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Impulsado por su turbina 600—PS, el SA 341 blanquiazul surcaba el cielo en una posición ligeramente inclinada — con la popa un poco más elevada que la cabina transparente— a una velocidad de más de 270 kilómetros por hora y a 1.000 metros de altitud. El ministro de Defensa, Kruger, estaba absorto en el estudio de sus mapas de campaña. Andree se arrancó los auriculares. Los cabellos empapados de sudor se le adherían sobre las orejas.
—¿Falta mucho? —le preguntó al piloto.
El piloto levantó dos dedos. Veinte minutos.
Poco antes de sobrevolar Coblenza recibió el parte meteorológico. El meteorólogo se excusó por el retraso: primero había sido preciso obtener datos exactos...
Andree solicitó a la estación de radio que le pusieran en comunicación con Born. Se oía mal. Andree gritó:
—¿El uranio, cómo va el uranio?
Born le contestó también a gritos, a pesar de lo cual Andree apenas logró distinguir sus palabras:
—Ha atravesado el depósito de presión. Ahora está devorando los cimientos... Tal vez queden unos diez minutos, luego...
—¿Qué opina del parte meteorológico?
—¿Cómo?
—Par—te——me—te—o—ro—ló—gi—co.
—Aún no lo he recibido.
—Esos imbéciles — bramó Andree —. No se enteran de nada. Tenían instrucciones de informarle a usted primero. En fin, tome nota. El Instituto de meteorología, etc., ha obtenido los siguientes datos para los municipios de Grenzheim, etcétera: temperatura atmosférica al nivel del suelo, treinta y dos grados. Humedad del aire, sesenta y dos por ciento. Presión atmosférica mil veinte milibares, con tendencia a un ligero descenso. Viento del oeste—suroeste, velocidad dos metros por segundo, prácticamente calma total. Dentro de dos horas comenzará a levantarse el viento. Comienzan a formarse algunas nubes en las proximidades del Rin. Datos válidos hasta las quince horas. Una nota: desde las diez de esta mañana rigen en la zona de Frankfurt—Mannheim unas marcadas condiciones de inversión térmica. En la ciudad de Frankfurt se registraron a las trece horas cuarenta y cinco concentraciones de monóxido de carbono de cincuenta y cinco miligramos por metro cúbico de aire. La concentración de dióxido de sulfuro alcanza uno coma cero milímetros por metro cúbico. Ambos cifras son notablemente superiores al máximo tolerable... ¿Buenas o malas noticias?
—En nuestra situación todas son malas — dijo Born —. La inversión térmica significa que el aire de las capas próximas al suelo no puede subir. La nube radiactiva que se formará sobre Helios no podrá difuminarse y diluirse; avanzará muy próxima al suelo, convertida en una fuente ambulante de radiactividad que irá matando todo signo de vida en un radio de quinientos a mil metros. Por otra parte, al menos sabemos en qué dirección avanzará la nube y que su progreso será lento. Si no se levanta el viento, una hora después de quedar en libertad, el frente radiactivo alcanzará...
Born se interrumpió en seco.
—¿Born? ¿Está ahí? —gritó Andree.
Transcurrieron quince segundos antes de que Born respondiera:
—Dos explosiones. Grietas en la pared. Seguramente se ha desplomado una parte de la cúpula. El proceso ya está muy avanzado.
—¿Le ha ocurrido algo a usted?
—No — dijo Born —. No corro peligro mientras resistan los muros de hormigón, a menos que una explosión de gases haga volar todas las instalaciones. Dentro de una hora, la nube llegará a Grenzheim por el nordeste y luego proseguirá en dirección a Aschaffenburg. Debe dar prioridad a la evacuación de esa zona. Desde luego, también es preciso evacuar a los demás, el viento puede cambiar de pronto. ¿Han despegado ya los helicópteros del equipo de control de radiaciones?
—Espero que sí, o habrá bronca — respondió Andree.
—Tienen que delimitar la nube. Determinar exactamente todos los datos, longitud, anchura, altura. Y comunicar en el acto cualquier cambio de rumbo.
—De acuerdo —dijo Andree—. Y ahora, hablemos de usted. Tiene que salir de ahí. Ya nada puede hacer. Ordenaré...
Born soltó una risita.
—Creo que no me ha entendido bien. La radiactividad ya está en libertad. Estoy sentado en la caja fuerte más segura del mundo... protegido por un muro radiactivo de unos cuantos millones de Roentgen. Nadie podría entrar ya aquí, Andree.
—Y nadie podrá salir —musitó Andree. Esperó que la central de radio le pusiera la siguiente comunicación y dijo—: Evacuación prioritaria del Sector 1 Nordeste.
—Hey —dijo el ministro de Defensa—. Pero si vamos hacia el sur.
—Sudeste —le corrigió Andree—. Quiero ver ese artefacto diabólico antes de que salte en añicos.
Sobrevolaron el Rin a la altura de Rüdesheim y dejaron atrás las estribaciones septentrionales del macizo del Pala—tinado.
—Alzey —anunció el piloto y señaló hacia la derecha. Luego, a lo lejos divisaron otra vez el Rin. El piloto aminoró la marcha. Helios. Diminuta en lontananza, como un juguete, inofensiva.
—¿Por qué no nos acercamos más? —preguntó Andree.
El piloto meneó la cabeza.
—Tendría que elevarme a más de cuatro mil metros para evitar la radiactividad y no llevamos máscaras de oxígeno. Además, no me entusiasma la idea de acercarme demasiado a ese huevo.
—Pues rumbo a Frankfurt — dijo Andree.
Miró a sus espaldas, donde Helios ya comenzaba a desaparecer entre la bruma.