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Cuando el último ataúd hubo salido por la puerta, Jonnie abandonó silenciosamente el suyo. Tenía tres mazas en el cinturón y en la mano una cuarta, la más pesada. Colocó un grabador en medio de la habitación con un movimiento veloz y se ocultó detrás de la puerta. La sombra de Terl se proyectaba en el suelo.

El grabador comenzó a girar. Reproducía la voz de Terl. Decía: «Jayed, estúpido, que mierda de agente del BII eras».

Sonaba lo bastante alto como para que se escuchara desde fuera.

La sombra de Terl se contrajo, volviéndose.

El grabador decía: «No fue astuto de tu parte, Jayed, venir aquí a preocupar a los que son mejores que tú…».

Terl cruzó corriendo la puerta, cerrándola con una frenética pata. Levantó la bota para aplastar el grabador.

Jonnie se arrojó había adelante. Con un movimiento que había ensayado con un muñeco, la maza se aplastó contra el cráneo de Terl.

Con la otra mano, y mientras Terl caía, Jonnie desgarró la tapa del bolsillo y cogió el control remoto de la jaula.

Afuera se escuchaba una voz. «Las coordenadas se mantienen en el primer estadio. ¡Apaguen los motores!».

Jonnie volvió a golpear a Terl. El cuerpo se derrumbó. Jonnie arrancó la máscara respiratoria de la cara de Terl y la arrojó al otro extremo de la morgue, donde aterrizó con estrépito. Se inclinó sobre Terl. Del costado de la cabeza del monstruo manaba sangre verde. Los pies se movían convulsivamente; después se quedó quieto. No había respiración. Los ojos parecían vidriosos. Le hubiera gustado dispararle. Cogió el revólver de cinturón. Pero no se atrevió a disparar. Hasta que los cables de allá afuera empezaran a vibrar, estaban a tiempo de detener el disparo. Sabía que en cuanto empezaran a vibrar, el proceso era irreversible.

El altavoz ladró: «¡Apártense!».

Los cables empezaron a vibrar.

Habían comenzado los dos minutos de Jonnie y muy bien podían ser los últimos de su vida. Había puesto en funcionamiento el cronómetro que llevaba en la muñeca.

Sonó como un rayo y corrió el cerrojo detrás de él. En esos dos minutos nadie podía disparar un arma porque podría darle a los cables o trastornar las coordenadas establecidas.

Miró, Windsplitter estaba sólo a tres pasos de donde se suponía tenía que estar, Jonnie montó y lo puso al galope con un golpe de talón.

¡Volaron hacia la plataforma, ofreciendo una imagen veloz y borrosa!

La vibración aumentaba. Cualquier cosa que estuviera sobre la plataforma iba a salir disparada hacia Psiclo, donde ni siquiera era posible respirar la atmósfera. Y además, si todo salía bien, la llegada sería muy sonada.

Los casos de Windsplitter golpearon el metal de la plataforma y el caballo se alzó hasta detenerse mientras Jonnie se arrojaba sobre el primer ataúd.

Sus dedos buscaron un pequeño anillo que sobresalía de manera casi imperceptible, exactamente debajo de la tapa, en el extremo superior. Tiró de él y salió una mecha. ¡Una!

El segundo ataúd. Encontró el anillo y tiró. Tenía la mecha en la mano. ¡Dos!

El tercer ataúd; anillo; mecha. ¡Tres!

Una histérica voz psiclo salió del altavoz: «¡Salgan de la plataforma! ¡Salgan de la plataforma!».

El pequeño grupo de psiclos que estaba al otro lado de los ataúdes comprendió que sucedía algo extraño. Miraron. Uno de los ejecutivos, que padecía una resaca a causa de la fiesta, levantó la pala para señalar.

¡Cuarto, quinto y sexto anillos!

En los ataúdes había diez misiles nucleares «destructores del planeta», prohibidos por los tratados porque podían resquebrajar la corteza del planeta y hacer estallar la Tierra en todas direcciones.

Alrededor de estos misiles iban las bombas atómicas radiactivas «sucias», prohibidas a causa de su extremado poder de contaminación potencial.

El séptimo anillo estaba doblado. Jonnie lo toqueteó torpemente.

—¡Cójanlo! —gritó el ejecutivo que estaba sobre la plataforma.

Los cinco psiclos se prepararon para atacar.

Jonnie arrojó una maza contra el ejecutivo. Éste cayó.

Jonnie arrancó del cinturón otras dos mazas y las arrojó a toda velocidad. Cayeron otros dos psiclos.

Regresó al anillo número siete. Lo enderezó y lo sacó.

Cogió el número ocho y tiró de él.

Había una escuadra suicida de escoceses entre los arbustos, preparados por si Jonnie fracasaba en el último momento. Él lo había prohibido, pero insistieron. Había medido el tiempo de la carrera. No quería escoceses muertos.

Jonnie se había negado a permitir que encendieran sencillamente las mechas. Si el disparo hubiera sido cancelado, habrían destruido la Tierra. Tenían que estar seguros de que la acción irreversible del disparo real ya se había iniciado antes de tirar de aquellas mechas.

¡Tenía nueve en la mano!

Los dos psiclos restantes estaban más lejos, pero ahora se acercaban.

—¡Golpea! —gritó Jonnie a Windsplitter. El caballo retrocedió y golpeó al psiclo más cercano. El último monstruo que quedaba en la plataforma se acercó para coger a Jonnie. ¡Diez!

Jonnie golpeó con la maza y destrozó el casco del psiclo. Las garras extendidas le rompieron la manga. Volvió a golpear. Saltó al lomo de Windsplitter.

—¡Corre!

Alguien salió de la cabina de control con un rifle explosivo, pero no se atrevía a disparar.

El ronroneo de los cables había iniciado un crescendo.

Jonnie había salido de la plataforma y corría colina arriba hacia la jaula. Su reloj decía que le quedaban cuarenta y dos segundos. ¡Nunca le había parecido que el tiempo fluyera tan lentamente! ¡O tan rápido!

No había ido a Psiclo.

Pero había rifles explosivos preparándose para reventarlo.

Ya había manipulado el control remoto recobrado, cortando el fluido de los barrotes. Llevaba consigo la herramienta cortadora de metal, para poder abrir los collares de las muchachas.

Windsplitter se detuvo bruscamente frente a la puerta de la jaula. Jonnie se tiró del caballo.

Permaneció inmóvil un momento.

¡La puerta de la jaula estaba abierta! ¡La barrera de madera, rota! ¿Dónde estarían las muchachas? Sus cosas estaban allí. ¿No se habrían levantado? Había un bulto bajo el cobertor. Ah, debían de estar dormidas todavía.

Entró precipitadamente, con la herramienta lista para cortar los collares, gritando sus nombres.

No hubo movimiento bajo el cobertor.

Apartó las pieles.

Estaba mirando el cadáver de Char. Yacía de espaldas y el cuchillo de acero inoxidable que le había dado a Chrissie sobresalía del centro de su cuerpo.

No tenía tiempo para especulaciones. Salió de la jaula y miró en torno. Viejo Cerdo y Bailarín no estaban allí. ¿Podría ser que las chicas hubieran matado realmente a Char y escapado? ¡No era probable! No con el control remoto en poder de Terl.

Pasaban los segundos. Los rifles explosivos esperaban.

Saltó sobre Windsplitter y se dirigió al borde del barranco. Al detenerse a medio camino de la cuesta provocaron una pequeña avalancha.

Jonnie saltó y se aseguró de que estaban ocultos. La vibración llegó al máximo. En el aire había aquel extraño estremecimiento. Reconocía la sensación.

¡La carga había resplandecido y desaparecido de la plataforma!

Campo de batalla: la Tierra. El enemigo
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