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Hasta 2008 la comisaría de policía de Skövde tenía el mismo aspecto que presentaba la mayoría de las comisarías en las ciudades suecas pequeñas. Un desangelado edificio de cemento gris pardusco, con largas hileras de ventanas rectangulares, tan feo por dentro como por fuera. Un laberinto con estarcidos en amarillo claro y verde menta en medio de las paredes blancas, sillas de fabricación industrial con las patas de metal y sofás de flores en la entrada.

Pero eso era entonces.

Un revisor diligente, que hizo la prescrita inspección a los sesenta años del edificio, constató que los niveles de radón estaban muy por encima de los límites permitidos; al mismo tiempo, la Dirección General de la Policía Nacional decidió ubicar en Skövde buena parte de las dependencias de la Escuela Superior de Policía, y además empezaba a rumorearse que Kamprad pensaba en la ciudad para abrir su próximo Ikea. Entonces el ayuntamiento, de repente, tiró la casa por la ventana. Skövde se iba a convertir en una cuidad a tener en cuenta. Un modelo de ciudad.

El resultado fue un edificio mastodóntico en la calle Prins, enfrente de la Estación Central, de cemento pintado de blanco y con cristales tintados. Almenas y torres, bóvedas y arcos. Techos inclinados. Altos ventanales. Un vestíbulo con orquídeas. Orquídeas auténticas. No de tela. Todo era ostentoso. Blanco. Indecentemente caro.

Junto a los sesenta y cuatro despachos individuales, una sala de prensa, dos pisos de oficinas para los ciento cuarenta y cinco empleados, tres salas de interrogatorios y tres celdas; había también cuatro salas de reuniones, bautizadas todas ellas con los nombres de la duquesa de Västergötland, la princesa heredera de Suecia, que incluso cortó la cinta en la inauguración del nuevo edificio hacía menos de un año.

En la sala más grande, la sala Victoria, estaba reunido el Grupo de Estupefacientes. En la sala Ingrid se realizaba una entrevista a los padres de un chico que se había fugado de casa. El jefe de la policía provincial había reservado la sala Alice para su encuentro mensual con el comandante en jefe del regimiento de Skaraborg, P4. En la más pequeña de ellas, en la sala Desirée, se encontraban Anna Eiler y su colega del Departamento de Homicidios de la Policía Judicial Central, Patrik Morrelli, callados y mirando a Ulf Karlkvist, que hojeaba sin prisa sus apuntes; finalmente sacó dos folios y se los pasó por encima de la mesa. Eran copias de una foto que mostraba un reloj de pulsera de color rosa.

—Lo que veis en la foto es un reloj Adidas Original Candy. Cuesta unas seiscientas coronas. En el Instituto Nacional de Ciencias Forenses lo encontraron en la muñeca de Elisabeth Hjort y su marido acaba de confirmar por teléfono que ella tenía uno.

Ulf Karlkvist miró sus papeles.

—Bien, como podéis ver, tiene cronómetro y alarma. No es sumergible, puede soportar una ducha, pero no más.

—¿Partimos de la idea de que las 16:02 es el momento en que la tiraron al agua? —preguntó Anna Eiler.

Ulf Karlkvist no le prestó la menor atención. Buscó la mirada de Patrik Morrelli y se dirigió directamente a él.

—Los técnicos de Linköping dicen que es lógico suponer que se paró cuando lanzaron el cuerpo al lago. Pero también han descubierto otra cosa que es importante comprobar. Junto al golpe en la nuca que le causó la muerte, Elisabeth Hjort, al parecer, tenía también un par de hematomas grandes. Sobre todo en los brazos. Probablemente marcas de dedos. He hecho una comprobación rápida y no se recibió ninguna llamada en comisaría desde su casa, lo cual no tiene por qué significar nada.

Ulf Karlkvist hizo una pausa.

—Puesto que interviene el Departamento de Homicidios de la Policía Judicial Central, cosa que agradecemos, lo mejor será que delimitemos las competencias desde este momento para ponernos de acuerdo. Teniendo en cuenta que ahora estamos ante un asesinato u homicidio, desde esta misma mañana el fiscal Björn Daveus actúa como jefe de la instrucción. Está localizable en la extensión 6513. Yo sigo siendo el jefe de la investigación de la policía local y tú, Patrik, serás el subjefe de la investigación. No obstante, yo permaneceré la mayor parte del tiempo en mi despacho; la agente Anna Eiler, aquí presente, de la Brigada de Homicidios, será tu colega sobre el terreno. Lógicamente, espero recibir informes detallados de forma continuada.

Se volvió hacia Anna Eiler.

—Pues lo dicho… Incluso tú deberías poder hacerlo, ¿no? Vete allí, consigue que Hjort se desmorone y confiese, y vuelve aquí.

Ulf Karlkvist recogió sus papeles y abandonó la sala.

Patrik Morrelli se dirigió a Anna Eiler.

—¿«Incluso tú», Anna? ¿Es así como habláis aquí entre vosotros? ¿En qué lugar he aterrizado?

Anna se encogió de hombros.

—Skövde. O el infierno. Decídelo tú mismo. El comisario lleva ya bastante tiempo así de gruñón. Tiene un síndrome premenstrual inusualmente largo, diría yo.

Patrik Morrelli la observó en silencio. Ella no le preguntó qué opinaba. No quería saberlo. Ya tenía bastantes cosas en que pensar.