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MUCHOS AÑOS ANTES

Mi padre está de buen humor. Ha estado de buen humor todo el día. Cuando salen y viajan en coche su hermano y ella se atreven a pedir que les compre golosinas.

—Papá, por favor, ¿no nos puedes comprar unas pocas? —pide ella.

—Papá, por favor —insiste su hermano.

Mi padre suelta una risotada y entra en el aparcamiento de Margaretas Livs, en Götene. Su hermano y ella no suelen ir solos al centro de Götene, por lo que miran por toda la nueva tienda de golosinas con los ojos como platos. Ellos siempre van en bicicleta a Sil-Jouren cuando van a comprar golosinas.

Ella se fija en que en esa tienda los caramelos a granel están junto a la caja, en unas cajas de plástico. Hay una veintena de distintas clases de caramelos en cajas pequeñas. Todas con el precio por unidad marcado. Mira todas las golosinas y se le hace la boca agua. Los arenques negros cuestan veinticinco céntimos. Los toffees blancos envueltos en un vistoso papel amarillo y azul en el que pone «Refresher» cuestan cincuenta céntimos. Las monedas con mucha sal que pican en la lengua cuestan una corona. Piensa en cuánto se podrá gastar y hace mentalmente una lista con las que más le gustan, depende de lo que se pueda gastar. Por lo menos dos monedas saladas. Cuatro Refresher y cuatro arenques salados. Cuestan cinco coronas en total, seguro que puede comprarlo. Después descubre las cebras de color rosa con sabor a frambuesa y unas golosinas que ella sabe que se llaman Fuego de Dragón, saladas, duras y de color marrón, rellenas con una crema verde espesa. A veinticinco céntimos, igual que las cebras.

Ojalá pudiera gastarse siete coronas en golosinas. Entonces podría comprar cuatro cebras y cuatro Fuegos de Dragón. Y espera que sea así.

—¿Y qué es lo que desean estos niños?

La mujer de la tienda es joven y rubia. Tiene las tetas grandes y sonríe a mi padre. Él le devuelve la sonrisa.

—Quieren golosinas —le dice mi padre a la mujer.

Saca la cartera y empieza a contar billetes. Ella ve que su padre saca sus billetes de quinientas coronas delante de la mujer como suele hacer para demostrar que tiene dinero. Mira a la mujer y espera a que ella se fije en el fajo de billetes. Ella se fija enseguida. La sonrisa detrás de la caja se vuelve todavía más grande.

—Ponles diez coronas a cada uno —le dice a la mujer de las tetas grandes.

Diez coronas. Ella se pone más contenta que unas pascuas. Cuántas golosinas. Está a punto de abrir la boca para decir por cuáles va a empezar cuando la mujer coge dos bolsas y empieza a llenarlas de golosinas sin apartar la mirada de mi padre.

—Caramba. Qué padre más bueno —exclama la mujer, sonriendo de nuevo mientras empieza a echar golosinas en una bolsa. Coge las repugnantes bolas verdes de mermelada. Cuestan una corona cada una y tanto ella como su hermano las detestan. La mujer pone unas cuantas, en cada bolsa.

—Pero… —empieza a decir ella.

No le da tiempo a decir más antes de sentir el empujón que le da su padre en el costado.

—A callar.

Ella traga saliva. Piensa si debe intentarlo de nuevo. Ve desesperada cómo se va llenando la bolsa de golosinas asquerosas. La mujer parece no darse cuenta ni de lo que está echando. Está ocupada hablando con mi padre.

—Pero… —intenta de nuevo.

No alcanza a decir más antes de que le caiga un manotazo en el brazo.

—Esperad en el coche, niños —les dice.

Su hermano y ella salen y se sientan en el coche a esperar. Ninguno de los dos dice una palabra. Cuando vuelve su padre, les da una bolsa a cada uno. Se sienta en el coche y conduce hasta casa.

—¿Qué se dice, chicos? ¿No estáis contentos con las golosinas que os he comprado?

Ella mira su bolsa. Mermelada, caramelos ácidos, chocolate y nubes. Y regaliz dulce. Ni una sola golosina salada. Quiere mentir, está a punto de hacerlo, pero se cruza con esos ojos grises en el espejo retrovisor. No puede mentir a esos ojos grises.

—No me ha puesto las golosinas que yo quería —contesta.

Después su hermano y ella son unos niños malcriados, unos mocosos repugnantes el resto de la tarde.

—Eso es lo que pasa cuando uno trata de ser bueno con vosotros —se queja su padre mientras tira las golosinas a la basura.

»No se puede ser bueno con mocosos como vosotros.