6
Jonnie estaba sentado en lo alto de la máquina de palas. El desagradable viento frío levantaba ráfagas de nieve oscureciendo momentáneamente el recinto. Jonnie prestó atención al grupo que se aproximaba. La combinación de sus pasos sacudía la tierra.
El lugar elegido para la demostración era una pequeña meseta que sobresalía del recinto. Tenía unos pocos miles de pies cuadrados pero terminaba en un acantilado abrupto que daba paso a un barranco de más de doscientos pies. Había lugar para maniobrar pero era preciso mantenerse lejos de ese acantilado.
Terl se acercó pisando fuerte a través de la ligera nieve. Subió a un escalón bajo de la máquina para poner su enorme cara junto a la de Jonnie.
—¿Ves esa gente? —dijo Terl.
Jonnie los miró. Estaban reunidos junto al recinto. A la izquierda estaba Zzt.
—¿Ves este altavoz? —preguntó Terl, que tenía en la mano una especie de cuerno parlante.
Ya lo había usado durante la instrucción.
—¿Ves este explosivo? —preguntó Terl, y palmeó una arma manual que había sujetado al cinturón; una cosa inmensa—. Si haces algo mal, o lo estropeas de alguna manera, te disparo en el acto. Estarás bien muerto. Aplastado.
Terl extendió el brazo y comprobó que el cable estaba seguro; lo había enrollado alrededor de la barra, sujetando el extremo al parachoques trasero. A Jonnie no le quedaban muchas posibilidades de movimiento.
El pequeño grupo no había escuchado sus instrucciones. Terl se aproximó a ellos y se volvió, con los pies bien separados, pareció hincharse y aulló:
—¡Enciende!
Jonnie encendió. Se sentía intranquilo; un sexto sentido lo alertaba, como cuando se tiene detrás un puma que no se había visto. No eran las amenazas de Terl. Era algo más. Miró hacia el grupo.
—¡Levanta la pala! —rugió Terl a través del cuerno.
Jonnie lo hizo.
—¡Ahora bájala!
Jonnie obedeció.
—Avanza.
Jonnie avanzó.
—Retrocede.
Jonnie lo hizo.
—Describe un círculo.
Jonnie obedeció.
—¡Ahora haz un montículo de nieve, trabajando alrededor!
Jonnie empezó a maniobrar, manejando los controles, cogiendo pequeñas paladas de nieve y empujándolas hacia el centro. Estaba haciendo algo más que construir un montículo; estaba haciendo una pila de lados cuadrados y nivelándola por la parte superior. Trabajaba rápido, retrocediendo, empujando más nieve. El montículo exactamente geométrico fue tomando forma.
Tenía que hacer otro trecho hacia adentro, un trecho que lo llevaría hacia el acantilado que estaba a unos cientos de pasos.
De pronto, los controles no respondieron. En las entrañas de la caja de control hubo un prolongado gemido de cables. ¡Y cada botón y palanca del panel de control se desactivó!
La máquina dio un bandazo hacia la derecha y otro hacia la izquierda.
Jonnie golpeó los controles. ¡No funcionaba nada! Súbitamente, la pala se levantó en el aire.
La máquina avanzaba pesadamente y subió a lo alto de la pila, volcándose casi. Cuando llegó arriba, cayó de plano. Después estuvo a punto de dar otro salto hacia adelante cuando cayó por el otro lado. ¡Iba directamente hacia el borde del acantilado!
Jonnie apretó una y otra vez el botón para pararla, pero no hizo el menor efecto sobre el rugiente motor.
Luchó con los controles. Permanecieron muertos.
Desesperado, volvió la cabeza hacia el grupo. Tuvo una visión fugaz de Zzt, a un lado. El bruto tenía algo en la pata.
Jonnie tironeó del collar que lo mantenía atado a la máquina letal.
Tiró del cable. Estaba tan fuerte como siempre.
El borde del acantilado estaba cada vez más cerca.
A su izquierda, sujeto por un gancho, había un control manual de la pala. Jonnie luchó por soltar el gancho. Si podía hacer caer la pala, tal vez se clavara y lo detuviera. El gancho no quería soltarse.
Jonnie buscó en la bolsa un pedernal y golpeó el gancho. El gancho se abrió. La pala cayó por su propio peso, describiendo un arco, y se metió en la tierra rocosa.
La máquina se balanceó y disminuyó la velocidad.
Debajo de la caperuza hubo una pequeña explosión. Un instante después se levantó una voluta de humo, y una décima de segundo más tarde surgió una rugiente lengua de fuego.
El borde del acantilado estaba a pocos pies de distancia. A través de las crecientes lenguas de fuego, Jonnie lo miró un momento. La máquina iba hacia adelante, arrastrando la pala cavadora.
Jonnie giró hacia la barra que tenía detrás. El cable estaba enrollado allí. Aplastándolo contra el metal, lo atacó con el pedernal. Antes lo había intentado sin éxito. Pero a punto de caer en llamas desde una altura de doscientos pies, la esperanza era lo único que le quedaba.
Se estaba chamuscando la espalda. Se volvió hacia el frente. El panel de instrumentos comenzaba a resplandecer, al rojo vivo.
La máquina se acercaba cada vez más al borde.
A medida que estallaban los instrumentos, se escuchaban pequeñas explosiones. El metal dañado del borde superior del panel resplandecía con el calor.
Jonnie cogió el cable y lo aplicó sobre el borde de metal ardiente. ¡El cable comenzó a disolverse!
Necesitó toda su fuerza de voluntad para dejar las manos ahí. El cable despedía ardientes gotas.
La máquina se estremeció. En cualquier momento la pala quedaría en el vacío, y la máquina saldría despedida.
¡El cable se partió!
De un salto, Jonnie salió de la máquina y rodó.
Con un gruñido estremecedor, se soltó el último apoyo de la pala. Se elevaron las llamas. Como disparada por una catapulta, la máquina cayó al vacío.
Golpeó muy abajo, saltó, se detuvo y se consumió.
Jonnie apretó las quemadas manos contra la refrescante nieve. Terl buscaba a Zzt.
Cuando la máquina finalmente cayó, Terl había mirado a su alrededor, con súbita sospecha. Pero Zzt no estaba allí.
El grupo se había reído. Especialmente al final, cuando la máquina cayó. Y sus risas eran como puñales en los oídos de Terl.
Numph se quedó sacudiendo la cabeza. Parecía casi jovial cuando le comentó a Terl:
—Bueno, eso le demostrará lo que pueden hacer los animales. —Y sólo entonces se había reído—. ¡Mean en el suelo!
Habían regresado a sus oficinas y ahora Terl estaba registrando el recinto de transporte. En los pisos subterráneos pasó junto a hileras y más hileras de vehículos desechados, aviones de guerra, camiones, excavadoras… sí, y vehículos de superficie, algunos bastante elegantes. Antes no había comprendido la villanía de Zzt al cederle esa vieja ruina de Mark II.
Durante media hora buscó infructuosamente y después decidió volver a probar en el taller de reparaciones.
Furioso, entró y miró en torno.
Sus huesos auditivos percibieron un minúsculo susurro de metal sobre metal.
Conocía ese ruido. Era el seguro de un arma.
—Quédese ahí —dijo Zzt—. Mantenga las patas lejos de su revólver.
Terl se volvió. Zzt estaba de pie dentro de un oscuro armario de herramientas.
Terl estaba frenético.
—¡Cuando «arregló» el motor, instaló un control remoto!
—¿Por qué no? —dijo Zzt—. Y también una carga destructora.
Terl no podía creerlo.
—¡Lo admite!
—Aquí no hay testigos. Es su palabra contra la mía. No significa nada.
—¡Pero era su máquina!
—Ya la taché. Hay muchas máquinas.
—Pero ¿por qué lo hizo?
—En realidad, pensé que era bastante brillante —y dio un paso adelante, sujetando con una mano el arma explosiva de largo cañón.
—Pero ¿por qué?
—Usted dejó que nos cortaran la paga y las primas. Si no lo hizo, dejó que lo hicieran.
—Pero si yo pudiera transformar a los hombres en operarios, volvería a haber beneficios.
—Ésa es su idea.
—Es una buena idea —afirmó Terl.
—Muy bien, seré franco. ¿Alguna vez probó a mantener en funcionamiento las máquinas sin mecánicos? Sus operarios hubieran hecho un lío con el equipo. Uno lo hizo, ¿no?
—Usted lo hizo —dijo Terl—. Comprenderá que si esto se menciona en su informe, se quedará sin trabajo.
—No se mencionará en mi informe. No hay testigos. Numph incluso vio cómo me iba antes de que la cosa se volviera loca. Nunca admitiría el informe. Además, a todos les pareció divertido.
—Hay muchas cosas que pueden resultar divertidas —dijo Terl. Zzt hizo un movimiento con el cañón explosivo.
—¿Por qué no se va un poco a la mierda?
Ventaja, ventaja, pensó Terl. No tenía ninguna. Abandonó el garaje.