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JUEVES, 28 DE ENERO DE 2010

—Ha vuelto.

Julia entró y se sentó en el sillón de la derecha.

—He leído que el noventa y ocho por ciento de las personas que visitan a un psicólogo por primera vez empiezan con las palabras: «No sé qué decir». ¿Es cierto?

Göran Hjonåker sonrió.

—Más bien el noventa y nueve. Y cuando un buen día se siente voluntariamente en ese sillón para iniciar su propia terapia y no lo diga, entonces ya sabré por qué es.

Se sonrieron. Julia comprendió por qué iba allí Elisabeth Hjort. Fantaseó con la idea de sentarse en el sillón de terciopelo rojo y aliviar sin más su corazón de todo lo que le pasaba.

—Bueno, psicólogo, el caso es que…

Se preguntó cómo reaccionaría él.

—Sonríe. ¿Tiene algo divertido que contar?

Julia meneó la cabeza.

—No, no mucho. Se trata de Elisabeth Hjort otra vez.

Göran Hjonåker abrió la boca, pero Julia levantó la mano para hacerlo callar.

—Antes de que diga nada sobre su obligación de guardar secreto profesional, quiero que sepa que esto no tiene nada que ver con la terapia de Elisabeth. Estoy interesada en conocer las preguntas de la policía.

Él cerró la boca. Julia siguió hablando antes de que él intentara protestar de nuevo.

—Lo que me gustaría saber es qué preguntas le hizo Ulf Karlkvist. No creo que eso pueda resultar, en modo alguno, ofensivo para la memoria de Elisabeth.

Permaneció callado. Julia, nerviosa, empezó a morderse las uñas mientras esperaba.

—Pero mis respuestas pueden serlo —dijo finalmente el psicólogo cuando ella ya se había mordido la uña del dedo índice con tal avidez que esta había empezado a sangrarle a ambos lados de la uña. Se chupó el dedo para mitigar el dolor.

—Por supuesto. Pero no me interesan las respuestas. O, mejor dicho, claro que me interesan las respuestas, pero no le voy a preguntar por ellas. Sólo quiero saber qué preguntas le hizo.

Göran Hjonåker asintió.

—Está bien. No veo nada malo en ello. He hablado con varios policías desde entonces, pero como me pregunta por Ulf Karlkvist… Me preguntaría lo normal en una investigación, supongo. Cómo se encontraba aquel día. De qué estuvimos hablando. Si yo había advertido si ella se sentía amenazada por alguien. Si tenía yo algún otro punto de vista u otra perspectiva.

Julia asintió.

—¿Lo ha interrogado Ulf Karlkvist en otras investigaciones relacionadas con asesinatos? ¿Y hubo alguna diferencia en su manera de tratar este caso en comparación con los otros?

—Por suerte en Skövde no se cometen asesinatos tan a menudo, como sabe. Nuestros caminos no se habían cruzado de esa manera hasta ahora. Y seguro que he tenido, como ya le he dicho, el mismo contacto con los otros policías que llevan la investigación, así que no sé muy bien qué decir. A mí me dio la impresión de que estaba muy interesado.

—¿Interesado o implicado?

Le salió sin pensar. Göran Hjonåker arqueó las cejas.

—¿Qué quiere decir?

—Nada. Olvídelo.

Julia se disponía a salir pero lanzó una ojeada a la mesa del psicólogo y de pronto se le hizo un nudo en el estómago. Vio el mismo objeto que le había llamado la atención la última vez que estuvo en la consulta.

Una locomotora de Brio.

Del mismo tipo que la que tenía Elias. La que su madre tenía ahora en el cielo.

Tragó saliva. No sabía qué hacer, pero no pudo resistir la tentación.

Se acercó a la mesa y cogió la locomotora.

—Me dijo que tenía esto para sus pequeños pacientes, ¿no?

Göran Hjonåker asintió.

—Se sorprendería si supiera lo mucho que uno puede averiguar con una simple locomotora.

«¿Se puede descubrir a un asesino?», pensó Julia dando la vuelta al juguete.

No podía apenas respirar. Le temblaba el dedo índice al ponerlo en la rueda delantera. Hizo girar la rueda con cuidado. Funcionaba correctamente. Hizo lo mismo con las otras tres ruedas. Todas rodaban perfectamente. No había que arreglar ninguna.

—También tengo esto, por si le interesa.

Julia se volvió hacia el psicólogo y se encontró con un osito marrón.

—Este lamentablemente se emplea más cuando tratamos casos de abusos —oyó que le decía él.

»El osito se convierte en un amiguito, alguien con quien hablar. La locomotora es buena manera de jugar, empezar a hablar y soltar las tensiones. Tengo una caja llena de juguetes en el armario, pero la locomotora es la que más se utiliza. —Meneó la cabeza. Julia vislumbró una sonrisa triste.

»Es lo más duro de este trabajo. Los niños que lo pasan mal. Las historias que oigo… Algunos no deberían ser padres.

Julia asintió.