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Al lado de Julia estaba sentada Ing-Marie, en silencio. Miraba las fotografías que tomó Flash el 2 de noviembre, cuando desapareció Elisabeth Hjort. Él se encontraba como de costumbre escuchando la radio de la policía y llegó al lugar casi al mismo tiempo que el coche patrulla, media hora antes de que llegara Julia.

Flash no había desperdiciado aquellos treinta minutos. Cuando los técnicos terminaron su trabajo, le preguntó a un desesperado Klas Hjort si él también podía tomar fotografías. Para mayor «seguridad». El resultado era la impresionante colección de fotos que tenía delante de ella.

Ing-Marie se imaginó la vida de la familia Hjort en la casa de ladrillo amarillo de los años cincuenta, situada en el número 2 de la calle Livboj. Casi la abochornaba lo minucioso que había sido Flash. Pensó en su propia casa y se sonrojó al darse cuenta de lo que Flash podría encontrar allí en una inspección similar. Sentía que estaba invadiendo la esfera privada de los Hjort al curiosear a través de las fotos de su cuarto de baño de llamativos azulejos de color azul turquesa, donde pudo ver que Elisabeth Hjort utilizaba champú Fructis de Garnier y suavizante Barnängen. Que todos los miembros de la familia —incluso los niños— usaban cepillos dentales eléctricos y que Klas Hjort o sus hijos no bajaban la tapa del váter.

Observó la bañera. Según las estadísticas, el baño era el lugar más peligroso de una casa. Se preguntó si Elisabeth Hjort habría muerto allí. Si habría resbalado en la bañera y después su marido se vio en la necesidad de hacer que pareciera un accidente. O si él, en un acceso de cólera, le había golpeado la cabeza contra el borde de la bañera.

Ing-Marie sintió que aquellos pensamientos la hacían temblar. Se ajustó la chaqueta de punto aún más alrededor del cuerpo.

Las fotografías de la cocina mostraban un desorden total. Las sillas descolocadas. Manchas en el suelo. En la mesa un pegote reseco de color marrón que ella suponía —o al menos deseaba— que fuera de paté o de cacao. El fregadero estaba asqueroso y había un paquete de leche semidesnatada volcado en la encimera. Pero tal vez era así en las casas de todas las familias con niños pequeños. ¿Qué sabía ella de la vida en familia? Aún se sentía como una principiante en los temas de pareja.

Ing-Marie siguió mirando el montón de fotografías y llegó al dormitorio del matrimonio. La vieja cama con un sólido armazón de madera de pino le resultaba familiar. Ese tipo de cama era habitual en Suecia en las casas de la gente mayor. Probablemente la habían heredado de alguno de los padres, o tal vez la habían comprado de segunda mano. La cama estaba hecha, no obstante, con dejadez. Cuatro almohadas, dos edredones con estampados azules y estrellitas rojas. Conocía el modelo del último catálogo de Ikea. Un espejo oval de la misma madera maciza colgaba sobre la cama, donde se reflejaba el destello de Flash.

—Vaya descuido —musitó pensando en el fotógrafo.

Dos mesillas de noche a juego completaban el conjunto. Ing-Marie miró más de cerca los libros que había encima de las mesillas. Klas Hjort leía Echo Park de Michael Connelly, mientras que Elisabeth tenía cuatro ejemplares de la revista Mama en la mesilla. El que estaba encima tenía a Pernilla Wahlgren y su hijo pequeño en portada. O tal vez fuera al revés, y la señora de la casa leía a Michael Connelly, aunque a Ing-Marie le costaba creerlo.

La habitación de los niños estaba limpia. Llamativamente limpia en comparación con la cocina. Supuso que para Elisabeth Hjort arreglar bien la habitación de sus hijos era lo prioritario.

Los juguetes estaban colocados en orden. A uno de los hijos, ella supuso que a Erik, el mayor, le gustaba jugar con piezas de Lego. Seguro que era Elias el que prefería jugar con los coches. Contó dos coches de carreras, tres vagones de tren, un camión, una ambulancia y un coche de policía, los cuales aparecían en la foto perfectamente ordenados encima de una mesa.

Ing-Marie volvió a mirar las fotografías. Había algo que no encajaba, pero por más vueltas que le daba no era capaz de decir qué era. Buscó su artículo del 4 de noviembre y volvió a leerlo.

Mujer de 34 años, desaparecida

DE ING-MARIE ANDERSSON

Elisabeth Hjort, vecina de Skövde y madre de dos niños, ha desaparecido. La mujer de 34 años salió de su casa el lunes y —pese a las intensas pesquisas de la policía— no ha vuelto a ser vista desde entonces. «No hay indicios de delito», ha dicho Ulf Karlkvist, de la policía de Skövde.

Aparentemente parecía un lunes normal.

El 2 de noviembre empezó como todos los días entre semana en casa de la familia Hjort, en la calle Livboj de Skövde. Klas, el padre, se llevó a sus hijos de camino al trabajo a las siete de la mañana.

En la casa quedó su mujer, Elisabeth, de baja laboral, que los despidió desde la puerta.

«Ha estado un poco deprimida, estresada y eso. Elisabeth ha estado acudiendo a la consulta de un psicólogo, pero nada hacía suponer que pudiera suceder una cosa así», ha declarado al Västgöta-Nytt un Klas Hjort conmocionado.

«Comprendí inmediatamente que algo no iba bien»

Cuando el marido volvió a casa después del trabajo, a las cinco menos cuarto, encontró la carta que su mujer le había dejado.

«Comprendí inmediatamente que algo no iba bien nada más cruzar la puerta. La casa estaba demasiado silenciosa. Vi la carta, salí y llamé a la policía. Estaba en estado de shock y permanecí sentado en la escalera hasta que llegaron», ha dicho el marido.

«Parece un hecho voluntario»

La policía se muestra reservada acerca de la desaparición y el agente que lleva la investigación no quiere comentar el contenido de la carta con la reportera criminalista del Västgöta-Nytt.

«Todo parece indicar que se trata de una desaparición voluntaria, eso es cuanto puedo decir», ha manifestado el jefe de la investigación, Ulf Karlkvist, en una declaración exclusiva.

Los últimos días se ha llevado a cabo una intensa búsqueda en los alrededores de la casa de la calle Livboj. Patrullas caninas, grupos de voluntarios de la zona así como las patrullas locales han ayudado a la policía, sin resultado.

«No podía quedarme en casa cruzada de brazos con Elisabeth desaparecida. Volveremos a salir mañana. Naturalmente todos los que quieran ayudar serán bienvenidos», ha afirmado Klara Hunnevie, vecina y amiga de Elisabeth, mientras se secaba las lágrimas de las mejillas.

Petición de ayuda

La policía solicita la colaboración de los ciudadanos.

«Agradeceríamos que quien haya visto a esta mujer, o haya notado algo raro en la zona donde desapareció el día 2 de noviembre, se ponga en contacto con la policía», ha solicitado Ulf Karlkvist.

Ing-Marie miró el texto que acababa de leer. Sacó las fotografías que Flash tomó en casa de Elisabeth Hjort.

Y entonces lo vio. Abrió la boca para compartir con Julia lo que había descubierto, pero la cerró enseguida.

Era viernes.

Era por la tarde.

Era importante, muy importante, solucionar aquel asesinato, pero Ing-Marie tenía planes que eran aún más importantes. Planes que no estaba dispuesta a cancelar.

—Tendrás que esperar hasta el lunes —le dijo a la mujer de la fotografía, apagó el ordenador y se marchó a casa.