59
MIÉRCOLES, 17 DE FEBRERO DE 2010
Ing-Marie cortó un trozo de su pizza caprichosa. Se lo llevó a la boca y lo masticó pensativa.
—¿Y Klas Hjort? ¿Lo has tachado de tu lista de posibles asesinos? —preguntó.
Julia vio al marido delante de ella. Recordó que le había contado que no echaba de menos la incapacidad de su mujer para tener la casa ordenada, pero se avergonzó de haber pronunciado esas palabras. Su desesperación por haber estado con su amante cuando ella murió.
—No, creo que lo más probable es que sea inocente. Pero ¿quién sabe? Tampoco podía imaginarme que se acostara con la vecina.
Julia apartó el plato.
—Necesitamos algo más. Alguna pista —se quejó.
—Esto es más fácil en la tele. ¿Dónde está Gil Grissom cuando una lo necesita?
Ing-Marie sonrió y sacó su bloc de notas.
—En Las Vegas. O perdido en la selva, depende de la temporada. ¿Hacemos un listado de lo que tenemos de momento?
Julia asintió. Extendió los dedos y empezó a contar.
—Uno: creemos que hay un hombre implicado porque la tapa del váter estaba levantada. A no ser que a Elisabeth Hjort le diera de repente por limpiar la taza cuando tenía el resto de la casa manga por hombro. Dos: sabemos que alguien recogió la habitación de los niños, lo cual significa que él o ella es un tiquismiquis. Tres: a Elisabeth la mataron con un objeto romo. Cuatro: sabemos que en su casa había una carta de contenido impreciso. A propósito, ¿sabes algo más de eso?
Ing-Marie negó con la cabeza.
—No. La última vez que hablé con mi fuente la respuesta fue que se podía demorar un poco.
—¿Cómo conseguiste realmente una fuente tan buena en el Instituto Nacional de Ciencias Forenses? Desde luego, es una mina.
Ing-Marie se sonrojó.
—En otra ocasión, quizá. Ahora vamos a continuar —contestó de forma evasiva.
Julia levantó la otra mano.
—¿Y sospechosos? Uno: Klas Hjort. Las estadísticas dicen que el asesino es una persona cercana. Y además le era infiel. Dos: Klara Hunnevie. Es evidente que odiaba a Elisabeth y quería quitarle el marido. Dicen que estaban follando a la hora que mataron a Elisabeth, lo cual puede significar que son inocentes o que la mataron juntos. O bien lo hizo uno de ellos y el otro le ha proporcionado una coartada al asesino.
Julia hizo una pausa y bebió un sorbo de su agua mineral.
—Y luego está el sospechoso número tres. Ulf Karlkvist. Puede que supiera lo del adulterio, que fuera hasta allí para contárselo pensando que podría conseguir que Elisabeth volviera con él y que ella le diera calabazas. Tiene un humor de perros. ¿Es posible que se enfadara tanto como para llegar a matarla?
Ing-Marie alargó el brazo y cogió un palillo. Se limpió la boca despacio mientras parecía sumida en sus pensamientos. Al final esbozó una sonrisa, de esas que ahora se veían tan a menudo en su cara.
—Tengo que decir que esto me apasiona. Por fin, un auténtico asesinato en Skövde que hay que resolver, y nosotras estamos en el centro de los acontecimientos.
Julia le sonrió burlona.
—Ya se lo diré a Elisabeth, si me tropiezo con su alma en algún sitio, que su asesinato te apasiona.
Ing-Marie alzó las cejas.
—Sabes lo que quiero decir. Está bien, se acabó el tema —dijo la reportera criminalista dejando el palillo en la mesa.
—Vamos a dejar a un lado a los tres clásicos y pensar en otras personas de su alrededor. Yo digo un nombre y tú dices lo primero que se te ocurra, en cuanto al motivo o la coartada.
Julia enderezó la espalda y esperó.
—Mats Hunnevie.
Julia negó con la cabeza.
—Francamente, no. Demasiado bueno. No tenía ningún motivo para estar enfadado con ella.
—¿Göran Hjonåker?
Julia recordó la locomotora del psicólogo y se sonrojó al pensar que había desconfiado de aquel hombre tan amable. Volvió a negar con la cabeza.
—Demasiado bueno también. Y la policía ha comprobado su coartada. Estuvo con una enferma mental toda la tarde hasta las cinco menos cuarto.
Ing-Marie la miró con dureza.
—¿Así que uno es un enfermo mental si va al psicólogo?
Julia hizo un gesto agitando la mano.
—Ya sabes lo que quiero decir. Continúa.
—¿Un amante secreto?
Julia respondió con una media sonrisa.
—¿Un amante? ¿Y cómo lo consiguió un ama de casa deprimida que no tenía apenas fuerzas para ocuparse de sí misma?
—Está bien. Anna-Maj Hansson, ¿entonces?
Julia se echó a reír.
—Eso sería el colmo. Que esa anciana de ochenta años fuera la asesina. ¡Anda ya!
—¿Los niños?
Julia alzó las cejas.
—Buena idea, Ing-Marie. De veras. Si no fue esa anciana senil tal vez fueran sus hijos, que acaban de dejar el pañal. Ahora estás haciendo realmente honores a tu título: reportera criminalista.
Ing-Marie Andersson extendió las manos dándose por vencida.
—Entiéndeme, me gustaría mucho resolver este caso y creo, hablando en serio, que estamos haciendo un buen trabajo. Pero tengo la impresión de que se nos está escapando algo.
—Mejor dicho, alguien —musitó Julia.