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El crimen perfecto se inició nombrando a Ker jefe suplente del planeta. Todo se hizo en una hora. Las reglas de la compañía permitían un sustituto; no había ninguno y era lógico nombrarlo.
Para hacerlo, Terl utilizó las órdenes firmadas en blanco que había arrancado a Numph.
Por la tarde, Terl llevó a Numph aparte, haciéndole jurar que guardaría el secreto e insinuando que su trabajito con las pagas y las primas podía estar en peligro, consiguiendo que concertara una cita con un nuevo empleado llamado Snit.
No informó a Numph que «Snit» era el nombre falso de Jayed, del Bureau Imperial de Investigación.
Terl convenció a Numph de que nadie debía enterarse de la cita. Debía tener lugar una hora antes de la medianoche en el complejo de administración. Tampoco mencionó el hecho de que a esa hora las oficinas estarían desiertas.
Diciéndole a Numph que todo se hacía para su protección, Terl arregló las cosas para ocultarse detrás de una cortina de la oficina de Numph cuando Jayed llegara.
Con diestros cuidados había aceitado y cargado un revólver asesino, un arma silenciosa. También preparó dos cabezas explosivas manejadas por control remoto.
Justo antes de la hora de la cita, Terl pidió a Numph que se asegurara de que su revólver estaba cargado y preparado sobre el regazo. Esto asustó un poco a Numph, pero Terl dijo: Estaré detrás de la cortina, protegiéndolo.
Numph estaba frente al escritorio con el revólver en el regazo; Terl, detrás de la cortina. Llegó la hora de la cita. Hasta entonces Terl había estado tranquilo, pero mientras esperaba sus nervios empezaron a jugarle malas pasadas, haciéndolo retorcerse. ¿Qué sucedería si Jayed no venía?
Pasó un minuto espantoso. Después otro. Jayed llegaba tarde.
Y después, con gran alivio de Terl, se escuchó ruido de pasos en el vestíbulo. ¡Por supuesto! Jayed debía de estar pasando una sonda por la zona para ver si había dispositivos de vigilancia. Qué idiota, pensó ilógicamente Terl. Él ya lo había hecho y con gran cuidado. Allí no había dispositivos de vigilancia.
La puerta se abrió lentamente y entró Jayed. Tenía la cabeza gacha. Ni siquiera se había molestado en cambiarse las ropas deshilachadas de su oficio.
—Me mandó llamar, su planetaridad —murmuró Jayed.
Tal como le había sido indicado, Numph preguntó:
—¿Está seguro de que nadie sabe que está usted aquí?
—Sí, su planetaridad —murmuró Jayed.
¡Qué actuación!, pensó desdeñosamente Terl.
Salió de detrás de la cortina y se adelantó.
—Hola, Jayed —dijo Terl.
El tipo se sobresaltó y levantó los ojos.
—¿Terl? ¿Es Terl?
Los agentes del BII estaban entrenados; jamás olvidaban una cara. Terl sabía que el tipo no lo había visto en los últimos años y sólo lo conocía como estudiante de seguridad de la escuela minera donde Jayed se encontraba investigando un crimen. Una entrevista. Pero esto no engañó a Terl. Sabía que Jayed debió de estudiar con gran atención las fotografías e informes de todos los ejecutivos, y en especial la del jefe de seguridad. Terl sonrió desdeñosamente.
Entonces Jayed vio la pistola asesina que llevaba Terl. Retrocedió y levantó las patas sarnosas.
—¡Espera, Terl! ¡No comprendes…!
¿Qué estaba intentando hacer? ¿Abría la camisa? ¿Buscaba un arma secreta?
No tenía importancia. Terl se colocó en posición y levantó el arma, apuntando directamente de Numph a Jayed.
Terl disparó un tiro exacto, mortal, al corazón de Jayed.
Éste trataba de decir algo. Alguna protesta. Estaba muerto, derrumbado y sarnoso sobre la alfombra manchada de verde.
Terl disfrutó un poco con el asesinato. ¡Jayed había tenido miedo! Pero no era el momento de la autocomplacencia.
Fue un Terl tranquilo y superior el que se volvió hacia Numph.
Numph estaba sentado, aterrorizado. Terl pensó que eso era delicioso, pero tenía un trabajo que hacer.
—No se preocupe, Numph —dijo Terl—. Ese tipo vino a descubrirlo; era un agente del BII. No ha podido hacerlo. Está a salvo. Le he salvado la vida.
Temblando, Numph puso el arma sobre el escritorio. Estaba jadeando, pero parecía muy aliviado.
Terl caminó hasta el costado de Numph, donde estaba colocado el revólver. Rápidamente, levantó el arma asesina.
Los ojos de Numph se desorbitaron y su boca se abrió con incredulidad.
Terl puso el cañón del arma silenciosa contra la cabeza de Numph y apretó el gatillo.
El golpe tiró a Numph de costado. De la herida que le atravesaba la cabeza empezó a salir sangre verde.
Terl, tranquilo, totalmente controlado, enderezó el cuerpo y después lo empujó hacia adelante, de modo que cayera sobre el escritorio. Colocó el brazo que todavía se retorcía, de manera tal que parecía que él había disparado. Las convulsiones cesaron. Numph estaba muerto.
Trabajando con precisión y cuidado, puso una cabeza explosiva con control remoto en el cañón del revólver de Numph.
Terl sacó otra arma de una bota. Se acercó al cuerpo de Jayed y puso una rígida pata en torno a la culata.
En la boca del arma de Jayed colocó la segunda cabeza explosiva.
Miró a su alrededor. Todo estaba en orden.
Caminando con tranquilidad, pero muy silenciosamente, pasó a la sala recreativa, casi vacía, entrando como si viniera del exterior, quitándose incluso la máscara de aire. Pidió al camarero un cazo de kerbango. Era su comportamiento rutinario. Se sintió algo sorprendido al ver que lo necesitaba.
Unos minutos después, cuando el fatigado camarero estaba insinuando que deseaba cerrar, y bajaba una persiana preparándose para la mañana, Terl se llevó la mano al bolsillo con aire distraído.
Apretó el primer control remoto. A lo lejos se escuchó una sorda explosión. El camarero levantó la vista, escuchando, mirando hacia el otro extremo del complejo.
Terl apretó el segundo botón.
Se escuchó otra explosión.
—Eso parece un tiroteo —dijo el camarero.
En alguna parte se oyó golpear una puerta. Algún otro lo había oído también.
—Sí, ¿verdad? —dijo Terl. Se puso de pie—. ¡Parece como si hubiera sido en el complejo! Vamos a ver si encontramos algo.
Con el camarero pisándole los talones, Terl comenzó a correr a través del corredor de los dormitorios, abriendo puertas.
—¿Ha salido un tiro de aquí? —ladraba a los sorprendidos psiclos, semidormidos.
Algunos también habían escuchado los disparos.
—¿De dónde salía el ruido? —preguntaba Terl a la gente que había en los vestíbulos.
Alguno señaló hacia el edificio de administración. Terl le dio las gracias y se fue con aire eficiente en esa dirección, seguido por una muchedumbre de psiclos.
Buscó afanosamente por todas las oficinas, encendiendo las luces. Los otros también buscaban.
Desde el corredor de Numph se oyó un grito:
—Están aquí. ¡Están aquí!
Terl dejó que otros llegaran primero. Después, se abrió paso a codazos.
—¿Quién? ¿Dónde?
Balbuceaban señalando la puerta abierta. Los dos cuerpos estaban a la vista.
Char los miraba malhumorado desde el lado interior de la puerta. Hizo un gesto como para adelantarse. Terl lo retuvo.
—¡No toquen nada! —ordenó—. Como jefe de seguridad, estoy a cargo de esto. ¡Atrás!
Se inclinó sobre los cuerpos, uno después del otro.
—¿Alguien reconoce a éste? —preguntó señalando el cadáver de Jayed.
Después de un momento de examen, un empleado de personal dijo:
—Creo que su nombre es Snit. Realmente no lo sé.
—Están muertos —dijo Terl—. Pidan camillas. Yo grabaré esto. —Sobre el escritorio de Numph había un pictógrabador, como siempre. Terl enfocó con él la habitación y cada uno de los cadáveres—. Necesitaré declaraciones de todos ustedes.
Alguien había llamado al personal médico. Habían escuchado los disparos y estaban preparados. Cargaron los cuerpos en las camillas.
—Llévenlos directamente a la morgue, a menos que quieran examinarlos primero —dijo Terl.
—Están muertos —dijo el médico jefe—. Heridas de rifle explosivo.
—Circulen —dijo Terl con aire eficiente a la multitud—. Todo ha terminado.
A la mañana siguiente escribiría su informe, respaldado por las declaraciones de los testigos: un agente de la BII, que el ojo experto de Terl había reconocido, no consideró oportuno anunciar su presencia al jefe de seguridad del planeta sino que, actuando solo, habría visitado aparentemente a Numph a horas tardías, intentando probablemente un arresto audaz, solitario. Numph le disparó con un arma escondida, suicidándose después. Terl habría continuado la investigación para ver si Numph era culpable de algún crimen, prosiguiendo una encuesta comenzada hacía ya tiempo, y encontraría una estafa con los pagos, con documentos y pruebas de todas clases. Mientras tanto, Terl informaría respetuosamente de que todo estaba bajo control; en ese momento, un asistente previamente nombrado por Numph desempeñaba las funciones de éste, etc. Los cuerpos llegarían en el envío semestral, el día 92.
Al día siguiente por la tarde, en cuanto hubiera verificado que los animales seguían allí, lanzaría el bombardero y aniquilaría «el estúpido experimento en el que estaba ocupado Numph». Quedaría cubierta toda evidencia, se eliminarían las huellas. Ya no importaba qué hubiera estado haciendo Jayed allí.
Terl se sentía muy tranquilo, muy frío, muy dominante. Había llevado a cabo el crimen perfecto.
Era extraño que no pudiera dormir y siguiera dando vueltas.