7

En ese mismo momento Zzt, en los hangares subterráneos, estaba a punto de perder la cabeza.

Desde que se produjera aquel retroceso salvaje al final del envío semestral, todo se había sumido en el caos.

Corrió el rumor de que allí afuera había humanos. ¡Hombres! Pero Zzt sabía que no era así. Esas estúpidas babosas no podían hacer nada. Indudablemente eran tolnepas, que aterrizaron aquí y venían de su sistema. Zzt lo tenía todo resuelto, pese a que sus procesos mentales se veían constantemente interrumpidos por la necesidad de maldecir a Terl. Los tolnepas habrían saboteado las bandas de teletransporte para paralizar un contraataque y estarían aquí en busca del contenido mineral todavía considerable del planeta. Ya habían tenido problemas con los tolnepas y la última guerra había quedado inconclusa. Eran bajos, más o menos la mitad que un psiclo, y podían respirar casi cualquier cosa. Además eran inmunes a las oleadas de gas psiclo. Mala suerte. De modo que estaba preparando un bombardero Mark-32, de vuelo bajo, el avión mejor armado de los cientos que había en los hangares.

Y maldición y muerte para Terl. ¡Era él quien se suponía debía encargarse de la defensa! ¿Y dónde estaban los aviones de combate preparados para cualquier emergencia? Perdidos en los cielos. ¿Y dónde estaban los tanques? ¡Deteriorados y oxidados en el parque subterráneo de tanques! ¿Y dónde estaban las reservas de las otras minas? ¡Las había traído aquí!

¡Maldito Terl! Dentro del recinto no había cartuchos de combustible ni reservas de municiones. Zzt era ilógico al culpar de esto a Terl, porque iba contra las reglas de la compañía almacenarlos dentro del recinto. Estaban a una media milla de allí, y dos partidas de psiclos que habían tratado de llegar al depósito habían sido masacradas. Y ése era otro detalle que probaba que se trataba de los tolnepas. Los psiclos heridos habían sencillamente explotado en un relámpago color verde claro. ¡Sólo los tolnepas podrían inventar ese tipo de arma!

De modo que tendría que saquear los antiguos aviones y coches de superficie, sacando cartuchos medio usados y cargas de municiones. Oh, sí, podría encontrarse bastante, pero no se podría depender de eso.

Había llegado a los golpes con los hermanos Chamco, malditos sean. Estaban preparando un tanque pesado blindado. Dos tanques que habían salido durante esa violenta tarde habían quedado reducidos a cenizas. De modo que los Chamco estaban preparando uno de los viejos brutos de tipo Basher: «Abrámonos paso hacia la gloria». Nada podía penetrar su coraza y sus armas destruían las cosas en millas a la redonda. Los Chamco estaban cogiendo combustible y municiones para el tanque y tuvieron la osadía, la maldita osadía de mantener que los atacantes eran hockneros de Duraleb, un sistema que los psiclos habían aniquilado por completo hacía doscientos años.

La pelea se había producido a causa de la posesión de los cartuchos, y aquel pomposo enano, Ker, había bajado, dándoles la mitad a cada uno. ¡Otro de los líos de Terl!

Los cartuchos no servían para el Mark-32. Zzt había perdido un tiempo valioso construyendo una caja falsa alrededor para que encajara en los tubos. ¡Maldito Terl!

Hacía dos horas que había dicho a sus hombres que sacaran de allí aquel maldito bombardero. ¡Maldito Terl!

Y ahora estaba allí. Había encontrado copiloto, uno de los ejecutivos de la remesa recién llegada, llamado Nup. Medio estúpido, pero eso era todo lo que podía obtenerse en un planeta aislado como éste. Nup pensaba que era un típico ataque bolboda, basándose en un rumor escuchado en las tiendas expendedoras de kerbango de la ciudad imperial, según el cual los bolbodas preparaban una conquista.

Zzt había reunido una máscara respiratoria de combate, una bolsa con frascos adicionales; había cogido las armas de mano y colocado raciones extra en los bolsillos. Y finalmente metió su llave inglesa favorita en un costado de una bota. Una llave inglesa que a veces resultaba útil en cualquier clase de pelea o situación.

Los motores del Mark-32 funcionaron fácilmente. Ronroneaban. ¡En un instante estaría allá afuera y sería el final del ataque! ¡Maldito Terl!

Zzt soltó los ganchos fijadores de los patines y condujo el Mark-32 —«Tira bajo y mátalos»— hacia la puerta de disparo. Los mecánicos saltaron para dejarle el camino libre. El lugar se había transformado en una gran confusión de psiclos que trataban de preparar aviones sin nada. Y el maldito bombardero seguía allí.

Ordinariamente, a través de esa puerta podían salir tres aviones, incluso era lo bastante alta como para agregar un cuarto. Pero aquella antigua reliquia de bombardero de gas era tan ancha y alta que bloqueaba por completo la puerta. Precisamente lo que le había dicho a Terl. ¡Maldito Terl! No había manera de hacer pasar el Mark-32 por allí.

Zzt sacó la cabeza por la puerta y llamó a gritos al capataz de la cuadrilla. Éste se acercó a toda prisa. Zzt parecía a punto de morderlo.

—¡Quite ese maldito bombardero! Hace dos horas ordené…

—No se mueve —jadeó el capataz, y señaló cuatro camiones que habían intentado echarlo a un lado—. ¡No se mueve!

Zzt se puso sobre el hombro la bolsa de equipo y salió de un salto.

—¡Imbécil! El único control interior que tiene esta cosa son los rezones magnéticos. ¿Por qué no los soltó? ¡Esos grandes patines están adheridos magnéticamente a la plataforma! Por qué no aprende…

—Es un bombardero muy viejo —balbuceó el capataz, que empezaba a perder la cabeza bajo la mirada de Zzt.

Éste se precipitó sobre la puerta del bombardero. Era una puerta inmensa, lo bastante grande como para meter una docena de barriles de gas al mismo tiempo. Alguien había puesto allí una escalerilla rodante y Zzt subió corriendo, haciendo oscilar el equipo, e intentó abrir la puerta. ¡Estaba cerrada! Una puerta blindada que por sí sola tenía el tamaño de un avión.

—¿Dónde está la llave? —gritó Zzt.

—¡La tenía Terl! —dijo el capataz, gritando también—. Hemos buscado a Terl por todas partes. ¡No podemos encontrarlo!

¡Maldito Terl!

—¿Han registrado sus habitaciones? —aulló Zzt desde lo alto de la escalerilla.

—¡Sí, sí, sí! —gritó el capataz—. Hemos…

En aquel momento una voz de timbre más agudo resonó en el estrépito del hangar.

—¡Yuhuuu!

Era Chirk. Zzt la miró, lanzando puñales con los ojos. ¡Esa majadera barata!

Pero ella tenía en la mano una sola llave, enorme.

—Encontré esto en su escritorio —canturreó.

—¿Dónde están las otras llaves para esta cosa? —gritó Zzt—. Las llaves de la caja de coordenadas.

—Ésta es la única que había en su escritorio —insistió Chirk.

Eso hizo que Zzt se detuviera un momento. No quería que la maldita reliquia se disparara sola dentro del hangar, impidiéndoles salir. Pero tenía que moverla. La que le estaban pasando era la llave de la puerta.

La miró malhumorado. Tres palancas agujereadas, y el eje casi partido por la mitad. ¡Al menos Terl hubiera podido hacer una llave nueva! Pero no, era demasiado haragán.

Metió las veinte libras de llave en el agujero de la cerradura. La hizo girar con una maldición. ¡Maldito Terl!

Los herrumbrosos cerrojos, magnéticos, cedieron. La llave se partió.

Zzt la tiró hacia la plataforma, golpeando casi a Chirk. Al menos la puerta estaba abierta.

Luchó por hacerla girar sobre sus goznes. Hasta éstos estaban deteriorados y rígidos. Se abrió mostrando el enorme interior.

Zzt consiguió una linterna. No había luces. No había sido construida para llevar un piloto. Eran simplemente toneladas y más toneladas de barriles de gas, motores y blindaje.

Pensó tardíamente que hubiera podido sacar combustible de allí… Ahora era demasiado tarde.

Se precipitó hacia el compartimiento de control. Lo mejor que podía hacer era inutilizar los mandos. Pero no, eran sólidos y blindados. No se podían desconectar sin una llave. Y ese metal no cedería ante nada. ¡Estaba blindado! ¡Maldito Terl!

Pasó la luz en torno suyo. Allí estaba el liberador de la adherencia magnética, el único control interior, colocado de modo que la gente del hangar y de la plataforma de disparo pudiera cerrarlo y abrirlo cuando movieran el aparato con tractores.

Zzt buscó el freno.

¡Antes de que pudiera tocarlo, se movió!

Se quedó helado, mirándolo con horror. Sí, en la caja computadora se escuchó un clic. Se lanzó hacia la puerta.

El tirón hacia adelante producido por los motores le hizo perder pie. Buscó desesperadamente la salida.

¡Demasiado tarde!

Estaba pasando a toda velocidad junto a la puerta del hangar. Ya estaba varias yardas más abajo, en el suelo. No se atrevió a saltar.

El bombardero partió con la puerta herrumbrosa flameando al viento.

Zzt dejó escapar un gemido estremecido. ¡Maldito Terl!

Bueno, al menos podrían sacar los aviones de combate y terminar con el ataque tolnepa.

Y todo esto con media paga y sin primas.

Probablemente eso también fuera obra de Terl.

Campo de batalla: la Tierra. El enemigo
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