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Julia estaba echando una ojeada al artículo de Ing-Marie en la reunión matinal. Procuró ignorar toda la palabrería que su colega insistía en deslizar en los textos, como «espantoso» y «lacerada», y ver si contenía realmente algo de sustancia, más allá de las frases retóricas. No encontró mucho. Setenta días y la policía sabía tan poco como Ing-Marie y ella acerca de quién había asesinado a Elisabeth Hjort.

—Karlkvist no tiene realmente ni idea —dijo Julia.

Ing-Marie asintió.

—Fue extraño cuando me senté ayer con él. Pienso que, bien mirado, se ha comportado de una forma muy rara en toda esta investigación, pero ayer precisamente había algo, no sé qué…, pero está como ausente. Yo sé que ha delegado la mayor parte del trabajo relacionado con esta investigación en sus subordinados, pero, a pesar de todo, él es quien dirige la investigación y sin embargo parece apático, casi como si no le importara.

Håkan Hansson soltó unas risitas.

—Aunque no es así. Es justo al contrario. Como comprenderéis a él también le estará resultando duro.

Julia se volvió hacia el redactor deportivo.

—¿Cuándo te has vuelto una persona con tanta empatía? Ese rasgo es nuevo.

—Tú nunca has visto empatía en mí porque no te hago ni puto caso. Pero imaginaos que vosotros tuvieseis que investigar el asesinato de una ex que os ha dejado plantados. No debe de ser tan divertido.

Las dos mujeres se quedaron de piedra.

—¿Qué has dicho? —preguntó Julia.

—Sí, Elisabeth y yo somos de la misma edad. O éramos, debería decir. Fuimos a la misma clase en el instituto Helena. Ella empezó a salir entonces con Karlkvist. Dio un poco que hablar. Ella tenía diecisiete años y él era casi diez años mayor. Pero Elisabeth era una tía de esas, ya sabéis… De las baratas, por decirlo de alguna manera. Era chulo salir con un poli joven. Poder meterse mano en un coche patrulla. Salieron juntos durante todo el bachillerato y luego unos años más, hasta que ella lo dejó por Klas Hjort. Dicen las malas lenguas que, al parecer, Karlkvist quería que formalizaran la relación, pero que ella le decía todo el tiempo que no se sentía preparada. Después empezó a salir con Klas Hjort y se quedó embarazada a la primera. Está claro que esta situación es dura para Karlkvist. Deberíais ser un poco más comprensivas con él.

Se produjo un silencio estupefacto durante unos segundos antes de que Ing-Marie diera un puñetazo en la mesa.

—¿¡Y nos lo dices ahora!? —Y añadió con voz chillona—: ¿Y si fue él quien lo hizo y por eso está investigando tan mal? ¡Puede que él sea el asesino, joder!

«Joder», pensó Julia y, a pesar de lo grave de la situación, no pudo por menos de sonreír. Primero «cojonudo» y ahora «joder». Parecía que Ing-Marie empezaba a coger un poco de fuelle.

Sven Lindgren levantó la mano derecha.

—Está bien, vamos a tranquilizarnos. Håcke, es evidente que toda información referida a Elisabeth Hjort nos habría sido muy útil desde hace tiempo, pero las cosas son como son. Ing-Marie y Julia. Tendréis que sentaros a pensar qué podemos hacer con esta nueva información.

Permanecieron junto a la máquina de café un buen rato después de que el burbujeo hubiera cesado. Bebieron la inmunda aguachirle de la máquina en silencio.

Un silencio agradable.

Julia pensó que ahora no se sentía incómoda en compañía de su colega. Aquella pelirroja rara no era tan tonta.

—Acabo de recordar una cosa. Cuando Flash y yo estuvimos en el lago el día que apareció el cuerpo, Karlkvist le puso la mano en el hombro a Klas Hjort, pero Klas lo apartó. Entonces pensé que era simplemente porque estaba desesperado, pero ¿crees que él podría sospechar algo?

Ing-Marie sopló dos veces el líquido de la taza antes de beber un sorbo con cuidado.

—La cuestión es saber quién lo sabe. ¿Podríamos conseguir la agenda de Karlkvist?

Julia reflexionó un instante antes de asentir. Sacó el móvil y llamó al recepcionista de la comisaría.

—Hola, Robert, soy Julia Almliden y trabajo para el Västgöta-Nytt. Oye, necesito confirmar rápidamente una fecha y no quiero molestar a Ulf Karlkvist para una tontería. ¿Dispones de un segundo?

Oyó algo parecido a un balbuceo afirmativo.

—Estupendo. El caso es que mi colega Ing-Marie Andersson entrevistó a Karlkvist por un asunto en noviembre y ahora está fuera, haciendo un curso, y yo tengo al editor gráfico encima porque quiere que busque en el archivo la foto que ella tomó. Pero no encuentro el artículo, quiero decir, en el periódico, así que no sé si se vieron el 2 o el 3 de noviembre. Recuerdo que salió pitando hacia la comisaría por la tarde, pero no sé exactamente qué día fue. ¿Puedes mirar su agenda y comprobar si trabajó alguno de esos días? Si tenemos suerte quizá pueda encontrar la foto por descarte.

Esperó. Ing-Marie la miraba sentada. Agarrando la taza, pero sin beber. Parecía que no quería perderse ni un segundo de aquella farsa representada a través del auricular.

—Ajá, ¿seguro? Está bien, ahora ya lo sé. Muchas gracias.

Julia cortó la llamada y miró a Ing-Marie.

—Robert dice que Ulf Karlkvist trabajó como de costumbre el día 3 de noviembre. Pero el día 2 sólo trabajó media jornada. Karlkvist se fue a casa a la hora del almuerzo.