Parte 11
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La opinión general en la montaña era que ese día debían estar bien visibles y parecer muy ocupados en el momento del paso del vuelo de reconocimiento.
Jonnie estaba muy preocupado. Era absolutamente vital que Terl continuara con el proyecto del oro. Sus propios planes dependían absolutamente de ello.
Habían sopesado varias alternativas a su estrategia, pero ninguna era buena. Ahora podían entrar volando a la vieja base defensiva, porque Angus consiguió hacer funcionar las puertas, pero sólo la usaban como almacén. Se hallaban muy lejos de estar preparados. La idea del pastor de que deberían enterrar a los muertos quedó postergada a causa de la magnitud de la tarea y su escaso número. De todos modos, el pastor había llegado a la conclusión de que el lugar era una tumba. Tal vez más tarde, cuando hubieran liberado al planeta (si tenían éxito), podrían enterrar a los muertos. En ese momento sus energías debían dedicarse a los vivos y a un posible futuro. De modo que realmente no podían retirarse a la antigua base. No estaba preparada y ellos no habían sido derrotados. Al menos, todavía no.
Su única esperanza era que Terl siguiera con el plan. Pero Jonnie estaba muy preocupado. En su última entrevista con él, había comprendido que Terl no estaba cuerdo, si alguna vez lo había sido.
En la trampa preparada para Terl, el cebo era el oro. De modo que Jonnie trabajaba para mejorar los planes.
Trabajaron a toda prisa desde el último vuelo de reconocimiento, preparándose para el vuelo de aquel día.
El núcleo del filón que habían hecho estallar golpeó el lado opuesto del cañón, regresando en fragmentos para depositarse sobre la nueva roca caída en el fondo del cañón.
Jonnie arregló una caja de control remoto para una máquina de palas que podían permitirse perder.
Roberto el Zorro construyó un muñeco muy realista para atarlo al asiento. Las manos del muñeco, enguantadas, se montaron de manera que se movieran atrás y adelante cuando la máquina corriera. Sabiendo que lo macabro era el plato favorito de Terl, preparó también jirones de ropas en desuso, adornándolos con manchas de sangre.
Montaron una red para el metal en el extremo de un cable de grúa y la llenaron con cuarzo blanco del túnel superior. Cogieron todo el hilo de oro que tenían y lo incrustaron en la parte superior del filón, junto con las muestras.
En el oscuro y breve momento sin viento del amanecer, suspendieron la máquina de palas de un cable, bajándola hasta colocarla sobre las rocas derrumbadas.
Un operario escondido en una grieta en lo alto del desfiladero, al otro lado del cañón, desde donde podía verse la máquina de palas, hizo que ésta nivelara un trozo de terreno (arriesgándose a que cayera al río) y cavara dentro de la pila.
La red para el metal, con su carga cuidadosamente preparada, estaba al lado de la máquina de palas.
Todo estuvo listo mucho antes de que llegara el avión de reconocimiento, de modo que Jonnie los reunió a todos junto al pozo.
—El hilo de oro se presenta en bolsas —les dijo—. Eso dicen los antiguos manuales de minería. Existe la posibilidad de que en esta veta haya otra bolsa. Podría estar doscientos o quinientos pies arriba, contando desde el desfiladero. Podría tener poco o mucho oro. Lo que tenemos que hacer es invertir la dirección de la veta y meternos dentro de la montaña. Como ahora podemos usar explosivos, se hará mucho más rápido. Así que monten esta jaula de modo que no se deslice y comiencen a trabajar hacia arriba, siguiendo la veta. Nos quedan unos sesenta días hasta el día noventa y dos. Probablemente tengamos que entregar el oro hacia el día ochenta y seis. ¡De modo que pónganse a trabajar y conserven la esperanza!
—Y recen —agregó el pastor.