9
Los había dejado en el camión durante toda la helada noche. Terl se limitó a poner un par de cámaras, una en cada extremo, y se fue a su dormitorio.
Ya estaba muy avanzada la mañana y Terl había estado ocupado en las jaulas desde antes del amanecer. Jonnie no había podido volver la cabeza lo suficiente como para ver lo que hacía; el collar y la correa nunca habían estado tan apretados.
Terl fue hacia la parte trasera del camión y abrió la puerta. Sacó a los caballos y ató las riendas a un árbol. Después dio un enérgico empujón al caballo herido y lo sacó del camión, y cuando llegó al suelo volvió a empujarlo para que se apartara. El caballo trataba de mantenerse en pie, se tambaleaba y volvía a caer.
Subió de nuevo al camión y desató a Pattie. Tenía un collar en la pata y lo ajustó en torno al cuello de la niña. Sacó un soldador, lo cerró y después soldó una correa. Levantando a la niña con un solo movimiento, se fue con ella.
Regresó en seguida. Chrissie se apartó de él. Tenía otro collar y lo soldó. Jonnie lo miró más de cerca cuando ajustaba la correa. Este collar tenía una protuberancia roja a un lado. Jonnie vio que el de Pattie también la tenía.
Terl miró a Jonnie a los ojos. Eran helados y azules.
—En un momento te llegará el turno, animal. No es necesario estar malhumorado. Se abre ante ti una nueva vida.
Tomó a Chrissie y la sacó del camión.
Estuvo alejado un rato. Jonnie escuchó que se abría y cerraba la puerta de la jaula, como si la estuviera probando.
Después el camión se balanceó cuando el enorme peso de Terl volvió a ascender.
Miró a Jonnie.
—¿Más cables sueltos? —preguntó—. ¿Estás seguro de que no estás sentado sobre un rifle explosivo con los cables rotos? —Y Terl festejó con risas su chiste—. ¿Sabes?, voy a sacudirle la mierda del cuerpo a Ker por no enseñarte mejor —estaba manipulando las correas de Jonnie—. Cerebro de rata —dijo.
El avión de reconocimiento rugió a la distancia y pasó sobre sus cabezas con un ruido ensordecedor. Jonnie lo miró cuando pasaba.
—Bien —dijo Terl, aprobador—. Ya sabes qué la localizó a ella y también lo que te localizará a ti si haces algo que no quiero. Con esa cosa obtenemos hermosas fotografías. Hasta el mínimo detalle. Sal del camión.
Jonnie fue conducido hasta la jaula. Terl había estado realmente ocupado. Había cambiado varias cosas. Una de ellas era la máquina educativa y la mesa. Estaban fuera de la jaula, Terl le dio un tirón para que se detuviera.
Chrissie y Pattie estaban atadas a una barra de hierro insertada a un lado de la piscina. Chrissie trataba de devolver, mediante masajes, alguna sensibilidad a los brazos y piernas de Pattie, y la niña lloraba a causa del dolor producido por la sangre que volvía a circular.
—Ahora, animal —dijo Terl—, voy a ofrecerte una breve gira, de modo que presta mucha atención.
Terl señaló una caja de conexión electrónica que había en una pared cercana. Su garra indicó un grueso cable que salía de allí y llegaba a los barrotes superiores de la jaula, se enrollaba en cada uno de ellos, rodeaba por arriba toda la jaula y regresaba a la caja. Cada barrote tenía envolturas aislantes en la parte baja.
Terl llevó a tirones a Jonnie hasta unos arbustos. Allí había un coyote con la cabeza envuelta en trapos. Terl se puso un guante aislante y cogió al coyote.
—Ahora dile a esos dos animales que miren atentamente —dijo Terl.
Jonnie permaneció en silencio.
—Bueno, no importa —dijo Terl—. Veo que están mirando.
Con la pata enguantada, Terl levantó al coyote, que se debatía, y lo arrojó contra los barrotes.
Hubo un rayo de luz cegadora.
El coyote aulló.
Un instante después, era una masa achicharrada, chisporroteante, que se iba poniendo negra.
Terl lanzó una risita.
—Animal, diles que si tocan los barrotes eso es lo que les sucederá.
Jonnie les dijo que no tocaran los barrotes.
—Y ahora —dijo Terl, sacándose el guante y guardándolo en el cinturón—, aquí tenemos algo interesante para ti.
Terl buscó en el bolsillo y sacó una caja compacta de conmutador.
—Tú sabes todo lo necesario sobre control remoto, animal. ¡Recuerda tu tractor! Esto es un control remoto. —Señaló a las dos muchachas—. Ahora míralas bien y notarás que usan un tipo de collar distinto. ¿Ves ese bulto rojo a un lado del collar?
Jonnie lo veía con absoluta claridad. Se sentía enfermo.
—Es una pequeña bomba —dijo Terl—. Basta para romperles el cuello y volarles la cabeza. ¿Entiendes, animal?
Jonnie lo miró con furia.
—Este interruptor —dijo Terl, señalando la caja— corresponde al animal pequeño. Y éste —y señaló otro— vuela el collar del otro animal. Esta caja…
—¿Y para qué es el tercer interruptor? —dijo Jonnie.
—Bueno, gracias por preguntarlo. Creí que no iba a conseguir penetrar en tu cerebro de rata. Este tercer interruptor enciende una carga general en la jaula, cuya localización ignoras, y que lo volará todo.
Terl sonreía detrás de la máscara y sus ambarinos ojos se entrecerraban, chispeantes, observando a Jonnie.
Finalmente continuó:
—Esta caja de control estará siempre conmigo. También hay otros dos controles en lugares que no conoces. Ahora ¿está todo claro?
—Para mí está claro —dijo Jonnie, reprimiendo su violenta cólera— que uno de los caballos puede acercarse y electrocutarse. También es evidente que accidentalmente podría apretar esos controles.
—Animal, aquí estamos cotorreando y omitimos el hecho de que realmente te he tratado como a un amigo.
Jonnie se puso en guardia.
Con un cortador de metal, Terl le quitó el collar a Jonnie. Después, burlonamente, le alcanzó los restos y la correa.
—Corre por ahí —dijo Terl—. Siente la libertad. ¡Retoza!
Terl se apartó y empezó a juntar algunas herramientas que había dispersado mientras trabajaba. El hedor del coyote electrocutado invadía el aire.
—¿Y qué pago yo por esto? —preguntó Jonnie.
Terl regresó.
—Animal, a estas alturas deberías de comprender, pese a tu cerebro de rata, que lo mejor qué puedes hacer es cooperar conmigo.
—¿De qué manera?
—Eso está mejor, animal. Me gusta la gratitud.
—¿De qué manera? —repitió Jonnie.
—La compañía tiene algunos proyectos que hay que poner en marcha. Son muy confidenciales, por supuesto. Y aquí estás tú prometiendo toda tu colaboración. ¿Correcto?
Jonnie lo miró.
—Y cuando esté todo hecho —dijo Terl—, bueno, te llenaré de regalos y podrás volver a las montañas.
—Con ellas —dijo Jonnie, señalando a Chrissie y a Pattie.
—Por supuesto, y también con tus compañeros de cuatro patas.
Jonnie sabía cuándo Terl estaba mintiendo.
—Por supuesto —dijo Terl—, si tratas de huir, cosa que supongo ya sabrás que es imposible, si tratas de engañarme o no tienes éxito, bueno, entonces, con toda tranquilidad, la pequeña perderá la cabeza. Y si el error se repite, entonces la perderá la grande. Y si lo haces todo mal, entonces volará todo el lugar. ¿Tengo, ahora tu promesa de cooperación?
—¿Puedo andar por ahí todo lo que quiera?
—Por supuesto, animal. Estoy cansado de cazar ratas para ti. ¡Y puedes estar seguro de que no voy a salir a cazarlas también para esas dos! —Y Terl rió; la imagen misma de la jovialidad.
—¿Puedo entrar en la jaula?
—Sí, cuando yo esté afuera con mi pequeña caja de control remoto.
—¿Puedo cabalgar por el campo?
—Mientras uses esto —dijo Terl, y sacó del bolsillo una diminuta cámara con una cinta para pasar alrededor del cuello, y la dejó caer en la cabeza de Jonnie—. Si esto se cierra o te alejas más allá de cinco millas, bueno, simplemente oprimo el primer botón.
—Es usted un monstruo y un demonio.
Pero Terl vio con toda claridad que había ganado.
—Entonces ¿lo prometes?
Desesperado, Jonnie miró la caja de control remoto que abultaba el bolsillo de Terl. Miró a las dos muchachas, que lo miraban con confianza.
—Prometo trabajar en el proyecto —dijo Jonnie. Hasta ahí podía llegar.
Pero a Terl le bastó. Casi con alegría, tiró sus herramientas en la parte trasera del camión y se fue.
Jonnie caminó hacia la jaula, poniendo cuidado en no tocar los barrotes, y comenzó una cautelosa explicación sobre lo que sucedía. Al hacerlo se sentía como un estafador. Si alguna vez había contemplado la traición, era en los ojos de Terl donde la había visto.