Parte 6
1
Ventaja, ventaja, se dijo Terl mientras revisaba en su oficina los papeles de la compañía.
Debía resolver el acertijo de Numph. Si supiera lo bastante sobre el director planetario, podría comenzar seriamente con su proyecto. Desde el futuro le hacían señas la riqueza y el poder, disfrutados en el planeta central. Y Terl estaba decidido, una vez finalizado el proyecto, a no pasar otros diez años en este maldito planeta. Si adquiriera suficiente influencia sobre Numph, todo lo que tendría que hacer era llevar a cabo sus planes, borrar las pruebas (incluyendo la vaporización de los animales) y conseguir que su empleo finalizara para poder sumergirse en el lujo, en casa. Pero Numph estaba algo inquieto; durante la última entrevista con él, dos días atrás, se había quejado del ruido que hacía el vuelo de reconocimiento a su paso diario y, disimulándolo con una especie de cumplido, observó que no había señales de «motín». Había algo raro en Numph. Terl estaba completamente seguro de ello.
Estaba hojeando una publicación de la compañía, Mercados metalíferos de las galaxias, que se editaba varias veces al año. Se suponía que iba dirigida a los departamentos de ventas, pero en este planeta no lo había, ya que se enviaba el metal directamente a casa y no se vendía sino a la compañía central. Sin embargo, la publicación era enviada por rutina a todas las galaxias, y Terl había pescado ese último número en la caja de despacho.
Tantos créditos por este metal y tantos por aquél. Tantos y tantos créditos por metal no fundido en tal porcentaje. Era muy aburrida. Pero Terl la revisó laboriosamente, esperando encontrar alguna clave.
De vez en cuando miraba las pantallas, controlando al animal. La cámara que tenía en torno al cuello funcionaba bien y tenía una visión más amplia de la vecindad de la jaula y la meseta cercana. Era una prueba para ver si el animal estaba realmente dispuesto a portarse bien. La caja de control que manejaba las cámaras estaba al alcance de Terl, sobre el desordenado escritorio.
Hasta entonces, el animal se había portado muy bien. A Terl lo sorprendió su organizado sentido de las prioridades.
De alguna manera se las había arreglado para dar vuelta al caballo herido y sacar los bultos que llevaba. Había conseguido algo de resina de un árbol, cubriendo con ella la herida. Debió de resultar eficaz, porque ahora el caballo estaba erguido sobre sus temblorosas patas, algo mareado, pero mascando las altas hierbas.
Después el animal había desatado a los otros tres caballos utilizando una especie de cuerda trenzada que había sacado de los bultos. Uno de los caballos trató de seguir al animal, acariciándolo con su hocico. A Terl le pareció muy extraño que el animal le hablara, y que hablara también al caballo herido. Muy curioso. Terl no entendía la lengua y escuchó con toda atención para ver si los caballos contestaban. Tal vez lo hicieran. ¿Supersónico? Debían de decir algo, porque a veces el animal les contestaba. ¿Era una lengua distinta de la que usaba el animal con las dos hembras de la jaula? Terl supuso que debía de haber varias de esas lenguas. Bueno, no tenía ninguna importancia. Llegó a la conclusión de que él no era un chinko, y lo pensó lleno de desprecio hacia la antigua raza.
Después, Terl había sido distraído por la imagen del animal cuando montó un caballo y bajó a la zona de trabajo. Por lo que podía ver gracias a la cámara que llevaba el animal, después de una primera mirada, los obreros psiclos lo ignoraron. Las máquinas siguieron su obra habitual.
El hombre se acercó a Ker. Terl se sintió muy interesado y subió el volumen. Ker trató de evitarlo.
El animal dijo algo curioso:
—No es culpa tuya.
Ker dejó de retroceder. Parecía confuso.
—Te perdono —dijo el animal.
Ker se quedó allí, mirándolo. Terl no podía verlo bien a causa de las sombras proyectadas por la cúpula que usaba, pero le pareció que Ker parecía aliviado. Terl tomó cuidadosa nota de ese tipo de truco: no era la clase de conducta que se le hubiera ocurrido a él.
Y entonces Terl realmente se sobresaltó. El animal consiguió que Ker le prestara una máquina de palas. Char se acercó y puso objeciones, pero Ker lo apartó. El animal ató al caballo para que siguiera a la máquina y condujo el vehículo de vuelta a la meseta. Ker había mirado a Char con verdadera furia. ¿Habría iniciado el animal una pelea entre dos psiclos? ¿Cómo se las habría arreglado?
Bueno, pensó Terl, sólo estaba imaginando cosas, las imágenes eran muy movidas y el sonido defectuoso, debido al rugido de la maquinaria. Y Terl volvió a dedicarse al verdadero rompecabezas de Numph.
La siguiente vez que Terl pensó en controlarlo, vio que el animal había usado la máquina de palas para echar abajo media docena de árboles y apilarlos cerca de la jaula. Estaba usando los controles de las palas para partir los árboles en sentido longitudinal. A Terl le complacía que pudiera operar una máquina como ésa. Tendría necesidad de esa habilidad.
Terl se sumergió en las cotizaciones de la bauxita en todas las galaxias y ya no prestó más atención a las cámaras hasta casi el atardecer.
El animal había devuelto la máquina y estaba a punto de terminar de construir una cerca. ¡Había construido una especie de cerca alrededor de la jaula! Terl quedó confundido hasta que recordó que el animal había dicho que los caballos podían tocar los barrotes. ¡Por supuesto! Estaba protegiendo a las hembras de quemarse si los caballos producían un cortocircuito en los barrotes.
Después de otra hora de estudio de los precios, Terl se puso la máscara y fue a la zona de la jaula.
Descubrió que el animal se había construido una pequeña choza con ramas de árbol y ahora tenía en ella la máquina educativa, la mesa y los bultos, y estaba encendiendo un fuego. Terl no había comprendido realmente que los hombres podían crear casas sin madera preparada o piedras.
El hombre cogió una rama ardiendo y se acercó a la jaula con otras cosas en la mano. Había dejado frente a la puerta una abertura en zigzag… para mantener alejados a los caballos y permitir no obstante el paso de un hombre.
Terl apretó un interruptor, cortando la corriente, y dejó que el animal entrara en la jaula. Éste le alcanzó a la hembra la rama ardiendo, puso en el suelo otras cosas, volvió a salir, cogió madera y la metió en la jaula.
Todo esto le resultaba poco interesante a Terl. Observó con indiferencia que las hembras habían limpiado las ropas viejas, desmantelado la rejilla para secar la carne y limpiado el lugar. Revisó sus collares y correas y la firmeza de la clavija a la cual iban sujetos. Se apartaban de él como si fuera una enfermedad. Esto lo divirtió.
Después de empujar al animal para que saliera, y cuando estaba cerrando la puerta de la jaula, le vino de pronto una idea. Terl restableció a toda prisa la corriente y regresó a su oficina.
Quitándose la máscara, llevó una inmensa calculadora al centro del escritorio. Las garras arañaron las teclas. En la pantalla aparecieron los informes a la oficina central relacionados con el tonelaje de metal embarcado. Todos los datos entraron en la calculadora.
Revisando la publicación de precios de venta y metiendo los datos en la máquina, trabajando con intensa furia, Terl calculó los valores de la oficina central relacionados con el metal de la Tierra embarcado.
Miró la pantalla y se echó hacia atrás en la silla, atónito.
El costo operativo de la Intergaláctica en la Tierra y el valor de mercado del metal embarcado le daban un dato increíble. No sólo las operaciones en la Tierra no estaban perdiendo dinero, sino que los valores de venta del metal eran quinientas veces mayores que el costo operativo. Este planeta era increíblemente productivo.
¡Una ola de economía! Maldición, este planeta podía permitirse pagar cinco, diez o quince veces más sueldos y primas.
Y sin embargo Numph los había reducido.
Una cosa era que la compañía tuviera un beneficio enorme; otra muy distinta que Numph mintiese sobre ello.
Terl trabajó hasta muy tarde. Revisó todos los informes que Numph había enviado a la oficina central en los meses anteriores. Parecían muy normales, muy ordenados. Sin embargo, las columnas de pagos eran algo extrañas. Mencionaban el nombre del empleado y su grado y después ponían simplemente: «Paga habitual según su grado»; en forma simbólica y debajo de las primas ponían: «Lo designado». Una contabilidad muy peculiar.
Por supuesto, siempre podía decirse que esta zona minera no era un centro administrativo, que estaba corta de personal y que la oficina central completaría los informes… después de todo, la sección de contabilidad de la oficina central no sólo tenía buen personal, sino que era totalmente automática. Aquí se limitaban a darle los créditos al empleado desde el otro lado de una mesa; de todos modos, muchos de ellos no sabían escribir y no había recibos firmados. Era esta omisión la que hacía indispensable devolver los cuerpos de los obreros muertos.
Alrededor de la medianoche, Terl encontró algo extraño en los informes de transporte. Los vehículos que se utilizaban en cada período laboral de cinco días se designaban habitualmente por el número de serie. La primera rareza era que Numph informaba sobre los vehículos en uso. Difícilmente podría decirse que era una función a desempeñar por el director planetario… pero Terl conocía la escritura de Numph.
De pronto, Terl encontró un vehículo que sabía que no estaba en uso. Era uno de los veinte aviones de guerra que había hecho traer de otros yacimientos. Esos veinte aviones estaban en un campo cercano porque no quedaba lugar en el garaje. Y sin embargo, allí estaba: avión de guerra 3-450-967 G. Numph lo había mencionado como en uso durante el período anterior.
Terl estudió esos listados en todos los informes. Observó que su posición cambiaba de uno a otro; la secuencia era distinta en cada informe.
Terl olió un código.
Hacia el amanecer lo comprendió.
Utilizando los números de serie de los innumerables vehículos del planeta, podían elegirse los últimos dígitos y, mediante una simple sustitución de letras por números, escribir todo lo que se deseara.
Con creciente júbilo, leyó el primer mensaje que había decodificado. Decía: «No hay quejas. La diferencia bancaria es la de siempre».
Terl hizo otro cálculo.
Se sentía entusiasmado. Estos informes iban dirigidos a Nipe, el sobrino de Numph en la sección de contabilidad de la oficina central. El total de sueldos y primas de la Tierra debía de sumar alrededor de ciento sesenta y siete millones de créditos galácticos. En realidad, no se pagaban primas y sólo la mitad de los salarios.
Esto significaba que Nipe, en la oficina central, informaba que se pagaban los sueldos completos y las primas, y se guardaba, en su cuenta personal y en la de Numph, cerca de cien millones de créditos galácticos al año. Sus sueldos conjuntos no excederían los setenta y cinco mil créditos. La estafa les daba casi cien millones al año.
Allí estaba la prueba: el código, la contabilidad incompleta.
La oficina de Terl se sacudía mientras él se paseaba, felicitándose.
Después se detuvo. ¿Qué tal obligar a Numph y a Nipe a que le dieran una participación? Lo harían; tenían que hacerlo.
Pero no. Como buen jefe de seguridad que era, Terl comprendió que si él había podido desenmarañar la intriga, también podría cualquier otro. Era dinero abundante, pero peligroso. Nipe y Numph arriesgaban una buena posibilidad de fracaso, y si los atrapaban los vaporizarían. Terl no deseaba tomar parte en eso. Hasta entonces no era culpable. No podían culparlo de no haberlo descubierto antes, porque la contabilidad no era cosa de su departamento. No habían existido quejas. Tenía órdenes escritas de Numph para estar en guardia ante un posible motín, pero nadie le había ordenado que hiciese confidencias policiales a la oficina central.
No, Terl se conformaría con sus cien millones, gracias. Era sencillo; lo tenía todo pensado. No era metal de la compañía. No podían usarse empleados de la compañía. Podía decir que era un experimento e incluso demostrar que se lo habían ordenado. No figuraría nada en los informes de la compañía. Lo arriesgado era la última parte del plan —el traslado al planeta central—, pero si lo atrapaban podría salirse incluso de eso. Y no lo atraparían.
Que Numph y Nipe hicieran su fortuna… y corrieran sus riesgos. Conservaría estos informes lo bastante como para convencer a Numph si le era preciso, y después los destruiría.
¡Ah, con qué impaciencia esperaba la siguiente entrevista con Numph!