7

Julia Almliden sabía que debía apresurarse, pero, en lugar de aparcar al borde de la carretera, dejó el coche en el amplio aparcamiento que había a la izquierda antes de llegar al lago. Discutir con la policía sobre dónde podía o no podía aparcar le llevaría más tiempo que caminar unos metros.

Buscó entre los coches aparcados, pero no vio ninguno con el logotipo del Skövde Nyheter. Julia sonrió. La competencia aún no había llegado.

Recorrió los cincuenta metros desde el aparcamiento hasta el camino que conducía al lago, con un ojo puesto en el cielo y otro en el suelo para no tropezar con las raíces que sobresalían. En el negro cielo invernal se agitaban jirones azules y de color violeta, y un resplandor azulado iluminaba la nieve que crujía bajo sus pies.

Julia apenas tuvo tiempo de pensar que era una mañana de enero inusualmente bella cuando Janne Flash Persson fue hacia ella. Se le veía contento.

—Mira —dijo, seleccionando una de las fotografías en la pantalla de la cámara.

Julia bajó la vista y todos los pensamientos sobre aquel amanecer resplandeciente desaparecieron de inmediato. Sus ojos se fijaron en lo que alguna vez había sido una persona viva pero ahora era una masa informe, envuelta en una tela de color rojo y congelada dentro de un bloque de hielo. Lo único que se veía con claridad eran un par de rodillas y un par de pies hinchados y desnudos que salían del trozo de hielo.

No era la primera vez que Julia veía un cadáver. Por desgracia, en su trabajo iban incluidos los accidentes que se producían todos los días en las carreteras de los alrededores de Skövde. Motoristas en la rampa de Billingen, kamikazes de la recta de Mariestad, niños que cruzaban la carretera junto a la salida de Sommarland, el parque de atracciones. Había visto la muerte antes, pero siempre le provocaba el mismo malestar. Los cuerpos sin vida de verdad distaban mucho de los elegantes cadáveres que se veían en la caja tonta por la noche. No podía decir con exactitud cuáles eran las diferencias. Quizá la más destacada era el color de piel. Esa tonalidad cerúlea que se apoderaba rápidamente de un muerto de verdad cuando la sangre dejaba de circular. Salvo en el cadáver que estaba viendo justo en ese momento. Era de cualquier color menos cerúleo. Más bien tiraba a gris violeta pálido. Pero teniendo en cuenta que estaba helado, no era tan raro.

Julia alzó la mirada y contempló el lago Simsjön, sólo para encontrarse con la misma vista algo más alejada. Los dos embarcaderos a la derecha de la orilla flotaban en luz. Habían instalado grandes focos para facilitar la operación que se estaba llevando a cabo quince metros más allá. Un perro y varias personas con chalecos reflectantes se movían en los embarcaderos. Habían colocado dos conos de color naranja en las dos rocas grandes y un cordón policial se balanceaba entre ellos. Tras el cordón había tres coches, varios policías con linternas y un grupo formado por cuatro miembros del servicio de Protección Civil, que trabajaban a marchas forzadas con la sierra para liberar el cuerpo del hielo.

Dos bomberos realizaban el trabajo propiamente dicho y, mientras, otros dos colegas y un médico forense estaban al lado siguiendo la operación. Sujetaban una tabla de salvamento pensada para transportar el bloque de hielo con el cuerpo. Julia se preguntaba si la tabla aguantaría. El bloque de hielo era bastante grande. La mujer se volvió hacia el fotógrafo:

—Bueno, ¿qué sabes?

—Apostaría a que es aquella madre que dejó a los dos hijos.

El lago Simsjön.

Una madre que había dejado a dos hijos.

Julia trató desesperadamente de espabilarse lo suficiente como para entender de qué le estaba hablando. Entonces por fin recordó a Elisabeth Hjort, la madre deprimida que en noviembre dejó una nota para su marido y sus hijos en una casa de la calle Livboj y después desapareció sin dejar rastro. Pese a los más que admirables intentos de Ing-Marie para convertir la noticia en apasionante periodismo de intriga, todos, incluida Julia, sospecharon que se trataba de un suicidio. Pero nunca encontraron el cuerpo.

Ing-Marie. ¡Cielos! Cómo se iba a enfadar cuando supiera que Julia estaba allí y ella no.

Julia miró a su alrededor para ver si Klas Hjort, el marido de la mujer desaparecida, también estaba por allí. Lo localizó, cubierto con una manta de ambulancia, y sentado en el asiento de atrás de uno de los coches de policía aparcado a la orilla del lago, detrás del cordón policial.

Julia entornó los ojos para ver mejor y observó que los pantalones chinos beige del hombre estaban mojados hasta la rodilla. Se preguntó si habría intentado acercarse a lo que probablemente era el cuerpo de la que había sido su mujer, y tembló sólo de pensarlo.

Delante de Klas Hjort se encontraba el comisario de policía Ulf Karlkvist. Este puso una mano en el hombro de Klas Hjort y Julia vio cómo Hjort se estremeció, asustado. La mano desapareció enseguida.

«Pobre hombre. Lo asustado que debe de estar», pensó Julia.

Advirtió que Ulf Karlkvist —intencionadamente con toda seguridad— estaba delante del hombre para que este no viese demasiado el trabajo que se estaba realizando en el hielo.

Julia meneó la cabeza, contrariada. El comisario de la Brigada de Homicidios, Ulf Karlkvist, de la policía de Skövde, adscrita a la policía provincial de Västra Götaland, era accesible para hacer declaraciones, pero no era un tipo que permitiera a los periodistas traspasar el cordón de seguridad para hablar con los allegados de las víctimas. La redactora miró de reojo la hora. Los buenos consejos son caros, o como se dijera. Se dirigió a Flash.

—Si tienes ya lo que necesitas, podrías ayudarme con una cosa. Es urgente.

El fotógrafo comprobó sus fotos y, antes de asentir, lanzó una mirada alrededor para asegurarse de que sus colegas de la competencia no habían llegado aún.

—Bien, me preocupa el Skövde Nyheter. Llama a Karlkvist. Habla con él de lo que sea. Entretenlo. Procura tenerlo ocupado al teléfono unos minutos.

Julia sacó su propio teléfono, buscó en internet la guía telefónica y encontró el número. Esperó hasta oír la débil llamada de móvil y comprobar que Karlkvist se dirigía al asiento delantero para contestar antes de llamar ella. Esperaba que el número que había encontrado fuese el correcto, y cuando vio que Klas Hjort buscaba en su bolsillo mientras salía de su móvil la sintonía de llamada, se dio una palmadita en el hombro mentalmente. Un hombre cuya mujer ha desaparecido lleva siempre el móvil consigo.

—¿Ho… Hola?

—Hola, Klas. Soy Julia Almliden, del Västgöta-Nytt. Nos vimos en noviembre.

Era pura mentira. Pero supuso que en aquellas circunstancias Klas Hjort no recordaría con quién había hablado tras la desaparición de su mujer.

—Sí, hola. No… no puedo atenderle en estos momentos.

—Sí, lo comprendo y no quisiera molestarle… Sólo quería saber cómo se encuentra, ahora que ella…

—Sí.

El hombre respiraba con dificultad. Julia permaneció en silencio aguardando a que él continuara.

—Es tranquilizador saberlo, supongo. La incertidumbre nos ha destrozado. Pero uno siempre espera…

—¿Entonces están seguros de que es ella? Nosotros tenemos colaboradores que han estado en Simsjön esta mañana. Y en las fotografías que he visto pues…, bueno, es un poco difícil decir quién es.

Julia se mordió la lengua. Idiota. ¿Era necesario mencionar lo maltrecho que estaba el cuerpo de su mujer tras pasar dos meses en el lago? Respiró profundamente esperando que no le colgara. Oía su pesada respiración.

—Sí… Es ella. Lleva el vestido rojo que le regalé cuando salimos a cenar para celebrar nuestro quinto aniversario. A ella… le gustaba mucho ese vestido.

Julia notó cómo le cambiaba la respiración, que se volvió entrecortada. Comprendió que Klas Hjort pronto sería incapaz de pronunciar una palabra más.

Alzó la mirada y observó al hombre, que ignoraba que la persona con la que hablaba se encontraba sólo a unos metros de distancia. Vio que, cuando Ulf Karlkvist ya no estaba delante como una sombra protectora, el hombre miraba directamente hacia los pies congelados. Julia lo oyó jadear al teléfono, haciendo esfuerzos para respirar.

—Gracias, Klas, perdone que lo haya molestado. Ya hablaremos más adelante.

Cortó la llamada e hizo señas con la mano para atraer la atención de Flash.

El fotógrafo, que seguía entreteniendo a Ulf Karlkvist al teléfono, advirtió sus gestos y alzó la vista. El dedo de Julia señalaba a Klas Hjort, y Flash comprendió lo que estaba a punto de pasar. Interrumpió rápidamente la conversación, tomó la cámara y empezó a disparar. Cuando el comisario Karlkvist, apenas unos segundos más tarde, volvió junto al marido, Janne Flash tenía la posición de tiro perfecta y captó una bonita fotografía del marido desesperado y el guardián de la ley en la nieve. Tanto el fotógrafo como Julia sabían que esa fotografía estaría en la portada del día siguiente.

Cuando cesaron los chasquidos de la cámara de Flash, él se volvió hacia ella y levantó el brazo haciendo el gesto de «¡Choca esos cinco!».

Justo cuando le respondía con el mismo gesto, Julia oyó un resoplido detrás.

—¿En serio? ¿Hay una persona muerta a dos metros de vosotros y lo celebráis?

Una voz que ella una vez amó.

Una voz que todavía amaba.

El eco de un tiempo pasado.

—Hola, Anna. Me estaba preguntando dónde estarías —respondió Julia, volviéndose hacia la mujer que una vez estuvo más cerca de ella que nadie en el mundo, antes de que estallara el infierno.

Anna Eiler se había cortado el pelo. Siempre había llevado el cabello negro corto, pero ahora lucía un corte rapado, casi de chico. Sólo le quedaba un trozo de flequillo que le cubría la mitad de la frente.

Anna no respondió. Sus ojos castaños sólo les dirigieron una rápida mirada a Julia y a Janne antes de agacharse por debajo del cordón policial y dirigirse con paso decidido hacia Ulf Karlkvist.

Flash la miró perplejo.

—No me preguntes —dijo Julia.

Flash no preguntó. Una de las cualidades que ella más admiraba de él.

De vuelta en la redacción, Julia se propuso hacer oídos sordos a la mala conciencia que la corroía. Era buena en lo suyo, pero, joder, cómo odiaba a veces su trabajo. Mentir, manipular y exagerar. Los tres peores ingredientes del trabajo de periodista.

Apartó aquellos pensamientos, se sentó al ordenador y empezó a escribir.

Este hombre buscó sin cesar durante 58 días a su esposa, la madre de sus hijos y la compañera de su vida.

Ayer cesó la búsqueda de Klas Hjort, de 42 años.

El cuerpo de su mujer apareció en el lago Simsjön, a tan sólo cien metros de la casa de la pareja.

«¡Dios mío! ¡Cómo la echo de menos!», ha declarado al Västgöta-Nytt.

Julia pensó en el vestido rojo de Elisabeth Hjort. ¿Quizá debería incluirlo en la entradilla? Demasiados detalles, decidió, y se dispuso a escribir el cuerpo de la noticia.

Nunca la había visto tan bella como entonces. Elisabeth Hjort y Klas llevaban casados cinco años, y cuando la vio sonriente delante de él, con el vestido rojo que se puso para celebrar su aniversario de boda, era como si estuvieran recién casados otra vez.

«Estaba tan guapa con él… A ella le gustaba mucho ese vestido», ha declarado el viudo al Västgöta-Nytt.

Elisabeth Hjort nunca volvió a ponerse ese vestido después de aquella cena de aniversario. Según su marido, nunca encontró la ocasión.

Hasta ahora.

Desde su desaparición el 2 de noviembre del año pasado el marido ha buscado incansablemente a la madre de sus dos hijos. Ayer la encontró ahogada en el lago Simsjön. Llevaba puesto su vestido favorito.

«Es terrible, no puedo describirlo… Pero es un consuelo saber al fin lo que sucedió. La incertidumbre nos ha destrozado», ha comentado Klas Hjort.

Julia miró el borrador. Pornografía sentimental, como lo llamaban en el periódico. Un poco exagerado, pero estaba segura de que Klas Hjort no iba a quejarse de la redacción. Dudaba incluso de que recordara la conversación, teniendo en cuenta por lo que estaba pasando.

Debía pulir un poco el texto, pero eso podía servir de base. Esperaba que los del Skövde Nyheter, que llegaron al lugar cuando ya se habían llevado el cuerpo, no tuvieran ni idea del vestido. Era un detalle conmovedor que a ella le gustaba, y quería ser la dueña en exclusiva.

Julia buscó en el archivo los artículos que se escribieron en las fechas cercanas a la desaparición de Elisabeth Hjort. Seis artículos. Todos firmados por Ing-Marie Andersson. Naturalmente. Todos llenos de palabras rimbombantes. A Ing-Marie le encantaban palabras como: «exclusivamente», «conmoción» y «desvelar». «Encajaría como un guante en un periódico vespertino», pensó Julia sonriendo mientras ojeaba los textos. El marido desesperado posaba con dos niños preciosos que parecían no comprender lo que había ocurrido. Una entrevista con Klara Hunnevie, la vecina de cuarenta y cuatro años que puso en marcha un grupo de búsqueda. Y después unas declaraciones de Ulf Karlkvist, el jefe de la investigación, en las que afirmaba que todo apuntaba a una desaparición voluntaria. Unos breves comentarios del psicólogo de Elisabeth Hjort, que no quería especificar si ella había mostrado tendencias suicidas durante las visitas ni si se había sometido a alguna terapia. Y finalmente, una foto patética de dos de las compañeras de Elisabeth Hjort de la sección 55 del hospital Kärn de Skövde, donde trabajaba de auxiliar de enfermería hasta que cogió la baja por fatiga crónica, sólo dos semanas antes de su desaparición.

Julia preparó un resumen basado en los viejos artículos de Ing-Marie, para incluirlo bajo el titular: «Estos son los hechos», y volvió a su propio artículo. Estaba repasando sus apuntes cuando oyó toser detrás de ella.

—¿Terminas ya? Kattis ha invitado a cenar al alcalde y a su esposa, y tengo que salir pronto.

Julia, sobresaltada, se volvió hacia el director.

—¿Qué? ¿Ya te vas a cenar?

—Bueno, son las cinco y llegarán dentro de una hora. Además, es domingo y en realidad hoy no trabajo. Ni tú…

Julia miró el reloj. Las cinco en punto. ¿Cómo era posible?

—Oh, no. Mierda. Bueno, sí, vale —respondió ella.

Sven Lindgren sonrió. Una dentadura tan perfecta y tan blanca como la del periodista Patrick Ekwall. Tan falsa como su sonrisa.

—Buen trabajo. Llámame si necesitas algo, y mañana puedes venir un poco más tarde para compensar las horas extras de hoy —dijo antes de desaparecer por la puerta.

Julia quiso replicar que nueve horas extras un domingo no se pueden compensar razonablemente con las primeras horas de la mañana del lunes, pero se dio cuenta de que no tenía tiempo de discutir.

Volvió a leer el texto. Necesitaba alguna declaración de la policía. Marcó el número de la policía con la esperanza de que el comisario no fuera tan estricto con el horario como Sven Lindgren, que se largaba a casa a las cinco en punto, incluso los domingos. Hasta hacía bien poco habría preferido llamar a Anna, pero en ese instante parecía una pésima idea. «Y quizá ya siempre lo será», pensó con harto dolor en el corazón.

—Almliden…

Animosidad en la voz. Evidentemente no era buen momento para hablar con los representantes de la ley.

—Ha sido una vileza que llamaras al marido.

Julia soltó un taco en silencio. Ulf Karlkvist era un tipo sombrío y no era nada agradable tener que vérselas con él cuando estaba enfadado. No obstante, se sintió aliviada por el hecho de que contestara él, aunque se puso nerviosa.

—Perdón —empezó a decir ella, pero obtuvo un bufido como respuesta.

—¿Qué quieres?

—Saber quién encontró el cuerpo.

—Una mujer que hacía footing. Adiós.

—¡Espera! Uffe, por favor. Necesito una declaración.

El comisario guardó silencio. Ulf Karlkvist estaba enfadado, pero nunca se le podría acusar de no ser un profesional. Por suerte.

—A las siete y treinta y dos recibimos una llamada en la central en la que nos informaban de que una mujer había visto un cuerpo humano helado en el lago Simsjön. Nos desplazamos hasta el lugar y pudimos constatarlo. La policía da por sentado que el cuerpo sin vida hallado en el agua es el de la mujer de treinta y cuatro años que desapareció en Skövde, y no existen sospechas de violencia. El cuerpo, siguiendo el protocolo habitual, ha sido trasladado para que le practiquen la autopsia, pero damos el caso por cerrado.

—¿No es extraño que estuviera con los pies en alto, fuera del agua? ¿Hay sospechas de violencia?

Un suspiro.

—No. No. Y no. El cuerpo probablemente ha permanecido en el agua durante bastante tiempo, y la climatología durante los últimos meses ha variado mucho. Oye, Almliden, no tengo tiempo para seguir hablando contigo.

Julia intentó protestar, pero Ulf Karlkvist la acalló.

—Tengo que irme. Como comprenderás, es una historia trágica, en la que hay niños afectados, y naturalmente habría deseado con toda mi alma que hubiera terminado de otra manera.

Ambos guardaron silencio. Un inusual giro poético, tratándose de Ulf Karlkvist. Algo que, al parecer, él también advirtió. Julia oyó cómo carraspeaba.

—Tacha lo último —dijo el comisario antes de colgar.