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—¿Tiene un par de minutos?
Göran Hjonåker miró primero su reloj y después a las dos mujeres que estaban en la sala de espera.
—De todos modos, si espera a algún paciente, él o ella se han retrasado. Aquí estamos nosotras solas —dijo Julia haciendo un gesto envolvente con la mano.
El psicólogo asintió y se sentó enfrente de ellas en una silla de la sala de espera. Julia se aclaró la garganta.
—Bueno, hemos sabido que Elisabeth Hjort escribió efectivamente esa carta de despedida, o como quiera llamarla. Lo cual, francamente, nos parece muy raro. Si no le importa, nos gustaría leérsela. Hemos pensado que podría escuchar lo que pone y ver si nos puede decir algo, puesto que usted la conocía. Algo con lo que podamos seguir trabajando.
—¿Con lo que podamos seguir trabajando? ¿A qué se refiere?
Julia se sonrojó y miró a Ing-Marie.
—A la policía —contestó su colega.
—Algo con lo que la policía pueda seguir investigando.
Él las miró con una ligera sonrisa en los labios.
—Ah. Ya entiendo. ¿Y desde cuándo, señoras mías, son ustedes policías?
Julia se revolvió en la silla.
—Vale. Ya sabe que no lo somos. Pero Ing-Marie y yo también queremos que detengan al asesino de Elisabeth Hjort. Creemos que la policía es un poco… lenta.
Se volvió hacia su colega, que asentía con entusiasmo.
El psicólogo las miró a la cara a las dos durante unos segundos y luego se encogió de hombros.
—De acuerdo. Léanla. Pero no estoy seguro de que pueda serles de ayuda.
Ing-Marie sacó su cuaderno y empezó a leer.
No quiero escuchar a los niños.
Sus gimoteos. Desgracias. Exigencias.
No quiero estar fea.
No quiero tener la casa revuelta.
No quiero discutir con mi marido.
No puedo más.
Cuando Ing-Marie terminó la lectura en voz alta, Göran Hjonåker la miraba tenso.
—Léala otra vez —le pidió.
Ella hizo lo que le pidió mientras Julia observaba que Göran Hjonåker cerraba los ojos y asentía después de cada frase.
—¿Es esa la carta que encontraron en su casa? ¿La que la policía dice que es su carta de despedida?
Ing-Marie asintió.
—A nosotras nos ha parecido que la redacción es un poco rara. Uno no se imagina así la carta de despedida de alguien que se va a suicidar.
Göran Hjonåker se quedó mirándolas un buen rato. Cuando por fin abrió la boca para hablar, lo hizo muy despacio. Con precisión.
—Eso es porque no lo es. Julia e Ing-Marie… Creo que las dos se han convertido, ciertamente, en una parte de la policía.