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La puerta estaba cerrada. Anna pegó la oreja a ella para oír si dentro había alguna reunión o conversación telefónica, pero todo cuanto escuchó fueron pulsaciones intermitentes en un teclado. Respiró profundamente. Abrió la puerta, entró y volvió a cerrarla.

—¿No has aprendido a llamar?

Anna miró a Ulf Karlkvist.

—No, tendrás que añadirlo a la lista de todas las cosas que hago mal. Pero quiero que sepas que yo tengo mi propia lista. Con todas tus meteduras de pata. Todos los comentarios despectivos que has hecho. Y, sobre todo, todos y cada uno de los errores que has cometido como jefe de policía.

Anna recuperó el aliento enseguida y continuó antes de que él pudiera acallarla.

—No sé lo que David Broqvist te habrá contado de los motivos de su traslado, pero estoy casi segura de que no te ha dicho la verdad. Lo que ocurrió no es asunto tuyo, pero es la última vez que me hablas en tono despectivo delante de mis compañeros. ¿Un jefe de policía que no le cuenta a la Policía Judicial Central que ha mantenido una relación con la víctima? Acabarías hundido en la mierda si eso llega a saberse.

Él abrió la boca para decir algo, pero Anna levantó la mano.

—Esta conversación nunca ha tenido lugar. Pero créeme cuando te digo que te van a dar por el culo como no dejes de hablar mal de mí. Los dos podemos hablar de lo negligente que es el otro en su trabajo, pero tú tienes más que perder que yo.

Salió, cerró la puerta y se dejó caer en el suelo del pasillo. «No abras la puerta», pensó mientras se imaginaba que Ulf Karlkvist salía corriendo y la atacaba. Verbal o físicamente. O de ambas formas. Pero la puerta permaneció cerrada.

Ella siguió sentada un par de segundos para recuperar el aliento. Ojalá que Patrik llegara pronto al trabajo.