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A las seis de la mañana, Rogolski, el guardia de noche, vio abrirse las puertas de la libertad. Baumann, el jefe de guardia, salió también de la caseta. Rogolski se fue a su casa. Baumann se dirigió al despacho de Zander. Aún no había aparecido por allí y nadie le había visto. Baumann no se preocupó. La Central era grande y tal vez Zander estuviera echando un sueñecito en cualquier rincón. No era asunto suyo. Zander era su jefe y del jefe debía preocuparse su propio superior, Peter Larsen, no él, Baumann, un hombre de tercera fila. Comunicó a los hombres del turno de noche que no era necesario que esperasen al médico, se dirigió a la enfermería y se tendió en la camilla.
Dentro de tres horas llegaría el jefe de operaciones del destacamento de policía asignado para el servicio de vigilancia durante la inauguración y tendrían que discutir el plan de actuación a seguir. Quería estar en forma para la entrevista.