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SÁBADO, 13 DE FEBRERO DE 2010

Los tres periódicos estaban abiertos sobre la mesa, uno al lado de otro. Un trabajo bien hecho. Yo estaba muy contenta. Había aprendido muchas cosas. Conocimientos que ya estaban celosamente anotados en el cuaderno de las magdalenas.

Lo más importante era esconder bien el cuerpo.

Volví a hojear el segundo artículo, que ya había leído varias veces. La policía declaraba que el asesino de Nabhan Beydoun, el padre de cuatro niños, quienquiera que fuese, había cometido un error al tirar el cadáver a un pozo de drenaje cerca del camino Gamla Karlsborgs entre Mölltorp y Karlsborg.

«El barro no contiene apenas oxígeno. Por eso el proceso de descomposición es mucho más lento de lo normal y esa es la razón de que el cadáver, a pesar de todo, estuviera bastante bien conservado, teniendo en cuenta que había pasado allí seis años», afirmaba Jörgen Hermansen, el policía que dirigió la investigación del caso.

Definitivamente, yo escondería el cuerpo de mi padre en un sitio mejor.

Buena parte del periódico del sábado trataba del ADN.

«Ahora tenemos tantas posibilidades que es absolutamente increíble. Basta con un solo pelo minúsculo para que podamos condenar a los malhechores. Hace veinticinco años no contábamos con esas posibilidades», decía la agente Anna Eiler.

Había sopesado la posibilidad de raparme la cabeza cuando llegara el momento, para minimizar el riesgo de dejar rastro. Pero los artículos habían despejado también ese problema. Buena parte de los casos abiertos eran «desapariciones voluntarias». Cuando la policía no tenía sospechas de que se hubiera cometido algún delito, la investigación técnica —y el seguimiento de los allegados— no eran tan exhaustivos aunque el caso siguiera abierto. Lo cual era exactamente lo que había ocurrido en noviembre cuando Elisabeth Hjort desapareció de su casa.

«Todos quieren ver resultados, y estos se cuentan en sentencias condenatorias. Pero resultado es también volver a repasar la investigación, comprobar que uno ha hecho todo lo que podía antes de cerrar el caso. Eso es lo que ocurre con muchas desapariciones voluntarias. Uno verifica las pruebas hasta quedar satisfecho y después sigue adelante», decía el policía.

Ergo, si no parecía un asesinato me libraría de problemas con el ADN y de buscar una coartada.

El punto número 76 del cuaderno de las magdalenas —de momento el más importante de todos ellos— era por tanto:

76. Tiene que parecer que mi padre se ha suicidado.

Seguí leyendo.

«Luego nuestro trabajo tiene mucho que ver también con las declaraciones de los testigos. Al principio, cuando se ha cometido un asesinato, las lealtades son muy fuertes. Muchos de los interrogados son allegados del sospechoso y puede que quieran protegerlo. Pero si le preguntas a la misma persona diez años después la situación puede ser distinta. La mala conciencia ha ido royéndolos. Quizá ya no sean tan amigos. Una mujer que anteriormente ha protegido a su marido puede que se haya separado. Hay muchas razones para hablar con la gente que en una fase anterior no hizo avanzar la investigación».

Bien sabe Dios que me sentí aliviada por enésima vez de no haberle contado nunca a mi novio los planes que estaba tramando.

En Suecia, el periodo de prescripción para los casos de asesinato era de veinticinco años. Pronto, gracias a la incompetencia de los investigadores del asesinato de Palme, desaparecería totalmente. Estaba convencida de que mi novio no me soportaría tanto tiempo. Veinticinco años o toda una vida daba igual.

A la larga nadie me aguantaba.

Eso había dicho mi padre.

Cuaderno de las magdalenas, 13 de febrero:

Datos: SUICIDIOS

873 000 personas se quitan la vida al año en el mundo.

En Suecia, la cifra es de algo más de 1500.

Cada suicidio le cuesta a la sociedad más de 18,6 millones de coronas por la pérdida de productividad y otros costes económicos.

Se suicidan más hombres que mujeres, y la mayoría de los que se quitan la vida tiene más de cuarenta y cinco años.

En Suecia, el método más habitual es el envenenamiento. Otros métodos habituales son ahorcarse, dispararse o ahogarse. Más de la tercera parte del total de hombres que se suicidan lo hacen ahorcándose. Entre las mujeres lo más frecuente es tomarse algún tipo de pastillas, eso es lo que hacen casi la mitad. El diez por ciento de los suicidas se pega un tiro. De ellos, pocas son mujeres.