11
Jonnie se aproximó cautelosamente a la Gran Aldea.
Se levantó antes de las primeras luces y el amarillento amanecer lo encontró en los alrededores del lugar, espiando, deteniéndose, mirando más de cerca las cosas extrañas, nervioso.
La arena lo cubría todo y en los anchos sendero entre los edificios crecía la hierba y hasta algunos matorrales.
Cada vez que un conejo o una rata salían velozmente de las antiguas estructuras, asustados por sus pasos, Jonnie se sobresaltaba. Aun cuando el ruido de los cascos de los caballos quedaba sofocado por la hierba y la arena, el silencio del lugar era tan intenso que cualquier ruido mínimo parecía estrepitoso.
Nunca antes había escuchado un eco. El retorno del sonido le produjo una gran inquietud. Durante un tiempo, pensó que habría otro caballo caminando a la distancia. Pero finalmente lo comprendió.
Golpeó la maza que llevaba colgada de la muñeca contra la que llevaba en el cinturón y en seguida escuchó el mismo sonido repetido suavemente, como una burla. Esperó, pero no hubo más burlas. Entonces volvió a golpear las mazas entre sí y escuchó el mismo ruido. Llegó a la conclusión de que no sucedía si él no lo hacía primero.
Miró a su alrededor. A izquierda y derecha estaban los elevados restos de edificios, muy altos en verdad. Agujereados por la erosión del viento, descoloridos por interminables centurias de alternativas meteorológicas, seguían en pie, chatos, parejos e imponentes. Sorprendente. ¿Quién habría podido construir cosas como ésas? ¿Tal vez los dioses?
Echó una ojeada al tamaño imponente de los edificios. Ningún hombre podría levantar uno por sí mismo.
Jonnie instaló su caballo en el centro de lo que debió de ser el camino principal de la Gran Aldea. Frunció el entrecejo, esforzándose por comprender la construcción de un lugar semejante. ¿Muchos hombres? ¿Pero cómo pudieron llegar tan alto?
Se concentró laboriosamente. Poco a poco, pudo imaginar que si uno construía escalones de leños y si muchos, muchos hombres ponían cuerdas alrededor de un bloque, y si llevaban arriba los escalones y después los quitaban, hubieran podido hacerlo. Maravilloso, mareante y peligroso. Pero era posible.
Satisfecho por la idea de que no era necesario que dioses o monstruos hubieran hecho este lugar, y en consecuencia muy aliviado, continuó la exploración.
Se preguntó si alguna extraña clase de árbol habría crecido a lo largo de este sendero. Desmontó y miró el tocón de un árbol. Era duro y mellado. Era hueco y estaba metido profundamente en la extraña roca. No era madera. Era un metal rojizo, y cuando se raspaba el polvo rojo, por debajo era negro. Miró arriba y abajo en ambos lados del ancho sendero. La colocación de estas cosas era muy precisa. Aunque no podía imaginar para qué servían, era obvio que, a semejanza de los edificios, eran objetos colocados allí.
Las innumerables ventanas lo rodeaban y parecían contemplarlo. El sol matinal había salido y resplandecía en las ventanas que lo enfrentaban. Aquí y allá había vastas superficies de ese material brillante que había sacado del montículo de la planicie. No era claro. Era blancuzco y azulado como las cataratas en los ojos de un viejo. Pero en algunos lugares había planchas enteras de eso. Comenzó a comprender que era una especie de cobertura, tal vez para protegerse del frío y del calor y tener luz, sin embargo. En casa la gente a veces hacía eso, usando el tejido de los estómagos de los animales. Pero aquellos que habían construido la Gran Aldea tenían acceso a alguna clase de roca o sustancia dura que venía en planchas. Debieron de ser gente muy inteligente.
Vio frente a él un gran portal abierto. Las puertas habían caído y yacían semienterradas en la arena. El interior del edificio bostezaba oscuramente.
Jonnie condujo su caballo a través del portal y miró a su alrededor en la penumbra. Por todos lados había desechos dispersos, podridos y deteriorados hasta llegar a ser irreconocibles. Pero quedaba una serie de plataformas que llegaban hasta la cintura; estaban hechas de una notable piedra blanca con venas azuladas.
Se inclinó y miró las paredes del fondo. Había puertas, pesadas puertas; dos de ellas entreabiertas y otra completamente abierta.
En ellas estaban insertas grandes ruedas de metal todavía brillante.
Jonnie subió a las plataformas de piedra blanca y pasó al otro lado. Cuidadosamente, se aproximó al nicho abierto.
Había estantes, y en los estantes, mezcladas con los restos putrefactos de una especie de saco, pilas y pilas y pilas de discos. Algunos eran de un color gris opaco, casi lisos, pero una de las pilas era de color amarillo brillante.
Jonnie cogió un disco. El diámetro era como de dos uñas y resultaba muy pesado. Lo volvió y sus ojos se abrieron desmesuradamente.
¡Ahí estaba otra vez ese pájaro! Garras sujetando un haz de flechas. Ansiosamente, manoteó las demás pilas, mirando un disco después de otro. La mayoría tenía el pájaro de un lado. Del otro, la cara de un hombre, las caras de diferentes hombres. ¡La cara de un hombre! Y algunos tenían caras de mujeres.
Éste no era un símbolo de los dioses. Era un símbolo del hombre. ¡El pájaro con las flechas pertenecía al hombre! La impresión lo hizo vacilar sobre los pies. Se apoyó contra la pared del nicho durante algunos minutos. Sentía que la cabeza le zumbaba con el proceso de reajustar las ideas.
Las puertas de estos nichos estaban hechas por el hombre. La Gran Aldea estaba hecha por el hombre. Las puertas de la tumba de las montañas eran de un material similar, aunque más grandes. La tumba no era una tumba de dioses. El montículo en la planicie también estaba hecho por el hombre.
El hombre había construido cosas alguna vez… estaba seguro de ello.
Y se necesitarían muchos hombres para construir esta Gran Aldea. Por lo tanto, debió de haber muchos hombres en un tiempo.
Condujo afuera su caballo, perdido en un intenso mareo. Sus ideas y valores fundamentales habían sufrido severos cambios y necesitaba acostumbrarse a ello. ¿Qué leyendas eran verdaderas? ¿Cuáles eran falsas?
Existía la leyenda de la Gran Aldea y aquí estaba. Era evidente que la había hecho el hombre y que en épocas olvidadas éste vivió aquí.
Tal vez la leyenda que hablaba de que dios se había enojado con el hombre y lo había aniquilado también fuera verdadera. O tal vez no. Quizás había sido solo una gran tormenta.
Miró los senderos y edificios. No había señales de una tormenta: los edificios estaban en pie. Muchos tenían incluso esas extrañas láminas delgadas en las ventanas. No había cuerpos por ahí, aunque tratándose de tanto tiempo atrás, los huesos no habrían durado.
Y entonces vio una estructura con las puertas firmemente cerradas y láminas de metal ajustadas en el lugar en que debían de haber estado las ventanas, y mirándola más de cerca vio que el lugar estaba sellado por una inmensa abrazadera de metal.
Pertenecía a una época distinta que la de la aldea: allí no había ningún brillo. Era vieja, pero no tanto.
Algo o alguien, en algún momento, había apartado la arena frente a las puertas. Había arena, pero había sido removida.
Jonnie frunció el entrecejo. Este edificio no era como los otros. Estaba en buen estado de conservación. Alguien había puesto hojas de metal en las ventanas y el metal era bastante distinto del que había en el resto de la ciudad. No mostraba señales de corrosión.
Alguien había dedicado un tratamiento especial a este edificio.
Retrocedió para obtener una visión más general. Realmente era un tipo de edificio distinto. Menos ventanas. Sólido como un bloque.
Como sabueso experimentado, Jonnie estudió las diferencias evidentes de época. Mucho, mucho después de que la «aldea» hubiera sido abandonada, alguien había practicado un acceso a este lugar, había excavado un camino que entraba y salía de las puertas, y luego las cerró. Pero incluso eso había sucedido hacía mucho tiempo.
Curioso, exploró la fachada. Una de las coberturas de metal de las ventanas estaba suelta. Estaba más alta que su cabeza, de modo que se puso de pie sobre el caballo y la empujó. Cedió un poco. Animado, metió el mango de la maza en la hendidura y, con un gemido de protesta, la cobertura se salió de pronto, sobresaltando a Windsplitter, que se apartó.
Jonnie se cogió al borde, con los pies colgando. Se dio impulso hacia arriba. La lámina transparente que había bajo la cobertura todavía estaba en su lugar. Cogió la maza y se las arregló para romperla.
El ruido del material al caer retumbó sorprendentemente en aquel lugar silencioso.
Experimentado ya en cuanto a la cualidad cortante del material, Jonnie se colgó del marco con una mano y eliminó los bordes cortados de uno de los lados del marco, limpiando de polvo el vano. Pasó adentro.
El lugar estaba tan oscuro que le llevó un tiempo ver algo. En los lugares en que las otras ventanas permanecían cubiertas, la luz penetraba por delgadas rendijas. Finalmente, sus ojos se acostumbraron a la luz y se dejó caer cuidadosamente en la inmensa habitación. Ahora que no estaba bloqueando la luz de la ventana, veía bastante bien.
El polvo y la arena eran sólo una película sobre las cosas. Había mesas y mesas y más mesas y sillas, sillas y más sillas, todas alineadas en ordenadas filas. Pero eso no era lo interesante.
Casi todas las paredes estaban cubiertas de estanterías. Las series de estantes sobresalían. Alguien los había cubierto con una lámina transparente. En cada estante, debajo de la lámina, había cosas.
Jonnie se aproximó cautelosamente. Sacó con cuidado los precintos de la lámina y miró detrás.
Era extraño, en los estantes había gruesos rectángulos. Filas enteras. Al principio pensó que era todo una sola pieza, y después descubrió que era posible sacar un solo rectángulo. Sacó uno.
¡Estuvo a punto de hacérsele pedazos entre las manos!
Torpemente, maniobró para que no se desarmara y tuvo éxito. ¡Qué extraño objeto! Era una caja que no era una caja. Las cubiertas de la caja se abrían, dejando al descubierto un paquete de hojas delgadas, sumamente delgadas, que tenían señales negras, montones de diminutas señales dispuestas en ordenadas hileras. ¡Qué objeto más raro! ¡Qué complicado!
Volvió a poner el rectángulo en el estante y sacó otro, más pequeño. También se abrió.
Jonnie se encontró mirando un dibujo.
No tenía profundidad. Al comienzo lo parecía, pero su dedo le dijo que era plano. Vio el dibujo de una abeja, nunca había existido una abeja tan grande, pero era una abeja. Y a su lado había una gran tienda negra con una barra en el centro.
Volvió la página. Vio el dibujo de un búfalo. A la vista parecía tridimensional, hasta que su dedo le dijo que no lo era. Y al lado había una cosa que tenía dos bultos.
Jonnie volvió otra hoja. Había un conejo… un conejo pequeño, es cierto, pero definitivamente un conejo. Y al lado tenía una cosa negra y curva como una luna nueva.
Unas páginas más adelante apareció el dibujo de un zorro. Y al lado un palo negro en diagonal con dos banderas que salían de sus extremos.
De pronto, Jonnie se estremeció. Contuvo el aliento. Cogió el primer objeto que había sacado y volvió a abrirlo. Allí estaba la tienda. Allí estaba la marca negra de la abeja. Sí… y allí el palo con dos banderas.
Sostuvo los dos rectángulos. Los contempló. Allí había un significado. ¿Zorros? ¿Abejas? ¿Conejos? ¿Tiendas, bultos, lunas nuevas?
¡Esas cosas tenían significado! ¿Pero cuál? ¿Animales? ¿El tiempo?
Más tarde podría descubrirlo. Metió los dos rectángulos en la bolsa de su cinturón. Cualquier cosa relacionada con el tiempo y los animales tenían valor. Rectángulos con sentido. La idea hizo brotar luces brillantes en su mente.
Volvió a colocar la lámina protectora, volvió a salir por la ventana, ajustó otra vez la cubierta de metal lo mejor que pudo y silbó a Windsplitter, dejándose caer sobre el lomo del animal.
Jonnie miró a su alrededor, excitado. ¿Quién sabía qué cosas de enorme valor habría en la Gran Aldea? Se sentía rico, exaltado.
No había ninguna razón para que su gente se quedara atrapada en las montañas. Aquí había refugio para dar y regalar. Aquí la leña crecía en las calles. ¡Había habitaciones y habitaciones y habitaciones!
Y ahora que lo pensaba, desde que había salido de la pradera de la montaña se sentía mejor. Físicamente mejor.
Y no le había llevado un año… apenas unos días. Cogió la cuerda del caballo de carga y trotaron animosamente por los amplio senderos hacia la parte oriental de la Gran Aldea. Aunque sus ojos estaban ocupados mirándolo todo, su cabeza estaba llena con la organización de una migración desde las montañas hasta este lugar: ¿qué tenía que llevar como prueba para convencerlos? ¿Qué iba a decirle a Staffor? ¿Qué harían para transportar sus pertenencias? ¿Construirían quizás un carro? Tal vez aquí, en la Gran Aldea hubiera carros. Podía conseguir algunos caballos. Esas pilas de polvo rojo que veía de vez en cuando a cada lado de los anchos senderos, tal vez fueron alguna vez carros de algún tipo. Era difícil adivinar qué forma habían tenido, porque estaban muy desmoronados La huella de una rueda. Láminas de roca traslúcida. No, no habían sido carros de caballos, ¿o sí? Miró más de cerca esos objetos.
Entonces vio el insecto.