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MIÉRCOLES, 24 DE FEBRERO DE 2010

Quería dar saltos de alegría. Dar volteretas por la redacción. Quizá hacer una pequeña pirueta. Pero tales manifestaciones no eran propias de ella. Al menos, no eran propias de la imagen que sus compañeros tenían de ella. Por eso, Ing-Marie colgó despacio y entrelazó las manos en un minúsculo gesto de victoria justo en el momento en que Julia entraba por la puerta. Y, pese a que el gesto fue casi imperceptible, a Julia no le pasó desapercibido. Sus ojos se encontraron. Ing-Marie sonrió.

—¡Alucina! ¡Fue Elisabeth Hjort quien escribió la carta!

Al ver la mirada de sorpresa de Julia, Ing-Marie asintió entusiasmada.

—¿Te das cuenta de lo que significa eso? ¡Eso quiere decir que alguien la obligó a escribir una carta de despedida antes de asesinarla! ¡Es demencial!

Sven Lindgren apareció de repente detrás de ellas.

—¿Es de tu fuente?

Ing-Marie asintió, excitada.

—El Instituto Nacional de Ciencias Forenses no ha terminado aún el análisis de los restos. Pero acabo de enterarme de que un experto grafólogo contratado ha examinado la carta. No existe ninguna duda de que se trata de su letra. Klas Hjort tenía razón cuando insistía en ello.

Hizo una pausa y dirigió la mirada a Sven Lindgren.

—Y hay más. Sé lo que ponía en la carta.

Ing-Marie les pasó un papel. Sven y Julia lo leyeron en silencio.

—Aquí hay algo raro, ¿no te parece? —le preguntó Ing-Marie a Julia, que asintió musitando. Luego se levantó, fue hasta su escritorio y abrió el segundo cajón. Sacó el cuaderno que había encima y empezó a hojearlo.

—Hablé con Anna de la carta de despedida cuando la entrevisté. El tema salió cuando hablábamos del trabajo del grupo de casos no resueltos. Dijo que probablemente en muchos de los casos se trataba de suicidios, pero que no se podía demostrar. Espera…

Julia siguió hojeando su bloc hasta que encontró lo que buscaba y lo empezó a leer en voz alta:

—«En general no se suelen encontrar cartas; si fuera tan fácil… Una despedida para los familiares. En eso las películas engañan a menudo a la gente, de manera que se sienten aún más dolidas. Los allegados esperan una explicación, pero sólo el diez o el quince por ciento de todos los que se suicidan dejan una carta de despedida. Normalmente sólo un montón de palabras incoherentes. No se piensa con mucha claridad en esa situación».

Julia dio la vuelta a la página.

—«Las cartas de despedida, en principio, sólo existen en la tele. Pero la gente prefiere ignorarlo. El malo debe recibir su castigo y el que se quita la vida tiene que dejar una carta dando explicaciones. Contando detalladamente qué pensaba y qué sentía antes de saltar, colgarse o volarse la cabeza».

Ing-Marie miraba a su colega mientras leía. Volvió a pensar en lo que había ocurrido entre Julia y Anna.

—Supongo que es imposible volver a llamar a Anna…

Julia enarcó las cejas. Ing-Marie se encogió de hombros.

—Supones bien. Pero valdría la pena preguntar. Ulf Karlkvist tampoco va a decir nada. Y estoy segura de que Klas Hjort también está bastante cansado de nosotras.

Sven Lindgren sonrió.

—Qué raro. Con lo encantadoras que sois. Pero quizá haya alguien que pueda ayudarnos. Me refiero a alguien que sepa al menos qué demonios pensaba Elisabeth Hjort cuando escribió esa carta.

Diez minutos después, cuando Julia e Ing-Marie estaban en el coche, fue Ing-Marie quien tomó la palabra.

—¿Pensaste lo mismo que yo?

Julia soltó la carcajada.

—¿Que de repente somos nosotras según Sven Lindgren? Sí, claro, Ing-Marie. Cuando el diablo se hace viejo…

—… lo nombran director del Västgöta-Nytt —respondió riendo Ing-Marie.