Parte 8
1
—Parece que será casi imposible salir —dijo Jonnie—. Serán necesarios muchos consejos y habilidad.
Estaba inquieto por el estado en que se hallaba Terl. Su conferencia ya se había retrasado dos días.
Se encontraban en una mina abandonada, a unos cincuenta pies por debajo del suelo y una milla al sur de la «base defensiva». Era polvorienta; las maderas se curvaban; era un lugar peligroso debido a la posibilidad de un hundimiento.
Terl había llegado silenciosamente a la base, pues aparcó el coche de superficie a cierta distancia, bajo los matorrales que había junto a un arroyuelo, e hizo a pie el resto del camino durante la noche, con una pantalla minera de calor sobre la cabeza. Silenciosamente, mediante gestos, había conseguido que el centinela —que estuvo a punto de dispararle a causa de su misteriosa aparición en la oscuridad— fuera a buscar a Jonnie. Después los había conducido a ese lugar abandonado, pasando una sonda de control alrededor de ellos.
Pero el monstruo no parecía prestar atención a lo que sucedía. Jonnie le había mostrado las fotografías del filón en un visor portátil que había llevado consigo, explicándole también lo del recalentamiento del motor, el peligro del viento. Terl había emitido algunos murmullos, pero poco más.
Porque Terl era un psiclo preocupado. Al llegar la gente en el envío semestral, Terl había estado recorriendo eficientemente la cola, revisándolos. Estaba a dos tercios del final cuando se encontró enfrentado con él.
El recién llegado tenía la cabeza gacha y el casco no estaba demasiado limpio como para ver bien, pero no había error posible.
¡Era Jayed!
Terl lo había visto una vez mientras estudiaba en la escuela. Hubo un crimen del cual nadie supo nunca nada y Jayed fue el agente que apareció para encargarse del asunto.
No era un agente de la compañía. Era miembro del temido Bureau Imperial de Investigación, el BII.
Era imposible confundirlo. Cara redonda con doble barbilla, el colmillo izquierdo partido, huesos bucales y oculares descoloridos, las patas deformadas por la sarna. Era Jayed.
Fue un golpe tan grande que Terl no tuvo energía suficiente para continuar con la inspección. Sencillamente, había hecho pasar al resto de la fila. Jayed no pareció notarlo… pero el gran BII rara vez se perdía algo.
¿Para qué estaba aquí? ¿Por qué había venido a este planeta?
En los formularios del nuevo personal figuraba como «Snit» y se lo designaba para «trabajos generales». Para Terl esto quería decir que Jayed debía de estar haciendo un trabajo secreto.
¿Pero por qué? ¿A causa de la manipulación de los pagos hecha por Numph? ¿O acaso —y Terl se estremeció— se trataba de los animales y del oro?
Su primer impulso fue cargar los rifles explosivos, salir de prisa y barrer a los animales, devolver los vehículos y afirmar que había sido idea de Numph y que había tenido que obedecerle.
Sin embargo, Terl esperó dos días para ver si Jayed lo llamaba aparte y se confiaba a él. Le dio todas las oportunidades posibles. Pero Jayed se limitó a unirse al grupo de obreros de la mina local. Terl no se atrevía a colocarle una cámara de vigilancia. Jayed la detectaría. No se atrevía a interrogar a los trabajadores que rodeaban a Jayed para saber cuáles eran las preguntas que hacía el agente. Éste se enteraría en seguida.
En la zona de Terl no apareció ninguna cámara. Las sondas no detectaron en absoluto ningún artefacto de vigilancia.
Entonces, un Terl muy tenso decidió ser cauteloso y esperar la salida de la siguiente caja de despacho, porque tal vez Jayed pondría en ella algún informe.
Sentado, mirando el filón en la pantalla, Terl se esforzó en fijar la vista. Sí, parecía difícil; sabía que lo sería.
—¿Dijiste viento? —preguntó Terl.
—Recalienta los motores. Una plataforma perforadora volante no podría mantenerse en el lugar el tiempo suficiente para realizar un trabajo eficaz.
El minero que había en Terl se inquietó.
—Largas estacas de púas clavadas en la ladera del desfiladero. Sobre eso podría construirse una plataforma. Es precario, pero a veces las estacas se mantienen.
—Habría que tener un lugar para aterrizar en la cumbre.
—Pon un explosivo para limpiar terreno.
Jonnie colocó otra diapositiva y le mostró la grieta, la posibilidad de que todo el filón se desprendiera y cayera al fondo de la garganta.
—No se pueden poner explosivos.
—Perforadoras —dijo Terl—. Es posible allanar un lugar con perforadoras. Es tedioso, pero puede hacerse. Ve retrocediendo a partir del borde y perfora hacia el abismo —pero hablaba como distraído, absorto.
Jonnie comprendía que Terl tenía miedo de algo. Y comprendió algo más: si abandonaban el proyecto, lo primero que haría Terl sería matarlos a todos, para eliminar pruebas o por puro sadismo. Jonnie llegó a la conclusión de que dependía de él conseguir que Terl siguiera interesado.
—Eso podría funcionar —dijo Jonnie.
—¿Qué? —preguntó Terl.
—Perforar desde la parte trasera hacia el abismo, manteniendo un avión al socaire del viento.
—Oh, eso. Sí.
Jonnie supo que estaba perdiéndolo.
Para Terl, lo que tenía enfrente no era una pantalla, sino la cara de Jayed.
—No le he mostrado el núcleo —dijo Jonnie. Acomodó la lámpara portátil y sacó la muestra del bolsillo.
Tenía una pulgada de diámetro y unas seis de largo: puro cuarzo blanco y oro resplandeciente. Jonnie la movió para que brillara.
Eso sacó a Terl de su abstracción. ¡Qué muestra más hermosa!
La cogió. Arañó delicadamente el oro con una garra. ¡Oro puro!
La apretó.
De pronto se vio en Psiclo, poderoso y rico, viviendo en una mansión, con acceso a todas partes. Por las calles, se lo señalaba entre murmullos: «¡Ése es Terl!».
—Hermoso —dijo Terl—. Hermoso.
Después de un largo rato, Jonnie dijo:
—Intentaremos sacarlo.
Terl se puso de pie en la estrecha galería y el polvo cayó sobre la lámpara. Seguía apretando amorosamente la muestra.
—Guárdela —dijo Jonnie.
De pronto, fue como si la muestra estuviera al rojo vivo.
—¡No, no, no! —dijo Terl—. ¡Debes ocultarla tú! Entiérrala.
—Muy bien. Y trataremos de trabajar el filón.
—Sí —dijo Terl.
Jonnie se permitió un profundo suspiro de alivio.
Pero en la entrada de la mina, antes de separarse, Terl dijo:
—Nada de contactos por radio. Ninguno. No sobrevueles el complejo. Roza las montañas orientales; vuela bajo al salir y llegar a la base. Haz una segunda base temporaria en las colinas y parte desde allí. ¡Y mantente alejado del complejo! Yo me ocuparé de alimentar a las hembras.
—Debería ir y decirles que no van a verme durante un tiempo.
—¿Por qué?
—Se preocuparán —dijo Jonnie, pero vio que Terl no comprendía y se corrigió rápidamente—: Podrían hacer un alboroto, crear perturbaciones.
—Bien. Puedes ir una vez más. En la oscuridad. Toma, aquí tienes una pantalla de calor. Ya sabes dónde están mis habitaciones. Enciende tres veces una luz poco potente.
—Podría dejarme que llevara a las muchachas a la base.
—Oh, no, eso no —y Terl palmeó el control remoto—. Sigues estando bajo mis órdenes.
Jonnie lo miró mientras se iba, hasta que se desvaneció en la oscuridad. Terl estaba lleno de miedo, y en ese estado no vacilaría en cambiar de idea.
Fue un Jonnie muy preocupado el que regresó a la base.