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—Andree.
—Secretaría del Presidente del Consejo en Frankfurt. El señor presidente del Consejo desea hablar con el señor canciller, por favor.
—Entendido, guapa —dijo Andree—. Ya puedes ponerlo.
Se oyó crujir la línea. Luego la voz de Klinger:
—¿Con quién hablo, por favor?
—Andree. Subsecretario de Estado.
—Claro, el señor Andree, en realidad ya nos conocemos, aunque sólo sea de vista. Quisiera hablar con el señor canciller...
—Imposible. Ha salido. Deme el recado a mí y yo se lo comunicaré cuando le eche el guante esta noche. Naturalmente, suponiendo que no sea un asunto particular. Como, por ejemplo, si desea pedir disculpas por lo de Giessen, cuando llamó al canciller el curandero de la nación...
—No es éste momento para bromas, señor subsecretario — le indicó Klinger—. Se trata de un asunto de extraordinaria importancia, un asunto que de momento sólo debería estar en conocimiento de los directamente responsables, dadas las implicaciones...
—En resumen, no quiere decirme nada.
—¿Podría hablar con el sustituto del canciller, el señor ministro de Asuntos Exteriores?
—También ha tenido que acudir a un mitin electoral — aseguró Andree —. Al fin y al cabo, sus hombres también están dispersos por todo el país.
—En fin —dijo Klinger aún vacilante—, creo que no me quedará más remedio que entenderme con usted. Pero le ruego que tenga bien presente que como presidente del Consejo de un Land de la República Federal no me dirijo a ustedes en cumplimiento de un deber sino por propia voluntad, movido por el deseo de evitar en la medida de lo posible cualquier perjuicio a la población.
—Déjeme adivinar —ironizó Andree.
Miró a los otros tres sentados junto a la mesa, apuntó hacia el auricular con el dedo y luego se lo llevó a la sien.
—Señor subsecretario —le interrumpió Klinger—. El propósito de esta llamada es comunicarle que en la central nuclear Helios de Grenzheim se ha producido un accidente, posiblemente provocado por una acción de sabotaje. Acabo de poner en marcha el plan de defensa civil previsto para el caso de una catástrofe.
—¿Cuándo se produjo el accidente?
Poppe le estaba contando a Meyer—Schonwald una anécdota sobre Klinger, un incidente relacionado con una mulata en París. Andree levantó la mano y Poppe enmudeció en el acto. Advirtió que, de pronto, Andree había comenzado a prestar atención y escuchaba gravemente y con expresión de gran concentración.
—Pues debe hacer una media hora, supongo —dijo Klinger.
—¿Supone? — preguntó Andree —. ¡Señor presidente del Consejo, tengo que informar al canciller, procure ser exacto! Cada detalle puede ser importante. ¿Qué clase de sabotaje? ¿Una bomba? ¿Varias? ¿Son muy graves los daños?
—Casi seguro que ha sido una bomba — dijo Klinger —. Posiblemente varias. El Dr. Born, el director de la central nuclear, no me ha comunicado aún los daños exactos ocasionados. Sin embargo, en su opinión se producirá una emanación radiactiva.
Andree dejó el auricular un momento y le dijo a Meyer—Schonwald:
—Corre a mi despacho y ponme con el Dr. Born de la central nuclear Helios. —Ya Kern—: Tú intenta localizar al canciller. Está pronunciando un discurso en Wetzlar. — Luego le preguntó a Klinger—: ¿Podría resumirme los aspectos más importantes del plan catastrófico?
—Plan de defensa civil —rectificó Klinger—. Un momento, mis papeles... Ya está. En concreto, primero se notificará, quiero decir, se ha notificado, al Ministerio de Economía responsable del reactor, y a continuación al director general de policía, a los servicios de bomberos oficiales y voluntarios de los pueblos y ciudades circundantes, al servicio de asistencia técnica, así como...
—Señor Klinger —le interrumpió bruscamente Andree —, en estos momentos lo de menos es quién es responsable de qué. Lo que le preguntaba es quién debe hacer qué. ¿Dónde se erigirán los cordones de seguridad? ¿Quién debe ocuparse de ellos?
—Procure moderar su tono, señor subsecretario — dijo Klinger—. No tengo obligación de darle explicaciones...
—De acuerdo, entendido. — Andree apretó el auricular con fuerza. Los nudillos se dibujaron con unas manchas blancas sobre la piel del dorso de la mano—. Le ruego tenga la amabilidad de proporcionarme esa información, señor presidente del Consejo.
—Sí, está previsto establecer cordones de seguridad, en número de... un momento... tres cordones de seguridad con Helios como centro, el primero con un radio de dos, el segundo de siete y el tercero de veinte kilómetros. Primero se evacuarán todos los habitantes de la zona comprendida en el radio de siete kilómetros. En los límites de la zona de dos kilómetros de radio y también en la de siete se erigirán centros de descontaminación. Doce equipos de control de radiaciones con vehículos y helicópteros se encargarán de medir la radiactividad en ciento diez puntos preestablecidos...
—¿Y espera hacer todo esto con los cuatro hombres de la policía y los bomberos? —preguntó Andree.
—Bueno —dijo Klinger—, también recibirán ayuda de colaboradores voluntarios.
Andree ni siquiera advirtió que había empezado a hablar a gritos:
—Con un par de centenares de hombres armados con mangueras y unos cuantos guardias urbanos no conseguirá establecer nunca un cordón de seguridad. Más le valdría dejar pasar tranquilamente a la gente.
—Imposible —dijo Klinger—. Como sin duda ya debe saber usted, las personas afectadas por la radiactividad constituyen un peligro para sus conciudadanos sanos. Por ello es preciso examinar a las personas procedentes de la zona potencialmente contaminada, descontaminarlas y aislarlas en los casos en que sea necesario.
—Precisamente por eso le estoy preguntando estas cosas, señor presidente del Consejo. Los habitantes de la zona acordonada próxima al reactor querrán huir de ahí lo más pronto posible y darán un rodeo para evitar esos centros de descontaminación. Por ello, es preciso establecer un cordón de seguridad resistente. Necesitará al ejército federal, la policía de fronteras federal, tal vez incluso las tropas...
—Me quejaré de su actitud — dijo Klinger —. Pero para su tranquilidad puedo decirle que desde hace dos minutos se ha comenzado a difundir por radio y televisión el comunicado previsto para el caso de una catástrofe, en el cual se insta a los habitantes de las regiones afectadas a no abandonar sus casas.
—¿Cómo ha dicho?
—¡Creo haberme expresado con claridad! Desde hace dos minutos...
—Hombre de Dios —bramó Andree—. ¿Le dice a la gente que acaba de explotar una central atómica y espera que permanezcan sentaditos en sus casas? ¡Coja el teléfono y ordene que interrumpan de inmediato la emisión de ese comunicado! ¡Ahora mismo!
—Usted no puede darme órdenes —dijo Klinger.
—Hágame caso — dijo Andree, invadido por una súbita calma—. Hágame caso o será responsable de genocidio. ¿Dónde está la central de operaciones?
—La central de operaciones para el control de la catástrofe se ha establecido en la dirección general de policía, aquí en Frankfurt. Yo mismo me encargo de dirigir las operaciones.
—Mi cordial enhorabuena —dijo Andree—. Estaré ahí dentro de media hora.
Colgó sin darle tiempo a protestar.
—El Dr. Born — anunció Meyer—Schónwald desde el despacho de Andree.
—Ya voy — Andree se levantó de un salto. Desde la puerta le dijo a Pope —: Ordena que me preparen el jet.
—Lo está utilizando el presidente.
Andree hizo un gesto de disgusto.
—Pues pídeme un helicóptero.
—¿La Alouette?
—Para eso, tanto da ir andando. El nuevo, ese S.A. que alcanza los doscientos setenta.
—Sud—Aviation trescientos cuarenta y uno — dijo Meyer—Schónwald que era un experto en cuestiones técnicas —. Confiemos que esté disponible.
Andree cogió el auricular.
—Llamad al Ministerio de Defensa y a la policía de fronteras. Que preparen todas sus unidades para una intervención de emergencia en la zona de Darmstadt—Worms. La situación ha sido calificada de catástrofe. Dejad todas las comunicaciones abiertas. Recibiréis instrucciones dentro de un par de minutos.
Los tres hombres se lanzaron sobre los teléfonos disponibles.
Andree cogió un bloc de notas.
—¿Dr. Born?