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El hombre cerró la puerta circular de acero. Estaba atravesando la doble compuerta que conducía a la cúpula del reactor.

Por el otro lado, la compuerta de acero se abría sobre un espacio que en el plano de Helios aparecía designado como «sala circular central». Las salas circulares —había otra «superior» y otra «inferior» — se extendían formando un anillo entre los gruesos muros de hormigón del recinto esférico a presión que contenía el núcleo del reactor y las paredes de acero de la cúpula. Se podía entrar en ellas incluso cuando el reactor estaba en funcionamiento, pues sólo contenían instalaciones que despedían muy poca o ninguna radiactividad, a diferencia de lo que ocurría en el corazón del reactor.

La sala circular central se componía de un conjunto de conducciones a listas amarillas, entre las que se abrían estrechos pasadizos. La mayor parte de las conducciones tenían un metro de diámetro y estaban en posición horizontal. Unas conducciones más delgadas bajaban desde el techo para unirse a las primeras.

El hombre permaneció medio minuto observando las luces de control que se encendían y se apagaban. Luego avanzó hacia la izquierda. La meticulosidad de la empresa constructora de reactores nucleares, KEBAG, que había construido el reactor atómico Helios para West—Elektra, le resultaría muy útil para poner en práctica su plan.

Los expertos de KEBAG habían estado preparando durante un año y medio al personal seleccionado por West—Elektra para trabajar en Helios y habían supervisado los doce meses de prueba del reactor. Para facilitar la orientación del personal de mantenimiento en el laberinto de conducciones, los técnicos de KEBAG les habían puesto unas etiquetas con letras negras sobre fondo rojo que indicaban las funciones de cada una de ellas: condensación, entrada de vapor, suministro de emergencia (pequeño), suministro de emergencia (grande).

Por las arterias de acero de un metro de grosor, fundidas con las aleaciones más resistentes, circulaba el fluido vital que hacía latir el corazón del reactor. Eso decía el folleto «Energía nuclear para un futuro mejor», del que West—Elektra había editado 500.000 ejemplares para su distribución gratuita, particularmente en el distrito de Grenzheim.

Lo que el folleto no decía es que la reacción del corazón del reactor ante un fallo del sistema circulatorio no era igual a la del corazón humano en semejantes circunstancias. Este último, cuando deja de recibir sangre, se detiene y deja morir el cuerpo. En cambio el corazón del reactor, sus 180 toneladas de uranio, no muere cuando deja de irrigarlo el agua fresca. Al contrario, entra en una rápida y febril agonía, comienza a consumirse, se enciende al rojo blanco y explota. Y entonces vomita veneno.

El hombre fue siguiendo la conducción que llevaba la inscripción «Suministro de agua (1)». Se arrodilló a dos metros del lugar donde ésta se introducía en el reflector de hormigón, en busca del corazón del reactor. Extrajo del bolsillo un reloj, una cápsula y una de las pastillas de pasta gris. Desenrolló veinte centímetros de cable de la cápsula e introdujo los extremos en la parte posterior del reloj. Hundió el reloj y la cápsula en la masa blanda. Luego se arrastró por debajo de la conducción y apretó la pastilla contra el vientre de la conducción. La masa se adaptó fácilmente a su curvatura.

Se deslizó otra vez hasta el pasadizo y preparó una segunda pastilla por el mismo procedimiento. Comenzó a avanzar pegado al muro de hormigón, entre las conducciones siseantes y borboteantes que le rodeaban por arriba y por los lados. Finalmente consiguió localizar la conducción con la inscripción «Suministro de agua (2)», en el extremo opuesto de la sala.

Se asomó para salir de debajo de la tubería. En ese momento, sus ojos toparon con un par de botines de tejido protector. Se incorporó con cuidado. Había sido una locura no traer consigo la pistola. El hombre que tenía delante le pasaba al menos un palmo y su corpulenta figura parecía comprimida en el traje protector, que ya era bastante ancho. Tenía el pelo rubio y tieso, y era joven. De pronto, le cogió por la muñeca derecha y le retorció el brazo. El hombre pensó que estaba perdido.

La explosión
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