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Una vez concluidos los discursos, Born condujo a los invitados a visitar las instalaciones. A su derecha y a su izquierda caminaban el presidente del Consejo y el ministro de Investigación, los dos a la misma altura, como si debieran respetar un protocolo que no se había establecido para esa ocasión. Klinger gastaba prudentes bromas, todas en torno al tema de que él, como hombre de formación humanista, entendía muy poco de ciencias físicas, pero sentía un gran respeto por los hombres de acción, los técnicos e ingenieros. Born condujo a los visitantes hasta la central de mandos por el camino más corto. Una vez allí, el presidente del Consejo, Klinger, apretaría el botón que debía hacer funcionar a Helios a pleno rendimiento y haría circular por primera vez una corriente de dos billones de vatios a través de los cables. Born confiaba que la turbina resistiría la sacudida, al menos un par de minutos, pues tenía intención de reducir el ritmo en cuanto desaparecieran los visitantes.
Los murmullos de la comitiva se acallaron al entrar en la central de mandos. Era un cuarto de unos veinte metros de largo por diez de ancho. La pared que daba al pasillo, a espaldas del equipo encargado de los mandos, era toda de vidrio. Las otras paredes relucían y relampagueaban llenas de paneles, instrumentos de medida, relojes, luces, botones, monitores de televisión. En la pared de enfrente, ante los ojos de los técnicos encargados de los mandos, refulgían los modelos del sistema de barras moderadoras, figuras geométricas que recordaban un tablero de ajedrez en las cuales se señalaba con toda exactitud dónde y hasta qué altura se habían introducido las barras moderadoras, destinadas a absorber los neutrones, en los elementos de combustible. Las esferas de los computadores, con las cifras en rítmica oscilación como verdes ondas en un acuario, indicaban el flujo de neutrones y la intensidad de la corriente. Sobre el fondo blanco de las paredes situadas a su derecha y su izquierda, vibraban múltiples indicadores negros encargados de controlar el funcionamiento de las bombas de agua, las válvulas y las distintas partes de las turbinas. En el centro de la sala había un tablero de mandos, de dieciséis metros de largo, saturado de botones, monitores, conmutadores en rojo y en verde. Tres hombres en bata blanca se ocupaban del panel. Los recién llegados no interrumpieron su concentración.
—Imponente —dijo el Presidente del Consejo, Klinger—. Imponente.
Born le condujo hasta el centro del panel de mandos.
—Indíqueme por favor el botón exacto —dijo Klinger—. De lo contrario, aún sería capaz de hacer explotar todo el tinglado.