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Larsen estaba alicaído cuando se despidió de la periodista frente a la posada «El águila negra». Aún tenía tantas cosas que decir. Ella le había consolado con vanas promesas de volverse a ver al día siguiente. Al pasar por el cruce con el indicador de Helios, Larsen vaciló un instante y pensó que tal vez debería ir a la Central. Luego apretó el acelerador y al cabo de quince minutos se detenía frente a una casa de Garding, el pueblo situado inmediatamente al sur de Grenzheim. Tardaron cinco minutos en abrirle la puerta.
—Peter — dijo la chica con un brillo de felicidad en los ojos dormidos—. No, no me has despertado. Pasa. No sabes cuánto me alegro.
Tenía los senos demasiado caídos y las caderas excesivamente huesudas para el gusto de Larsen, pero lo compensaba con su frase de ritual:
—Puedes hacer todo lo que quieras conmigo.