2
Numph estaba nervioso. Cuando entró el jefe de seguridad, lo miró vacilante.
—¿Motín? —dijo Numph.
—Hasta ahora no —dijo Terl.
—¿Qué tiene ahí? —preguntó Numph.
Terl tiró del cable para sacar a Jonnie de detrás de él.
—Quería mostrarle la cosa humana —dijo Terl.
Numph se echó hacia adelante y miró. Un animal casi desnudo, sin pelos. Dos brazos, dos piernas. Sí, tenía pelos. En la cabeza y la parte inferior de la cara. Extraños ojos azules, helados.
—No deje que mee en el suelo —dijo Numph.
—Mire sus manos —dijo Terl—. Manualmente apto…
—¿Está seguro de que no hay motín? —preguntó Numph—. Esta mañana circularon las noticias. Todavía no he tenido respuesta de las minas de dos continentes.
—Probablemente, no están muy complacidos, pero no, todavía no hay motín. Si mira esas manos…
—Vigilaré cuidadosamente la producción de metal —dijo Numph—. Podrían tratar de disminuirla.
—No significará nada. Estamos bastante cortos de personal —dijo Terl—. En transporte ya no quedan mecánicos de mantenimiento. Todos han sido transferidos a operaciones para levantar la producción.
—Dicen que hay mucho desempleo en nuestro planeta. Tal vez debería traer más personal.
Terl suspiró. Idiota incoherente.
—Con sueldo reducido y sin primas, y lo espantoso que es este planeta, no creo que consiguiera muchos empleados. Ahora, este animal aquí…
—Sí, eso. Debería haber traído más personal antes de disminuir las pagas. ¿Está seguro de que no hay motín?
Terl se decidió.
—Bueno, la mejor manera de detener un motín es prometer mayor producción. Y dentro de un año creo que podremos reemplazar el cincuenta por ciento de nuestras máquinas exteriores y operarios con estos.
Maldita sea, las cosas no iban bien.
—No ha meado en el suelo, ¿no? —dijo Numph, inclinándose hacia adelante para mirar—. Realmente, esa cosa huele mal.
—Son esas pieles sin curtir que lleva. No tiene vestidos apropiados.
—¿Vestidos? ¿Usaría ropas?
—Sí, creo que sí, su planetaridad. Todo lo que tiene ahora son cueros. A propósito, tengo un par de requisitorias aquí… —avanzó hacia el escritorio y las depositó para la firma.
Ventaja, ventaja. No tenía poder sobre este tonto.
—Acabo de hacer limpiar este lugar —dijo Numph—. Ahora tendrá que ser ventilado. ¿Qué son esas cosas? —agregó, mirando las requisitorias.
—Usted quería una demostración de que esta cosa podía manejar máquinas. Uno de esos papeles es un pedido de suministros generales y el otro es para un vehículo.
—Están marcados «urgente».
—Bueno, tenemos que apresurarnos a estimular esperanzas si queremos evitar un motín.
—Es verdad. —Numph estaba leyendo el formulario de pedido, pese a que había visto miles de ellos.
Jonnie se quedó allí, pacientemente. Examinaba cada detalle del interior. Los envases de gas respiratorio, el material de la cúpula, las bandas que lo mantenían unido.
Estos psiclos no usaban máscara dentro y veía sus caras por primera vez. Eran casi rostros humanos, sólo que tenían huesos en lugar de cejas, pestañas y labios. Tenían órbitas ambarinas como las de los lobos. Estaba empezando a ser capaz de leer sus emociones al relacionarlas con sus expresiones.
Mientras pasaban por las salas del recinto se habían cruzado con varios psiclos y éstos lo habían mirado con curiosidad, pero habían mirado con franca hostilidad a Terl. Aparentemente, tenía alguna clase de trabajo o rango que no era popular. Pero en realidad las relaciones entre toda esta gente eran hostiles.
Finalmente, Numph levantó la mirada.
—¿Realmente cree que una de estas cosas podría manejar una máquina?
—Usted dijo que quería una demostración —dijo Terl—. Necesito un vehículo para entrenarlo.
—Oh —dijo Numph—. Entonces todavía no está entrenado. ¿Entonces cómo ha aprendido cosas?
Maldición, pensó Terl. Este estúpido era peor de lo que había pensado. Pero, un momento. Algo molestaba a Numph. Había algo de lo que Numph no hablaba. La intuición de un jefe de seguridad siempre percibía estas cosas. Ventaja, ventaja. Si pudiera saber eso, tal vez conseguiría influencia. Tendría que mantener ojos y oídos bien abiertos.
—Aprendió muy rápidamente a utilizar una máquina educativa, su planetaridad.
—¿Educativa?
—Sí, ahora lee y escribe su lengua, y habla, lee y escribe psiclo.
—¡No!
Terl se volvió hacia Jonnie.
—Saluda a su planetaridad.
Jonnie lo miró a los ojos. No dijo nada.
—¡Habla! —dijo Terl en voz alta, y a media voz agregó—: ¿Quieres que te arranque la máscara de la cara?
—Creo —dijo Jonnie— que Terl desea que firme usted los pedidos de modo que pueda entrenarme para manejar una máquina. Si lo ordenara, debería firmarlo.
Fue como si no hubiera dicho nada en absoluto. Numph miraba por la ventana pensando en algo. Después sus narices se ensancharon.
—Realmente, esa cosa apesta.
—Se irá en cuanto me firme los pedidos —dijo Terl.
—Sí, sí —dijo Numph, y garabateó unas iniciales en los formularios.
Terl los cogió rápidamente e inició la retirada. Numph se echó hacia adelante y miró.
—No meó en el suelo, ¿eh?