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—Me parece que estás siendo demasiado dura con ella.

Anna bufó.

—Para ti es fácil decirlo. Tú bailas aquí un par de semanas y desapareces. Yo me quedo y tengo que vérmelas con estas personas todos los días.

Enseguida llegaron a la comisaría.

Patrik fue reduciendo la velocidad y aparcó al borde de la carretera. Esperó hasta que ella finalmente levantó la vista y lo miró.

—Anna. ¿Se trata de eso realmente? ¿De que yo entro bailando y desaparezco?

Ella trató de contener las lágrimas. Bajó la vista al suelo.

—No sé de qué me hablas —contestó rehuyendo la pregunta.

Permanecieron sentados en silencio unos minutos. Al final Patrik giró la llave y arrancó el coche.

Anna miraba a través de la ventanilla mientras se mordía el labio inferior. Odiaba que la calara tan bien. Odiaba que él supiera que podía conseguirla pero no hiciera nada para lograrlo. Odiaba que para ella fuera impensable tomar la iniciativa, pero sabía que se entregaría a él en un segundo si él le daba la menor oportunidad. Odiaba que él no le diera esa oportunidad. Odiaba que él esa misma mañana le hubiese contado que la próxima semana sería la última que estaría en Skövde.

—Es insostenible pagar los viajes, las dietas y el hotel por más tiempo. Diez semanas es el tiempo máximo que estamos fuera, a no ser que haya razones especiales.

Quiso preguntarle si ella no era especial. Por fortuna no lo hizo, sino que trató de aparentar que le parecía comprensible que volviera a casa con su familia. Le dijo que sería agradable para él.

Sonó algo empalagoso y hueco en sus oídos. Probablemente, también en los de él. De todos modos había una cosa positiva en ese enamoramiento no correspondido. Dos días antes Anna no cogió el teléfono cuando la llamó David. Apenas le había costado. Con Julia era peor. Le dolía cada vez que la veía. Un dolor del que prefería culpar a su mejor amiga. Se preguntaba si podrían reconciliarse algún día. La echaba de menos.