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—No se fijan en nada — refunfuñó el mecánico del servicio de mantenimiento al advertir las manchas oscuras sobre el suelo de la sala de conducciones del edificio del reactor—. Dejan chorrear esa sucia pintura y ni siquiera son capaces de limpiarla con cuidado después.
Sabía cómo solía reaccionar el jefe de su departamento, Werner Marcks, ante cualquier señal de suciedad en la cúpula del reactor, conque fue en busca de un cubo, una fregona y un trapo y limpió las manchas. El agua se tiñó de un color pardusco. Si el mecánico se hubiera agachado un poquito más, los zapatos del difunto Zander habrían quedado dentro de su campo visual. Pero al mecánico le dolían los riñones.