7
La aurora dibujaba una línea débil y pálida en el este cuando Jonnie se inclinó sobre el abismo.
El filón de un blanco puro no mostraba ni la menor huella de oro. Estaba a plena vista.
Cuando pasara el vuelo de reconocimiento, Terl tendría esa fotografía. Muy abajo, todavía invisible en la oscuridad, un nuevo derrumbe de rocas contaría la historia.
Jonnie trató de imaginar la reacción de Terl. Era difícil hacerlo porque indudablemente éste había atravesado la frontera que dividía la cordura de la locura.
¿Cuántas horas le quedaban a Jonnie hasta el paso del avión? No muchas.
El aire estaba increíblemente tranquilo. Todavía no se había levantado el viento matinal. Los majestuosos picos circundantes reflejaban la luz del amanecer.
Jonnie corrió hacia una plataforma volante e hizo un gesto a un piloto para que lo siguiera. La elevó, la puso sobre el borde del abismo y la bajó como un cohete hasta el fondo. Puso los frenos y se quedó sobrevolando el terreno.
Encendió los faros de la plataforma, examinó la masa de roca derrumbada. Parte de ella había atravesado el hielo que cubría el río. Otra parte formaba un nuevo banco junto a la corriente. Iluminó los desechos. Era una inmensa masa.
Esperanzado, buscó la más ligera blancura que indicara que había un trozo de filón al descubierto.
¡Nada!
Era tal vez una tonelada de oro. Pero ahora estaba enterrado bajo una montaña de roca, tal vez incluso en el fondo del río.
Los escombros eran tan puntiagudos y desiguales que era imposible descender sobre ellos. Jugó con la idea de hacer una plataforma chata. Pero eso llevaría horas y pronto comenzaría el viento.
Tenía que afrontarlo; el oro había desaparecido.
Comenzaba a soplar el viento de la mañana. No podría quedarse allí abajo y vivir para contarlo. Si durante la mañana se producía otro período de quietud, podría intentar algo. Pero el tiempo se había acabado por ahora.
Hizo ascender la plataforma a lo alto del desfiladero. Ya estaba siendo agitada por el aire turbulento. Aterrizó.
—Que lleven estos hombres a la ciudad —dijo a Roberto el Zorro.
Jonnie caminaba hacia uno y otro lado y el pastor lo miraba con simpatía.
—Todavía no nos han ganado, muchacho —dijo.
Todo el grupo parecía experimentar el shock de la desilusión.
Roberto el Zorro miraba a Jonnie. Estaban subiendo al avión a la cuadrilla rescatada y había dos pilotos frente a los controles. Metieron en el avión a Dunneldeen, con grandes precauciones.
—¡Voy a hacerlo! —dijo Jonnie de pronto.
Roberto el Zorro y el pastor se aproximaron.
—Terl no sabe hasta qué punto la perforación se había metido en el filón —dijo Jonnie—. No sabe si hemos trabajado toda la parte trasera. Si ve el cuarzo blanco allí afuera, sabrá que no llegamos antes del deslizamiento. ¡Thor! —gritó—. ¿A qué distancia estaban de la fisura?
Thor se lo preguntó al jefe de la cuadrilla e hicieron algunos cálculos.
—A unos cinco pies —gritó finalmente Thor desde el avión.
—Lo haré explotar —dijo Jonnie—. Ahora no importa si lo volamos. ¡Voy a volar el extremo final del túnel, de modo que parezca que hemos terminado de abrirlo! ¡Vuelvan rápido, consíganme explosivos y una pistola para practicar agujeros!
Describió los explosivos que necesitaba y el avión que llevaba a bordo la cuadrilla rescatada vibró, listo para partir.
—¡Y traigan la próxima cuadrilla! —gritó Jonnie—. ¡Tenemos muy poco tiempo hasta que pase el vuelo de reconocimiento! ¡Vayan rápido!
Ahora había luz y podrían apresurarse. El avión partió.
Jonnie no esperó a que regresara para ponerse a trabajar. Se metió en el pozo con algunas herramientas, se bajó del cubo en el fondo y se abrió paso a través de los escombros, metiéndose en el túnel.
El equipo de la cuadrilla estaba por el suelo. Las lámparas seguían encendidas. Jonnie cogió un taladro y empezó a hacer agujeros de seis pulgadas alrededor de los bordes del cuarzo blanco. Dos escoceses cogieron otros taladros y empezaron a ayudarlo cuando comprendieron lo que estaba haciendo: abrir pozos de explosión.
Mientras trabajaba, hizo que otros hombres de la partida de rescate recogieran el equipo que quedaba fuera del túnel y lo llevaran arriba. No había razón para desperdiciarlo. Sólo la radio de la cuadrilla había sido aplastada por las rocas. Nunca volverían a usar ese túnel, de modo que podían volarlo en pedazos.
Se sorprendió de que el avión regresara tan pronto. Estaba en contacto por radio con la superficie y les dijo qué necesitaba allá abajo.
Los explosivos llegaron en seguida. Puso un potente explosivo en cada uno de los pozos de explosión y encima una gigantesca cabeza explosiva, luego lo tapó todo con pegamento neutral, colocado de modo que volara hacia arriba, en dirección a la pared del desfiladero.
Regresó a la superficie, hablando por la radio mientras lo subían con la grúa. Tenían preparado un arnés y un cable, y mientras se ponía el arnés iba de prisa hacia el borde. Ignoró la demanda de Roberto el Zorro, que pedía que lo hiciera otro; ellos no habían usado tantos explosivos y en cambio Jonnie los conocía bien.
Lo bajaron utilizando un rollo de cables y alambres de seguridad. Le resultó muy fácil bajar por la pared del desfiladero, porque había quedado ligeramente inclinada. Cuando estuvo enfrente del filón, hizo una seña y detuvieron el descenso.
Balanceándose y apoyando los pies contra el desfiladero, buscó el pequeño agujero. Desde adentro, había practicado un finísimo agujero hacia el exterior.
¡Allí estaba! Marcaba el centro del anillo interior de agujeros de explosivos.
Le alcanzaron el revólver que practicaba agujeros. Ésta era la parte complicada. El revólver podía tocar los explosivo y en ese caso volaría por el aire. Pero no tenía tiempo para ponerse a taladrar los agujeros.
Hizo un cable trenzado con cuerda explosiva. Con el arma en la mínima potencia, practicó agujeros en el filón. Haciendo que lo subieran y bajaran con las manivelas, con mil pies de abismo debajo, enrolló la cuerda explosiva en los clavos que llenaban los agujeros. Pronto tuvo un gran círculo practicado en la veta.
Fijó a la cuerda un alambre eléctrico y dejó que colgara mientras lo subían.
Tenía prisa. Apenas faltaba media hora para que pasara el vuelo de reconocimiento y para entonces no tendría que verse humo.
Llevaron al avión el cable disparador. Hizo que todos, incluido él mismo, se metieran en el avión, por si se desprendía otro trozo de desfiladero.
—¡Atención! —gritó.
Y apretó el disparador.
En la pared del desfiladero aparecieron humo y llamas. El cuarzo blanco y las rocas volaron hacia la otra pared del cañón.
El suelo se estremeció.
No cayó otra parte del desfiladero.
Jonnie elevó el avión a la altura y posición en que estaría el vuelo de reconocimiento.
En la ladera había un negro agujero. Parecía como si el túnel hubiera llegado al filón.
Volvieron a bajar para prepararse a parecer ocupados con el equipo. El humo de la explosión se disipó en el aire de la montaña.
El gruñido del avión de reconocimiento fue creciendo en la distancia.