5
En el día 32 del nuevo año se produjo el desastre en forma de un terremoto.
El temblor despertó a Jonnie poco después de medianoche. El equipo que había en el escritorio del London Palace Élite Hotel comenzó a temblar ruidosamente y él se sentó en la cama. ¡Todavía seguía la prolongada vibración! El viejo edificio gemía.
El rumor del terremoto cesó. Lo siguió un segundo temblor, menor, medio minuto más tarde, y después todo acabó.
En las Rocosas eso no era demasiado inusual. No parecía haberse producido daños en la vieja ciudad minera.
Intranquilo, pero no realmente alarmado, Jonnie se puso unos pantalones de ante y mocasines y, arrojando sobre sus hombros una piel de puma, corrió por la nieve hacia la Intrépida Imperial.
La luz del centinela de guardia estaba encendida. El joven escocés daba golpecitos a una tecla eléctrica que activaba el sistema de comunicación con la mina. Era una radio láser direccional, limitada a una amplitud exacta e indetectable más allá de las montañas.
El escocés levantó los ojos. Estaba pálido.
—No contestan —dijo, y volvió a golpear la tecla más rápidamente, como si los dedos pudieran establecer el contacto—. Tal vez la antena receptora se torció con el terremoto.
En cuestión de minutos Jonnie convocó un equipo de socorro y reunió cuerdas y carretes, mantas y estimulantes: todo fue empaquetado en el avión de pasajeros. Rostros angustiados se volvían reiteradamente en dirección a la mina, aun cuando estaba demasiado lejos para verla. Había preocupación por la cuadrilla que estaba de turno: Thor, un jefe de cuadrilla llamado Dwight y quince hombres más.
La noche era negra como el carbón; hasta las estrellas estaban tapadas por nubes altas, invisibles. Volar sobre aquellas montañas en la oscuridad no era tarea fácil. Los instrumentos del avión lanzaron un destello verde cuándo la nave se elevó. La pantalla mostraba una imagen borrosa del terreno que tenían delante. Jonnie ajustó la visibilidad. Junto a él, el copiloto hacía algunas correcciones de peso en la consola. Jonnie dependía de su visión para evitar la primera ladera montañosa. Encendió los faros del avión. Enfocaron la ladera nevada y llevó el avión por encima.
Sabía que las cosas estaban saliendo demasiado bien.
Habían hecho verdaderos progresos en los preparativos. No estaban preparados ni mucho menos, pero era milagroso lo que habían hecho.
Buscó la siguiente montaña, controlando la pantalla visora. ¡Buen Dios, qué oscuro estaba! Controló el compás. Los hombres que iban detrás estaban tensos y silenciosos. Casi podía sentir sus pensamientos.
La cumbre se deslizó por debajo de ellos. Demasiado cerca.
¿Dónde estaba la próxima?
Los fusiles de asalto, que al comienzo le habían parecido inútiles, resultaron ser exactamente lo que necesitaban. Con gran ingenio habían salvado la munición, sacando las balas de la caja y después el detonante. Mediante una cuidadosa experimentación, descubrieron cómo sustituir el detonante explosivo. Al comienzo habían pensado que también necesitarían pólvora, y les estalló un rifle al probarla. No hubo bajas. Resultó que la capucha detonante era suficiente para disparar una bala a gran velocidad.
Jonnie ladeó el avión para evitar un desfiladero que apareció repentinamente, y subió un poco más. Si subía demasiado y las luces de la mina estaban apagadas, se perdería por completo. Sus luces también podían llegar a ser visibles desde el complejo. Vuela bajo. Es peligroso, pero vuela bajo.
Después habían cogido las balas. Practicando un agujerito en la proa y usando trajes para protegerse de la radiación, insertaron un grano de material radiactivo de un ANT. Lo habían cubierto con un delgado trozo de plomo fundido. De esa manera un hombre podía llevar la munición sin peligro de ser perjudicado por la radiación. Y cuando la dispararon, ¡qué desastre! La probaron con gas respiratorio dentro de una botella de cristal, y la hizo estallar.
Demasiado bajo. Jonnie había reconocido un arbusto solitario que había en una cornisa. Levantó el avión para pasar por encima. El rumbo era correcto. Disminuye la velocidad. No provoques otro desastre volando en la oscuridad.
Las balas también perforaban el blindaje hasta cierto punto, y cuando disparaban contra un frasco de gas respiratorio colocado a doscientas yardas, provocaban una violenta reacción que dañaba todo a su paso.
Pusieron a todo escocés disponible formando una cadena de montaje para convertir las balas, y ahora tenían cajas y más cajas de munición.
Un centenar de rifles de asalto y quinientos cartuchos habían sido limpiados a la perfección. Disparaban sin tartamudear ni fallar.
No servirían contra un tanque o contra la gruesa cúpula emplomada del recinto, pero los rifles de asalto resultarían mortales para los psiclos. Con gas respiratorio en su torrente sanguíneo, explotarían literalmente.
Distinguió el río que salía de la garganta. Disminuyó la velocidad, siguiéndolo. Las luces del avión brillaban sobre la superficie irregular del hielo y la nieve.
Se habían sentido tan satisfechos con los rifles de asalto que se pusieron a trabajar con los bazookas. Encontraron algunas bombas de artillería nuclear, convirtiendo sus extremos en narices de bazooka, y ahora tenían bazookas nucleares, capaces de perforar el blindaje. Todavía quedaban algunos por hacer.
Sí, había ido todo muy bien; demasiado bien para ser verdad.
En el campo de aterrizaje de la mina, más adelante, no había luces.
No se veía a nadie. Aterrizó.
Los pasajeros descendieron a toda prisa. Sus luces brillaron en todas direcciones.
Uno de ellos, que había corrido en dirección al abismo, gritó, con la voz atenuada en la fría oscuridad:
—¡Jonnie! ¡La pared del desfiladero ha desaparecido!