20
A las 16:05, dos oficiales de la fuerza aérea pudieron examinar las fotografías de la zona siniestrada próxima a la central Helios, tomadas desde una altitud de 12.000 metros por un avión de reconocimiento. En las ampliaciones podía verse la Central en llamas, los coches destrozados en el aparcamiento, el poste de alta tensión derribado. Permitían distinguir —sin ayuda de una lupa— figuras inmóviles en los campos de maíz, en los lagos, junto a sus bicicletas, en tractores. Sobre un sendero de arena de color claro se veía una serie de cuerpos retorcidos y dispuestos de tal forma que desde arriba parecían ideogramas chinos. Prados llenos de ganado muerto, colinas con mancha blanquinegras. Los oficiales estuvieron dándole vueltas a una foto, hasta descubrir que era la imagen de una bandada de pájaros a punto de caer en picado directamente sobre la central Helios.
Les costó menos interpretar las fotos del lugar donde había estado situado el centro de control de Grenzheim. Bastaba superponer las imágenes captadas a intervalos de cinco segundos durante un lapso de ocho minutos para leer toda la historia. Primero se veía una masa que avanzaba por carreteras y campos en formación rectangular, como una falange griega, en dirección al nordeste. Luego se rompía la formación, la masa se espaciaba, figuras aisladas primero, y luego grupos de personas, iban quedando rezagadas. En las últimas fotos sólo se veían un par de docenas de cuerpos aún en movimiento.
—No puedo dejar de buscar la maldita cosa — dijo uno de los oficiales—. Pero sólo se ven los cadáveres que deja a su paso.