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LYDIA Y MAZ VOLVÍAN A CASA de Adil cargados con bolsas de comida cuando lo vieron a lo lejos. Adil regresaba de un largo viaje a las oficinas de la naviera, en Singapur, donde había revisado una por una las listas de pasajeros de los últimos tres años, incluidas las de carácter reservado. Esta vez con autorización oficial. Sin resuello y con las mejillas coloradas, pasó una mano por los hombros de Lydia, le dio la otra mano a Maz y se dobló por la mitad para tomar aire.
Lydia vio la emoción reflejada en los ojos de Adil y sintió que el corazón dejaba de latirle por un instante.
—Tranquilo —le dijo—. No tengas prisa.
Él tomó aire antes de decir:
—Han visto a un hombre que coincide con la descripción de Alec.
—¿En Malasia? ¿Quieres decir en Malasia?
Adil hizo un gesto con la mano para interrumpir a Lydia.
—Lo vieron embarcar en un mercante que iba a Inglaterra, con dos niñas, más o menos en aquellas fechas. Uno de los empleados de la naviera se acordaba bien. Dice que se le quedó grabado, porque no es frecuente que un hombre viaje solo con niños.
Lydia estaba muy quieta, absorta en la situación.
—Lo primero que hice fue consultar todas las navieras de pasaje, pero no tuve en cuenta lo más evidente: los mercantes que zarpan de Singapur. Los que aceptan muy pocos pasajeros. El caso es que me autorizaron a consultar los registros de todo ese año.
—¿Y?
—Bueno, Alec Cartwright no figuraba en ninguna parte.
Lydia hizo un gesto de decepción, pero Adil enseguida le puso una mano en el brazo.
—No. Verás —dijo, sujetándola de los dos brazos—. ¿Recuerdas que Harriet dijo que había empleado un nombre similar?. Para que la falsificación resultara más sencilla…
Lydia sintió que la cabeza le daba vueltas y le costaba respirar. ¿Podía ser cierto?
—Comprobé sin éxito todos los apellidos que empezaban por C. Pero en un mercante que hacía la ruta de Singapur a Liverpool sí figuraba un Alec Wainwright con dos hijas.
—¡Ay! Wainwright en lugar de Cartwright. Solo hay que cambiar tres letras.
—Eso es.
—Alec juró que jamás volvería a Inglaterra. ¿Estás seguro?
—Las niñas tenían ocho y once años. Y en la lista figuran como Fleur y Emma. No hay duda de que eran ellos, Lydia. Seguro.
Lydia se llevó la mano al pecho. Estaba enfadada con Adil por haberle ocultado la verdadera identidad de Maznan, pero eso ya no tenía importancia. Sus hijas estaban en Inglaterra y no tardaría en encontrarlas.
—Gracias, Adil. Gracias.
Le dio un beso en la mejilla y se sonrieron mientras Maz daba un grito y ejecutaba una pequeña danza en la acera.
Lydia estalló en carcajadas. Era como si un sueño imposible se hiciera realidad. Había conservado a sus hijas vivas en el recuerdo. Aunque «conservar» no era la palabra exacta. Con el paso del tiempo, ni siquiera necesitaba esforzarse: lisa y llanamente, las niñas invadían sus pensamientos. Incluso cuando aún las creía muertas, seguían viviendo dentro de ella, como personajes risueños con los ojos llenos de luz. En aquel momento le vino a la memoria una imagen de Fleur, sentada debajo de un frondoso ficus, con los ojos azules muy brillantes y los pies escondidos por una alfombra de frutos rosados. Un centenar de pájaros trinaba a su alrededor y, con una expresión nostálgica, Fleur preguntaba: «Mami, ¿cómo es la nieve?».
Y ahora era posible que su hija ya conociera la respuesta a esta pregunta.