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Roberto el Zorro llevaba su vieja capa colocada encima del traje de combate antirradiactivo. El cabello cano estaba chamuscado de un lado. Tenía el rostro sereno, pero con ciertos indicios de preocupación. Cogió la muñeca de Jonnie y la apretó calurosamente, dándole la bienvenida.
Jonnie miró el chamuscado pelo.
—¿Hay muchas bajas?
—Pocas —dijo Roberto el Zorro—. Sorprendentemente pocas. No quieren dejarse ver. Esto dificulta su puntería. Y es como luchar en medio de un diluvio. Mire, no está usando traje anti…
—El agua lava y elimina la radiación a tanta velocidad como la disparan —dijo Jonnie—. Tengo algo que hacer. En el bombardero no hay gas respiratorio. No necesito protección.
—Jonnie, ¿no puede esperar ese avión hasta haber dominado las minas? Tardará dieciocho horas en llegar adonde va, al otro lado del mar. Lo seguimos con el equipo de búsqueda de ese avión. Es decir, seguimos la escolta. El bombardero tiene eliminadores de ondas.
Jonnie abrió la puerta del avión. Todo estaba preparado. Sobre el asiento había pan y carne. Una anciana surgió repentinamente a su lado y le alcanzó una taza de té de hierbas hirviendo que tenía un sospechoso olor a whisky. Cuando él la miró, cuestionando su presencia en la zona de combate, dijo:
—¡No pueden comer balas! —y dejó escapar una cloqueante risa.
La mano de Roberto lo detenía.
—Todavía seguimos exitosamente con el silencio radial.
Habían acordado dar a los pilotos que atacaban las minas más lejanas catorce horas de silencio radial para dejarlos terminar con las zonas por sorpresa, si era posible.
—Es más de lo que necesitan. Podemos acortarlo y pueden converger sobre ese bombardero…
—Se encamina hacia Escocia —dijo Jonnie—. Es su primera parada.
—Lo sé.
Jonnie terminó la bebida caliente y empezó a subir al avión.
Una vez más la mano lo retuvo.
—Debo decirle algo. —Y cuando Jonnie se detuvo, continuó—: Es posible que no hayamos alcanzado a Psiclo.
—Lo sé —dijo Jonnie.
—Eso significa que podríamos necesitar todos los aviones y el equipo de aquí. Están en hangares, debajo de nosotros. No tenemos hombres suficientes para tomar el lugar por asalto y no debemos destruirlo.
—Puede discutirlo con Glencannon. Tendrá un piloto dentro de media hora. Tal vez se pueda atacar desde el aire —intentó entrar al avión y la mano de Roberto volvió a apoyarse en su manga.
—Sucedió una cosa graciosa, antes del ocaso —dijo Roberto—. ¡Un tanque se rindió!
Jonnie volvió a bajar al suelo. Podía aprovechar el tiempo poniéndose la ropa de abrigo que se necesitaba a grandes alturas, y procedió a hacerlo.
—Siga.
Roberto hizo una inspiración, pero antes de que continuara llegó un mensajero para decirle que el historiador había enviado una nueva carga de municiones desde la Academia. Roberto le pidió que se ocupara de distribuirla entre todos. Las lenguas de fuego de los rifles explosivos continuaban brillando sobre sus cabezas, en la noche ya bastante oscura.
—El tanque es un «Abrámonos paso hacia la gloria». Está allá abajo, al otro extremo del barranco. Eh, no se alarme. Está en nuestras manos. Salió del puerto del garaje y vino derecho hacia nosotros. Le disparamos con bazookas que ni siquiera lo mellaron. Pero no contestó al fuego. Siguió derecho hacia el extremo del barranco, envió un mensaje a través de una bolsa atmosférica y dijo que deseaba hablar con el «líder hocknero». Deseaban una garantía de seguridad a cambio de su cooperación.
Jonnie se estaba poniendo las botas.
—Bueno, continúe.
—Es una escena extravagante —continuó Roberto—. Cuando les dimos la garantía, salieron del tanque. Dijeron que eran los hermanos Chamco. Seguimos interrogándolos. Dijeron que sabían que Terl los había vendido. Parece que había un director de mina llamado Char, amigo de ellos, al que echaron a faltar durante el disparo. Bueno, el tal Char dijo a los hermanos Chamco que hubo un asesinato. Que Terl había asesinado al director del planeta para poder nombrar a otro llamado Ker. Y que esta tarde Ker les había negado municiones para el tanque. Los Chamco afirman que Terl y Ker se han vendido a una raza llamada «hockneros de Duraleb», y que fueron ellos quienes dispararon el bombardero para aniquilar a las otras minas.
—Supongo que en su mayor parte es exacto —dijo Jonnie—. Excepto lo que se refiere a los hockneros y el bombardero. Los psiclos tienen muchos enemigos, pero según sus historias derrotaron a los hockneros hace unos doscientos años. ¡Escuche, sir Roberto, con el debido respeto, tengo que irme!
—Hay más —añadió Roberto el Zorro—. Allá adentro no tienen combustible para los tanques y los aviones, y hemos cortado cuatro salidas hacia el depósito. Pero tienen mucha munición para rifles explosivos. No tenemos suficientes hombres para un asalto…
—¿Y qué más? —preguntó Jonnie—. Eso suena como una buena noticia, no como una mala.
—Bueno, no todo son buenas noticias. Parece que debajo de nosotros hay como dieciséis niveles, cada uno de los cuales se extiende a lo largo de acres. Cuarteles, tiendas, garajes, hangares, oficinas, talleres, bibliotecas, depósitos de suministros.
—No sabía que era tanto, pero tampoco es una mala noticia.
—Espere. Si esa cosa fuera tocada por la radiación, la fuerza de asalto volaría en pedazos. Estamos peleando sobre una bomba cargada. Si vamos a defender la Tierra, tenemos que salvar los aviones y el equipo. Y los necesitamos para la reconstrucción, caso de que vayamos volado Psiclo.
—Pronto tendrá apoyo aéreo —dijo Jonnie—. Puede retirarse…
—Bueno, los hermanos Chamco dicen que saben lo que sucederá allá. ¡Dicen que inundemos el lugar con aire! Dijeron que sabían que nosotros, los «hockneros», recuperamos el sistema solar Duraleb. Dicen que no hay suficientes máscaras y frascos de gas respiratorio, pero que en el sistema de circulación hay mucho. Esos hermanos Chamco son ingenieros de diseño y mantenimiento. Prometieron ayudarnos si les pagamos. Dicen que el planeta ha estado a media paga y sin primas, y no quieren morir en una «inundación de aire», como la llamaron.
Jonnie se había puesto la ropa de abrigo y estaba terminando un sandwich de pan de centeno y venado seco.
—Sir Roberto, en cuanto tenga apoyo aéreo puede planear algo…
—Los hermanos Chamco nos dijeron que el sistema de circulación de gas respiratorio es exterior a la base y está refrigerado por aire, y los engañamos para que admitieran que todo lo que teníamos que hacer era disparar a las tuberías de entrada del sistema de enfriamiento y las bombas llenarían todo el recinto de aire.
—Lo tiene todo resuelto —dijo Jonnie.
—Sí, pero necesitamos disparar a las tuberías desde mucha distancia, desde el aire.
—Eso no tomará demasiado tiempo. En cuanto llegue Glencannon…
—Bueno, creo que tendría que hacerlo usted —dijo Roberto—. No es muy peligroso y si dispara desde una distancia de media milla…
—Puedo hacerlo al despegar. —Pero tendría que regresar para verificar… De pronto, Jonnie comprendió lo que se proponía Roberto. Roberto el Zorro quería que esperara hasta que todos los aviones pudieran converger sobre el bombardero. Y eso era arriesgarse. Los aviones de las otras minas podían estar en un lío.
—Sir Roberto, ¿está intentando evitar que ataque solo al bombardero?
El veterano abrió las manos.
—¡Jonnie, muchacho, ya ha hecho demasiado para hacerse matar ahora!
Sus ojos eran suplicantes. Jonnie subió al avión.
—¡Entonces voy con usted! —dijo Roberto el Zorro.
—¡Usted va a quedarse aquí y dirigir el asalto!
Un coche minero rebotó al final del barranco y se detuvo. El conductor cogió un fusil de asalto y regresó corriendo a las líneas para volver a meterse en la batalla. Glencannon bajó del coche y se dirigió corriendo hacia ellos.
—¡Maldición! —dijo Roberto el Zorro.
—¿Qué pasa? —preguntó Glencannon, un poco sorprendido por la bienvenida—. Estoy bien. Si alguien me venda las costillas y me pone algo alrededor del tobillo, puedo volar.
Roberto el Zorro pasó un brazo por los hombros de Glencannon.
—Se trataba de otra cosa —dijo—. Me alegro de que hayas regresado con vida. Tenemos un trabajo para ti. Muchos, en realidad. Los francotiradores de las viejas barracas chinko…
—Adiós, sir Roberto —dijo Jonnie, y cerró la puerta.
—Buena suerte —dijo tristemente Roberto.
Sabía que Jonnie se estrellaría contra el bombardero si todo lo demás fallaba. No esperaba verlo otra vez. Después se volvió y empezó a dar órdenes a dos mensajeros que esperaban. Tenía cierta dificultad en verlos bien.
Jonnie se elevó del barranco, a demasiada velocidad para ser visto y alcanzado, y se puso en camino para intentar algo que los poderes militares de la Tierra, combinados, no habían podido hacer. E iba a hacerlo solo.
Esperar a que el bombardero estuviera… ¿a cuánto?, ¿cinco horas?, de Escocia era arriesgarse demasiado. Si los ataques que se le dirigían tenían éxito, podrían explotar los barriles de gas y una corriente de aire podría barrer a Escocia y también a Suecia. Lo mejor tal vez fuera un ataque en masa, pero incluso en ese caso no estaba garantizado el éxito. Y hasta entonces nadie había intentado chocar contra el bombardero con un avión de combate psiclo que viajara a la velocidad máxima con toda la artillería disparando en el momento de la colisión. Como último recurso, eso destruiría prácticamente todo. No le había dicho nada de eso a sir Roberto. Seguramente, el anciano no lo habría imaginado.