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SÁBADO, 9 DE ENERO DE 2010

Al principio, cuando me habló de su nueva novia, pensé que se trataba de una broma sin gracia de mi padre. Se conocieron mientras ella estaba aún en el instituto. Él ya era abuelo.

Miré la fotografía de la joven pelirroja con pecas que acababa de dar a luz al cuarto hijo de mi padre. Aparentaba más años de los veinte que tenía cuando se tomó la foto.

Antes de conocer a mi nueva madrastra estaba segura de que me encontraría con una cazafortunas que iba tras los millones de Valdemar. Por eso, cuando finalmente la conocí, me quedé desconcertada. Parecía normal. Relativamente, en todo caso. Reservada hasta rozar el mutismo. Y, sin embargo, bastante normal.

Sólo cuando estuve a solas con mi padre descubrí la explicación.

—¿Qué te parece?

Yo tragué saliva y me lo pensé. Aquello podía ser peligroso.

Debía responder rápido. Responder correctamente.

—Buena. Es callada.

—Sí, es tímida, eso es lo que le pasa. Pero quizá no sea tan raro, aunque pueda molestarme. Tiene la cabeza un poco destrozada.

—¿Destrozada?

—Estuvo en una fiesta en Skara y la violaron dos chicos. Al parecer eso ocurrió poco más de medio año antes de que nos conociéramos. No lo denunció. Se quedó totalmente destrozada y no se atrevió, me dijo. Yo al principio estaba un poco sorprendido porque ella no quería… acostarse, ya sabes. Pensé que era por mi culpa.

Cloqueó. Sacudió la cabeza.

—Qué raro, ¿no? Que fuera un fallo de Valdemar…

Buscó mi mirada y como de costumbre se lo confirmé, asintiendo con la cabeza. Siempre había que confirmar lo que él dijera. Parecía satisfecho y continuó:

—Pero luego me lo contó, lloró y todo. Yo la dejé tranquila. Estuvo un poco fría un tiempo, pero luego se fue soltando. Ahora funciona bien —afirmó, sonriendo satisfecho.

Después, muchos años después, al recordar aquella conversación sentada en mi apartamento, comprendí que yo, mientras ocurría aquello, ni siquiera reflexioné acerca del comportamiento de mi padre. Al contarme la violación sufrida por su última mujer estaba traicionando, ¡y de qué manera!, la confianza de ella. Probablemente confió en él con todo su corazón destrozado. Pensaría que su secreto estaba a salvo. Que Valdemar era su caballero de brillante armadura, aunque enmascarado en el cuerpo de un hombre viejo, con sobrepeso, en lugar de una armadura resplandeciente como en los cuentos.

Pasé el dedo por la frase «Matar a papá» y volví a la fotografía. Al hombre viejo y la mujer joven. Valdemar elegía a todas sus mujeres cuando ellas apenas habían cumplido los veinte años, independientemente de los que él tuviera. Eran jóvenes e inseguras. Heridas por una u otra razón. Me preguntaba si él podía olerlas. Su inseguridad. Su desesperación. Y me preguntaba cuál era la historia de mi madre antes de conocer con diecinueve años a Valdemar. ¿Por qué se convirtió en una de ellas, en una mujer atrapada en la violencia de él? Sospechaba que nunca me atrevería a preguntárselo.

Mi primera madrastra había tenido un «padre difícil», como decía Valdemar, y un novio que la maltrataba antes de conocer a mi padre. Yo aún podía recordar la mirada horrorizada en la cara de mi padre cuando hablaba de ello.

—¿Puedes entender que su chico le pegara? —me preguntó. Como si fuera algo absolutamente incomprensible para él. Como si él mismo no se hubiera abalanzado sobre ella y le hubiera cosido el estómago a puñetazos.

La historia de mi última madrastra, por qué quedó atrapada en su red, sí era evidente.

Primero mi madre.

Después mi primera madrastra. Y ahora la segunda.

Miré a aquella joven aterrada.

Pobre mujer.

Se me ocurrió preguntarme si habría empezado a maltratarla ya. Si él había seguido su costumbre, ya lo habría hecho. Desde hacía tiempo.

Mi hermano mayor y yo a veces bromeábamos con el tema. Adivinar en qué fase se encontraba nuestro padre en un momento dado. Al pensarlo, después de tanto tiempo, me avergonzaba de aquel humor macabro, de nuestra jerga, pero supuse que era nuestro mecanismo de supervivencia.

Si permitiera que la historia siguiera su curso, el siguiente paso sería que mi segunda madrastra encontrara otro hombre dentro de un par de años. Y entonces, finalmente, tendría valor para abandonarlo.

Eso fue lo que hizo mi madre al final. Conoció a Bengt.

Mi primera madrastra igual. Se enamoró de un colega de la escuela donde trabajaba.

No es que su actual mujer quisiera dejar a mi padre. Mi segunda madrastra adoraba a Valdemar y poco a poco se había ido convirtiendo en una espantosa copia femenina de él. Exactamente como la primera madrastra antes que ella. Una réplica más baja y más delgada de mi padre, que nos hablaba y se burlaba de nosotros, los hijos mayores, igual que mi padre.

Su actual mujer luchaba como un animal para no convertirse en la mala. La diana del odio. Estaría dispuesta a vendernos a cualquiera de nosotros con tal de librarse de cargar con esa mierda.

Volví a mirar la fotografía. Me pregunté cómo se sentiría realmente mi segunda madrastra.

Probablemente como el resto de nosotros.