armas ni siquiera lo abollaran. Había visto un proyectil de bazooka chocando contra un costado sin afectarlo en lo más mínimo. Tenía una sensación desagradable. No sólo sabía que el bombardero era invulnerable, sino que tenía una nave escolta que…
Meditó velozmente en sus posibilidades. Roberto el Zorro decía a veces: «Cuando sólo tengas dos pulgadas de arcilla, usa diez pies de astucia». ¿Qué sabía la escolta de él?
Buscó el interruptor de la radio del comando local. Tenía un alcance de sólo unas veinte millas.
Lo golpeó un torrente de palabras en psiclo: «¡Ya era hora de que apareciera alguien! ¡Deberían haberme relevado hace horas! ¿Qué los detuvo?».
Enojado. ¡Muy enojado!
Jonnie abrió su transmisor. Bajó en lo posible el tono de voz.
—¿Cómo van las cosas?
—El bombardero está bien. ¿Y por qué demonios no iba a estarlo? Lo he escoltado, ¿no? ¡Tienen aquí un planeta de lo más conflictivo! ¡En Psiclo no suceden estas cosas! ¡Espero que no! ¡Se ha retrasado! ¿Cómo se llama?
Rápidamente, Jonnie inventó un nombre que era común al veinte por ciento de los psiclos.
—Snit. ¿Puedo preguntar con quién estoy hablando?
—Nup, administrador ejecutivo Nup. ¡Cuando se dirija a mí, diga su ejecutividad! ¡Maldito planeta!
—¿Ha llegado hace poco, su ejecutividad? —preguntó Jonnie.
—Hoy, Snit. ¿Y cómo me reciben? ¡Como un insignificante ataque bolboda que podría manejar cualquiera! Espere —dijo con suspicacia—, usted tiene un acento muy extraño. Como… como… sí, como el de un disco educativo chinko. Eso. No será un bolboda, ¿no? —y se escuchó el chasquido del seguro de los botones de disparo.
—He nacido aquí —dijo Jonnie verazmente.
Se escuchó una súbita risa maliciosa.
—Ah, un colonial. —Y una pausa—. ¿Se le dieron instrucciones para esta misión?
—Algunas, su ejecutividad. Pero se han cambiado las órdenes. Me han enviado a decírselo.
—¿No viene a reemplazarme? —la voz era muy hostil.
—¡Se ha cambiado el destino! —dijo Jonnie—. Hay silencio radial. Tenían que enviarme para decírselo.
—¿Silencio radial?
—En todo el planeta, su ejecutividad.
—¡Ah, entonces es un ataque bolboda! ¡Lo manejan todo por radio! Lo sabía.
—Me temo que sí, su ejecutividad.
—Bueno, si no va a reemplazarme, ¿qué se supone que tengo que hacer? ¡Estoy casi sin combustible! ¿Dónde está la mina más cercana?
Jonnie pensó muy rápido.
—Su ejecutividad, las órdenes fueron que si estaba quedándose sin combustible…
—Buen Dios, ¿adónde podía mandarlo? Ese Mark-32 era lo único que se podía dirigir contra el blanco… tenía que decirle que aterrizara con las grapas magnéticas encima del bombardero… en el extremo delantero.
—¿Qué? —preguntó incrédulo.
—Y después se aparta cuando nos acerquemos a la próxima mina. ¿Tiene algún mapa ahí?
—No, no tengo ningún mapa. Llevan las cosas muy mal en este planeta. No es como en Psiclo. Tai vez habría que informar.
—Nos están atacando.
—Nada puede mellar a este avión. Es un bombardero de superficie. No sé por qué se lo ha enviado como escolta.
—¿Cuánto combustible tiene, su ejecutividad?
Hubo una pausa, y después:
—¡Mierda, sólo tengo para diez minutos! Casi me ha matado con su tardanza.
—Bueno, baje en el extremo delantero del bombardero…
—¿Por qué el extremo delantero? Debería bajar en el centro. Si lo hago delante, desequilibraré la distribución de peso.
—Es por la manera en que fue cargado para este viaje. Omitieron parte de la carga delantera. Han dicho específicamente el extremo delantero.
—¡Éste es un avión muy pesado!
—No para el bombardero. Es mejor que se mueva, su ejecutividad. El agua de abajo está fría. ¡Además, hay hielo! Y necesitará combustible. Son unas pocas horas hasta la próxima mina.
Jonnie miró las pantallas. No podía ver el avión a simple vista. Ansioso, amplió la visión para incluir al monstruoso bombardero.
Sintió que se desmayaba de alivio cuando el Mark-32 se adelantó, descendió sobre la parte delantera del bombardero y puso en funcionamiento los agarres magnéticos. ¡Se engancharon!
El indicador de calor de la pantalla mostraba que el Mark-32 había apagado los motores.
Jonnie observaba. Esperaba que el bombardero se desequilibrara, que se estrellara tal vez. Se hundió un poco. Después, los motores iniciaron la compensación y se deslizó suavemente, siguiendo siempre su camino letal. Nup había descendido lejos del centro, lo que producía un deslizamiento continuo a derecha e izquierda. Se iba hacia la derecha y los motores lo compensaban, volviéndolo a llevar demasiado hacia la izquierda, compensando en la dirección opuesta, y viceversa. Sólo unos diez grados para cada lado. Pero eso no modificó en nada el curso que seguía el bombardero. Una oscilación muy lenta. ¿Estaba también derivando ligeramente?