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Cuando Born tomó asiento en la primera hilera de sillas que habían preparado frente a la tribuna, a la sombra de la cúpula del reactor, el presidente del Consejo Klinger ya había comenzado su discurso. Klinger no era un orador dinámico. Como correspondía a todo un padre de la patria, hablaba pausadamente, con un ligero acento dialectal. Su voz inspiraba confianza, como si fuera un piadoso pastor, y exhalaba sabiduría, como si fuera un profesor de filosofía. Klinger había sido ambas cosas antes de iniciar su carrera política. Su tono de voz se ajustaba tan perfectamente a la imagen que deseaba ofrecer como el traje a medida a su delgado cuerpo.

Los periódicos afectos al Gobierno solían llamarle «gentleman de sienes plateadas», los de la oposición «pancarta ambulante del partido». En las últimas elecciones a la Dieta había ganado una limpia mayoría absoluta, a pesar de que una semana antes de las elecciones sus opositores políticos lograron desenterrar una vieja historia de los últimos días de la guerra, que no presentaba a Klinger exactamente como un gentleman. En abril de 1945 se había ocupado personalmente de que un joven vigía de dieciséis años, que al ver los primeros tanques americanos dejó caer el arma y echó a correr, fuera sometido a consejo de guerra ese mismo día, para ser condenado a muerte y fusilado en el acto. Pero era un hecho muy lejano, que con el tiempo había perdido claridad. Además, en sus ocho años como presidente, Klinger había hecho progresar bastante la región. Tenía motivos para contar con obtener el triunfo más abrumador de su carrera en las elecciones a la Dieta que tendrían lugar dentro de tres semana... con lo cual estaría a un paso de alcanzar su meta secreta: la candidatura al puesto de Canciller, según palabras de quienes afirmaban conocerle bien.

—El bienestar —decía Klinger—. El bienestar exige energía. Nuestra industrializada región sería una gigantesca ruina de faltarle la energía. Sin energía se detendrían las cintas transportadoras, sin energía morirían nuestras ciudades, sin energía tendríamos que vivir en casas frías y oscuras, sin energía no correrían los automóviles ni los trenes. La principal fuente de energía es la electricidad, la energía del futuro. Y ésta no es un don de la naturaleza. Debemos producirla nosotros mismos, con ayuda de la energía que nos ofrece la naturaleza. En las calderas de las centrales eléctricas se quema hulla y lignito, petróleo y gas natural, para satisfacer día y noche las necesidades de electricidad de las viviendas y la industria; unas necesidades que aumentan en un ocho por ciento cada año.

»Pero llegará un día que esas calderas se apagarán. Las reservas de combustibles de la tierra son limitadas. Aún poseemos reservas de petróleo, la principal fuente de energía en el momento actual, para cuarenta o cincuenta años. Luego quedarán vacíos los depósitos que yacen bajo los desiertos y los océanos. Aún nos queda carbón para doscientos años... pero cada año es preciso ir a buscarlo a mayor profundidad, con el consiguiente encarecimiento de los costes de extracción, que acabarán siendo prohibitivos.

»Damas y caballeros, cuando hablo de las reservas que poseemos, me refiero a las del mundo entero. Tratándose de la República Federal, debería decir: las reservas que poseemos, suponiendo que nos permitan acceder a ellas. Pues lo cierto es que la República Federal Alemana es una de las naciones industriales más ricas del mundo, pero en lo tocante a materias primas está reducida a la mendicidad. Todos podemos recordar aún demasiado bien la época del boicot del petróleo, cuando nos vimos obligados a enfrentarnos de la noche a la mañana con esa pobreza y esa dependencia.

»Tal es la situación. Sería desesperada... pero existe una solución. Esta solución se llama energía nuclear. Y si no queremos transformarnos en una república bananera, si no queremos volver a desandar lo andado y retornar al status de nación agrícola medieval en una aplicación tardía del plan Morgenthau, debemos adoptar esta solución de la energía nuclear, con la mayor rapidez, decisión y cautela posibles.

Los invitados aplaudieron.

—Me satisface poder comunicarles —prosiguió el presidente del Consejo, Klinger —, que el Gobierno de este Land supo reconocer a tiempo las características y exigencias de nuestros tiempos, antes que muchos otros. En el conjunto de la República Federal, la energía nuclear representa un ocho por ciento del suministro general de electricidad. En nuestro Land, hoy superará el límite del dieciocho por ciento con la inauguración de la central nuclear Helios, la mayor central nuclear del mundo.

Aplausos.

—Dentro de diez años, señoras y caballeros, más de la mitad de la electricidad de este Land será de origen nuclear. Y no es un cálculo exagerado como afirman algunos de nuestros enemigos políticos. Así lo dice nuestro programa y estamos dispuestos a llevar a cabo ese programa sin flaquear ni un instante.

Klinger hizo una pausa y esperó que acabaran los aplausos previstos.

—No me tomo muy en serio esas críticas de nuestros enemigos políticos —prosiguió—. Ustedes saben, señoras y caballeros, que en líneas generales todos los dirigentes, independientemente de su tendencia política, comprenden la importancia de la energía nuclear y se han manifestado a favor de su utilización. Prueba de ello es el reciente programa atómico del partido que actualmente ocupa el Gobierno federal. Y si algunos miembros de ese partido critican no obstante la actuación del Gobierno de este Land en el campo de la energía nuclear, probablemente les inspira más bien el secreto temor de que nuestras centrales nucleares tengan que abastecerles un día, cuando la espita del petróleo deje de manar en los Lander regidos por sus compañeros de partido.

Risas.

—Confío que ese momento no llegará. Lo cual, desde luego, no significa que no estemos dispuestos a echarles una mano en caso de necesidad.

Aplausos. El ministro de Investigación puso mala cara.

—Pero también hay quien se opone a la energía nuclear por otros motivos. —Klinger bebió un sorbo de agua—. Afirman que la energía nuclear es peligrosa, afirman que las centrales nucleares contaminarán el ambiente con su radiactividad, que calentarán el agua de los ríos y amenazarán a la humanidad con catástrofes de un alcance inimaginable. No tengo intención de profundizar ahora en tales afirmaciones, han sido rebatidas miles de veces. Sólo deseo declarar firmemente una cosa: la abrumadora mayoría de la población de este Land y de esta República se ha declarado en favor de la energía nuclear. Así lo confirman todas las encuestas. La minoría, que desea sabotear la construcción de las centrales nucleares con sus protestas, manifestaciones y procesos contencioso—administrativos está actuando claramente contra los intereses vitales de la mayoría de nuestro pueblo.

»No me cabe la menor duda de que algunos de los detractores de la energía nuclear son sinceros y obran de buena fe. Pero están mal informados y llenos de prejuicios, lo cual les convierte en víctimas fáciles del sentimentalismo. Pero los sentimientos de unos pocos, que no quieren quitarse las anteojeras, no pueden poner en juego el futuro de la economía de nuestro país.

Aplausos. Born no aplaudió pues Anne le estaba mirando.

—Sin embargo, señoras y caballeros — la voz de Klinger adoptó un tono duro, muy efectivo después de la larga plática en el acento cantarín del sur de Alemania—, en mi opinión, esos ciudadanos engañados, atenazados por las dudas, estarían hoy de nuestra parte de no existir agitadores que se aprovechan de la buena fe de los demás para llevar adelante sus objetivos políticos; gentes que obstaculizan el buen juicio con todos los medios a su alcance, para así poder aprovecharse mejor de los incautos. No quiero que quede en meras insinuaciones. Los citaré con nombres y apellidos.

Poseemos informes fidedignos de que detrás de algunas Iniciativas ciudadanas contra las centrales nucleares —también detrás de la Asociación anti—Helios de Grenzheim que tanta popularidad ha alcanzado en los últimos tiempos — se ocultan fuerzas muy interesadas en debilitar el poder económico y político de la República Federal Alemana. Esas gentes personalmente no creen ni media palabra de todas esas fantasías sobre la contaminación radiactiva, el «accidente en cadena de máxima intensidad», la degradación del medio ambiente y demás cuentos de terror. No creen en ellas porque como cerebros inteligentes y bien preparados saben que todos estos fantasmas han sido eliminados y rebatidos. Pero no cesan de invocarlos a fin de poner trabas al progreso económico de este país. Fíjense un poco en los portavoces de la llamada Iniciativa ciudadana...

Born miró a Anne, que sonreía de pie en medio del grupo de colegiales.

—... y comprueben cuántos de ellos son realmente ciudadanos residentes. Puedo decírselo ahora mismo: la minoría. Sus agencias situadas en las grandes ciudades de la República Federal les envían allí donde hay posibilidades de agitación. Algunos se empadronan para figurar como ciudadanos del lugar —también en Grenzheim tenemos algún caso de éstos —, pero muchos prescinden incluso de este camuflaje y asumen desvergonzadamente su papel de cabecillas.

»Esas gentes, señoras y caballeros, no merecen ser llamadas conciudadanos y no son interlocutores válidos para mí. Por mi parte, y lo digo públicamente aquí ante las cámaras y los micrófonos, les considero sólo unos agitadores, agentes enemigos y un peligro mortal para nuestra democracia.

Grandes aplausos y algunos silbidos en las últimas filas.

Klinger dejó que sus palabras hicieran su efecto. Luego prosiguió en tono de circunstancias:

—Señoras y caballeros. West—Elektra se hace cargo hoy de la central nuclear Helios. Esta es una fecha importante, un gran día no sólo para nuestro Land, sino también para los hombres y mujeres que han trabajado sin descanso durante años enteros en la planificación y construcción de esta Central. A estos hombres y mujeres va dirigida mi más sincera gratitud, a los obreros y a los ingenieros, a los científicos y los artesanos, a todos quisiera decirles: estamos orgullosos de vuestro trabajo.

El aplauso fue atronador y el ministro de Economía Hühnle palmeó a Born en la espalda.

—Helios — dijo Klinger — produce dos billones de vatios de electricidad, una cantidad capaz de satisfacer las necesidades de dos ciudades de varios millones de habitantes. Ello le convierte en el mayor reactor nuclear del mundo. Es todo un éxito. Pero también representa una responsabilidad. Todos los posibles récords de rendimiento técnico quedan relegados a segundo término frente a la necesidad de proteger la vida y la salud de la población. Puedo asegurarles que en la construcción del reactor Helios hemos aplicado esta norma de un modo aún más riguroso si cabe, que hemos extremado al máximo las precauciones. Cada detalle ha sido comprobado no diez veces sino veinte, y si normalmente se corregían treinta veces los planos, los de Helios no han sido considerados satisfactorios hasta haber superado sesenta revisiones. Por ello me atrevo a afirmar que Helios no es sólo la central nuclear más grande del mundo, sino también la más segura.

Aplausos. Baumann le hizo un gesto a Born para que saliera. Born se levantó y dejó su lugar entre el público.

—Alguien pide por usted ahí dentro — dijo Baumann —. El teléfono.

Antes de entrar en el edificio, Born aún pudo oír las primeras palabras de la traca final del presidente del Consejo:

—Más de dos mil puestos de trabajo transformarán la infraestructura de la región de Grenzheim—Garding...

La explosión
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